Para empezar, los toros de Alhama, magníficamente presentados, con trapío, o sea, con presencia y cara de toros: imponentes... Y Luis Bolívar lo toreó muy bien, con capote y muleta. Un capote templado y muy variado, una muleta decidida y autoritaria. Cuando Bolívar torea confiado en sí mismo, y a un toro que embiste con resuelta alegría, torea espléndidamente. Aun si el indulto al toro exigido por el público no le hubiera regalado las orejas simbólicas, las hubiera cortado de sobra por los méritos de su faena emotiva y creciente.De aliño, en cambio, fue la que le hizo al segundo de la tarde, un sobrero también negro, cornipaso, imponente, atacado de kilos, mirón y probón, que esperaba y buscaba y se defendía tirando tornillazos. No había mucho qué hacer con él. Bolívar se limitó a salir con bien del paso. (El Tiempo)