La salida de casa el Viernes 6 fue de madrugada por la distancia para llegar al aeropuerto y despegar en la línea colombiana a las 6 a.m. para llegar a tiempo a Medellín, donde mediando espera corta en Bogotá aunque siempre con el susto del mal tiempo encima que nos pudiera retrasar el vuelo como me sucedió en el 2000 cuando fui al congreso internacional de periodistas taurinos y tuve 4 horas de larga amenizadas por entretenida charla con el gran picador Anderson Murillo. Embarcamos en hora para llegar alrededor de las 11.30 a.m..
Los 18 peruanos, dos se nos cayeron del cartel a última hora por motivos de fuerza mayor, trepamos al bus y fuimos recibidos por un dossier de Periples, nuestras entradas (yo con pase a callejón, tremenda alegría), afiches, informes varios que nos marcaban el nivel y altura de los días que viviríamos.
Ya en el hotel de Medellín, un poco de tiempo para instalación y todos fuimos al restaurante típico de enfrente. Muy buena la atención y la comida y tan pronto cruzamos de vuelta el tiempo justo para alistarnos y salir a la plaza de toros, ahora techada por tanto nueva para mí que había conocido la anterior Macarena (y la prefiero).
Emoción era lo que se respiraba en el bus hasta llegar… yo para el patio de cuadrillas, mayor emoción aún. Pude ver la tensión en las caras de los actuantes, la imagen de la Virgen de la Macarena en su anda y al sacerdote que acompañó la procesión de los toreros por el paso a oscuras y con luz de velas en los tendidos toda una novedad para algunos, sin duda.
Ya el festival, que se prolongó casi hasta las 11 p.m., fue muy variado y entretenido. El ganado de La Carolina resultó disparejo en estampa y juego, aunque en esto –salvo el último- poca clase, alguno mansurroneó con complicaciones. Destacó la labor de Sebastián Castella, que se plantó firme en la cara y fue cogido, sin mayor consecuencia que un fuerte golpe a la rodilla, por quedarse quieto como un poste para ligar las series. Figura y muy querida en esa tierra, también. Importante la entrega y bienhacer de Luis Bolivar, variado y alegre, muy seguro. Buena impresion nos causó Ribén Pinar. De mencionar la labor del novillero Jerónimo Delgado, a quien el noble y repetidor novillo le permitió un triunfo importante, mostró ideas claras aunque pudo exprimir con más poder, fue muy arropado y salió a hombros sólo.
Luego el remate en el hotel, decenas de taurinos y muchas caras conocidas, entre ellos la familia Durán que estaban con los padres de Luis Bolívar, con quienes pasamos unas horas en amena tertulia… y a descansar casi a las 24 horas de haber salido de casa y más aún de no pegar cabezaenalmohada.
Los 18 peruanos, dos se nos cayeron del cartel a última hora por motivos de fuerza mayor, trepamos al bus y fuimos recibidos por un dossier de Periples, nuestras entradas (yo con pase a callejón, tremenda alegría), afiches, informes varios que nos marcaban el nivel y altura de los días que viviríamos.
Ya en el hotel de Medellín, un poco de tiempo para instalación y todos fuimos al restaurante típico de enfrente. Muy buena la atención y la comida y tan pronto cruzamos de vuelta el tiempo justo para alistarnos y salir a la plaza de toros, ahora techada por tanto nueva para mí que había conocido la anterior Macarena (y la prefiero).
Emoción era lo que se respiraba en el bus hasta llegar… yo para el patio de cuadrillas, mayor emoción aún. Pude ver la tensión en las caras de los actuantes, la imagen de la Virgen de la Macarena en su anda y al sacerdote que acompañó la procesión de los toreros por el paso a oscuras y con luz de velas en los tendidos toda una novedad para algunos, sin duda.
Ya el festival, que se prolongó casi hasta las 11 p.m., fue muy variado y entretenido. El ganado de La Carolina resultó disparejo en estampa y juego, aunque en esto –salvo el último- poca clase, alguno mansurroneó con complicaciones. Destacó la labor de Sebastián Castella, que se plantó firme en la cara y fue cogido, sin mayor consecuencia que un fuerte golpe a la rodilla, por quedarse quieto como un poste para ligar las series. Figura y muy querida en esa tierra, también. Importante la entrega y bienhacer de Luis Bolivar, variado y alegre, muy seguro. Buena impresion nos causó Ribén Pinar. De mencionar la labor del novillero Jerónimo Delgado, a quien el noble y repetidor novillo le permitió un triunfo importante, mostró ideas claras aunque pudo exprimir con más poder, fue muy arropado y salió a hombros sólo.
Luego el remate en el hotel, decenas de taurinos y muchas caras conocidas, entre ellos la familia Durán que estaban con los padres de Luis Bolívar, con quienes pasamos unas horas en amena tertulia… y a descansar casi a las 24 horas de haber salido de casa y más aún de no pegar cabezaenalmohada.