México, D. F. / Domingo, 22 de febrero de 2009.
Por: Puerta Grande
Este domingo la tarde dibujó un sol debilitado con la presencia de grandes nubarrones que sospechaban una fuerte lluvia, la cual no llegó, aunque el viento no estuvo de parte de nadie. La vigésima corrida de la Temporada Grande estuvo enmarcada con una grandiosa entrada, la mejor hasta el momento. Resulta muy emocionante ver tan arropada a la “catedral” del toreo mexicano, como en otros tiempos que han sido memorables durante la historia.
En punto de las 16:00 horas, después del paseíllo era obligatorio rendirle un homenaje a la recién desaparecida Conchita Cintrón, “Diosa Rubia del Toreo”, ¡maestra de maestras y grande entre los grandes!, pero el juez de plaza Ricardo Balderas no se hizo esperar para comenzar con el pie izquierdo, se le olvidó.
Minutos más tarde, mientras retiraban los adornos florales del centro del ruedo, le volvió la memoria y solicitó un minuto de aplausos en memoria de esta extraordinaria mujer. Sin embargo, la gran mayoría del público no se enteró y los que iban notando a la gente de pie, desconocieron el motivo por completo. ¡Qué vergüenza!
Se lidió un encierro de la ganadería de Los Encinos, parejo de presencia y de juego desigual, de los cuales destacaron los corridos en primer y cuarto sitio, premiados con una vuelta al ruedo y arrastre lento, respectivamente.
Soberbio, sí, esa es la palabra que más se asemeja a Pablo Hermoso de Mendoza. El centauro español volvió a hacer historia en la Monumental Plaza México, después de tres años de ausencia. Desde su primera aparición se le vio muy entusiasmado, sonriente, incluso nervioso, como si se tratara de la primera vez. Ofreció una auténtica lección de cómo se torea a lomos de unos caballos perfectamente enjaezados y domados. Anduvo en maestro durante todo el festejo. Claro, la experiencia habla por sí sola. Demostró tener cuerda para rato, porque empaque tiene para dar y regalar. Todo un ejemplo para las nuevas generaciones.
Con su primero, clavó un rejón de castigo muy medido que sirvió para atemperar al astado. Permitiéndole torear templado, lleno de hondura, sentimiento y saber hacer. Con las banderillas se mostró sobrio y finalizó su primer envite con tres cortas. El rejoneador navarro mostró una monta variada y poco a poco construyó una faena meritoria, destacando lucidos recortes por dentro y un exquisito toreo a la grupa, los cuales emborronó con el rejón de muerte para terminar con salida al tercio.
En el cuarto, optimizó vistosamente su quehacer, desplegando un gran repertorio de suertes con las cabalgaduras y creando una obra de arte, llena de ritmo y armonía, artesanía que coronó certeramente con el rejón mortal para cortar las dos orejas y el rabo, éste último protestado enérgicamente por el público y rechazado por el torero de a caballo. Muy torero todo lo que realizó desde los dos rejones de castigo hasta los adornos finales, pasando por los encuentros en banderillas y las piruetas montando a “Fusilero”. Puedo decir que casi rozó la perfección ante un enemigo noble y pastueño.
Sensacionales caballos toreros engalanaron el ruedo capitalino. Se dieron cita nombres como los de “Silveti”, “Pirata”, “Fusilero” e “Ícaro”, no obstante, le tocó turno a “Estella” -una preciosa yegua anglo-lusa-árabe y única dentro de la cuadra titular- para recibir al que abrió plaza. Estos hicieron alarde de doma de alta escuela, torería y valor, mismo que se dejaba ver en sus firmes orejas.
En tanto, Jerónimo manifestó voluntad, sin embargo, le tocó en suerte el lote menos propicio y no pudo hacer nada. Salió abucheado. Octavio García "El Payo" tampoco tuvo suerte con sus ejemplares, a los que insistía valientemente para lograr una faena, pero no fue suficiente para romper y destacar. Escuchó ovaciones y palmas.
Después de la muerte del 4°, el banderillero Fernando Grajales se cortó la coleta para despedirse de la profesión, dando una calurosa vuelta al ruedo y saludando a compañeros y amigos a su paso.
Por: Puerta Grande
Este domingo la tarde dibujó un sol debilitado con la presencia de grandes nubarrones que sospechaban una fuerte lluvia, la cual no llegó, aunque el viento no estuvo de parte de nadie. La vigésima corrida de la Temporada Grande estuvo enmarcada con una grandiosa entrada, la mejor hasta el momento. Resulta muy emocionante ver tan arropada a la “catedral” del toreo mexicano, como en otros tiempos que han sido memorables durante la historia.
En punto de las 16:00 horas, después del paseíllo era obligatorio rendirle un homenaje a la recién desaparecida Conchita Cintrón, “Diosa Rubia del Toreo”, ¡maestra de maestras y grande entre los grandes!, pero el juez de plaza Ricardo Balderas no se hizo esperar para comenzar con el pie izquierdo, se le olvidó.
Minutos más tarde, mientras retiraban los adornos florales del centro del ruedo, le volvió la memoria y solicitó un minuto de aplausos en memoria de esta extraordinaria mujer. Sin embargo, la gran mayoría del público no se enteró y los que iban notando a la gente de pie, desconocieron el motivo por completo. ¡Qué vergüenza!
Se lidió un encierro de la ganadería de Los Encinos, parejo de presencia y de juego desigual, de los cuales destacaron los corridos en primer y cuarto sitio, premiados con una vuelta al ruedo y arrastre lento, respectivamente.
Soberbio, sí, esa es la palabra que más se asemeja a Pablo Hermoso de Mendoza. El centauro español volvió a hacer historia en la Monumental Plaza México, después de tres años de ausencia. Desde su primera aparición se le vio muy entusiasmado, sonriente, incluso nervioso, como si se tratara de la primera vez. Ofreció una auténtica lección de cómo se torea a lomos de unos caballos perfectamente enjaezados y domados. Anduvo en maestro durante todo el festejo. Claro, la experiencia habla por sí sola. Demostró tener cuerda para rato, porque empaque tiene para dar y regalar. Todo un ejemplo para las nuevas generaciones.
Con su primero, clavó un rejón de castigo muy medido que sirvió para atemperar al astado. Permitiéndole torear templado, lleno de hondura, sentimiento y saber hacer. Con las banderillas se mostró sobrio y finalizó su primer envite con tres cortas. El rejoneador navarro mostró una monta variada y poco a poco construyó una faena meritoria, destacando lucidos recortes por dentro y un exquisito toreo a la grupa, los cuales emborronó con el rejón de muerte para terminar con salida al tercio.
En el cuarto, optimizó vistosamente su quehacer, desplegando un gran repertorio de suertes con las cabalgaduras y creando una obra de arte, llena de ritmo y armonía, artesanía que coronó certeramente con el rejón mortal para cortar las dos orejas y el rabo, éste último protestado enérgicamente por el público y rechazado por el torero de a caballo. Muy torero todo lo que realizó desde los dos rejones de castigo hasta los adornos finales, pasando por los encuentros en banderillas y las piruetas montando a “Fusilero”. Puedo decir que casi rozó la perfección ante un enemigo noble y pastueño.
Sensacionales caballos toreros engalanaron el ruedo capitalino. Se dieron cita nombres como los de “Silveti”, “Pirata”, “Fusilero” e “Ícaro”, no obstante, le tocó turno a “Estella” -una preciosa yegua anglo-lusa-árabe y única dentro de la cuadra titular- para recibir al que abrió plaza. Estos hicieron alarde de doma de alta escuela, torería y valor, mismo que se dejaba ver en sus firmes orejas.
En tanto, Jerónimo manifestó voluntad, sin embargo, le tocó en suerte el lote menos propicio y no pudo hacer nada. Salió abucheado. Octavio García "El Payo" tampoco tuvo suerte con sus ejemplares, a los que insistía valientemente para lograr una faena, pero no fue suficiente para romper y destacar. Escuchó ovaciones y palmas.
Después de la muerte del 4°, el banderillero Fernando Grajales se cortó la coleta para despedirse de la profesión, dando una calurosa vuelta al ruedo y saludando a compañeros y amigos a su paso.