Del Moral: "Desvanecimiento de lujo con los reventadores encantados a la contra"
El primer cartel completamente redondo de la feria se vino abajo y, como tantas otras veces, al garete la consiguiente expectación. Nada nuevo en esta insólita por cambiante plaza de Las Ventas que unas veces se entrega por nada y otras se calla o encrespa no siempre con razón ni con modales.
La corrida de Núñez del Cuvillo exhibió belleza de hechuras, variado pelaje, astifinas y bien puestas defensas aunque los tres primeros toros no tuvieron cuajo ni remate por lo que, estando allí las tres figuras que comparecieron, los menos aparentes fueron protestadísimos y sus matadores permanentemente molestados con gritados “miaus” y “que noooo…” al recetar cada pase.
Aunque nobles, la mayoría sin fuerza ni casta y venidos muy a menos, no trasmitieron emoción alguna por lo que las ímprobas labores de El Juli y de Miguel Ángel Perera transcurrieron como si en vez de estar como estuvieron, francamente bien, parecieran estar pegando un petardo.
En radical contraste, tan solo un toro, el imponente jabonero quinto, resultó extraordinariamente bravo y encastado, cambiando la decoración sonora a su favor, así como el trato que en principio recibió El Cid, a la postre incapaz de mandar y aún menos de someter al burel en una faena con la que volvió a demostrar que anda en indisimulable y preocupante mal momento.
El primer cartel completamente redondo de la feria se vino abajo y, como tantas otras veces, al garete la consiguiente expectación. Nada nuevo en esta insólita por cambiante plaza de Las Ventas que unas veces se entrega por nada y otras se calla o encrespa no siempre con razón ni con modales.
La corrida de Núñez del Cuvillo exhibió belleza de hechuras, variado pelaje, astifinas y bien puestas defensas aunque los tres primeros toros no tuvieron cuajo ni remate por lo que, estando allí las tres figuras que comparecieron, los menos aparentes fueron protestadísimos y sus matadores permanentemente molestados con gritados “miaus” y “que noooo…” al recetar cada pase.
Aunque nobles, la mayoría sin fuerza ni casta y venidos muy a menos, no trasmitieron emoción alguna por lo que las ímprobas labores de El Juli y de Miguel Ángel Perera transcurrieron como si en vez de estar como estuvieron, francamente bien, parecieran estar pegando un petardo.
En radical contraste, tan solo un toro, el imponente jabonero quinto, resultó extraordinariamente bravo y encastado, cambiando la decoración sonora a su favor, así como el trato que en principio recibió El Cid, a la postre incapaz de mandar y aún menos de someter al burel en una faena con la que volvió a demostrar que anda en indisimulable y preocupante mal momento.