viernes, 22 de mayo de 2009

Comentarios de la 15ª de S.I.

Por Pedro Abad-Schuster

Las mejores plumas opinan de Morante de la Puebla, en su actuación de ayer 21 de mayo en la Plaza de Las Ventas:

José Antonio del Moral (Fuente: de toros en libertad).
“No se puede torear mejor. En el cuarto toro de la tarde… dos series consecutivas de verónicas, quizá las más hermosas, reposadas, cadenciosas, lentas y más sutilmente ligadas de la historia del toreo. Además, continuó explayándose a tono con su portentosa cumbre capotera en un ramillete de inigualables chicuelinas, y acto seguido, en una forzosamente entrecortada aunque bordada faena en la que la fantasía creadora mas sublime que se pueda imaginar se basó en su capacidad de templar y de alargar para la eternidad una embestida finalmente cuasi mortecina pisando terrenos comprometidísimos con más firmeza y valor que ninguno de sus famosos predecesores. Jamás artista alguno había logrado la pureza del toreo con más bella y rotunda intensidad”.

Ricardo Diaz-Manresa (Fuente: avance taurino).
"El capote de Morante, tras la 15ª de San Isidro, ha entrado en la sociedad limitada, muy limitada, en la que caben los tres Reyes del Toreo de Capa : Rafael de Paula, Antonio Ordóñez y él, los mejores que he visto manejarlo en los últimos 50 años. Hace 29, aquel día con Galloso, cómo lo bordó Paula en Las Ventas. Y hemos tenido que esperar tanto tiempo para ver otra cosa extraordinaria. La transformación de Morante, aquel torerito debutante hace años en Bilbao, tan timorato, tan poco decidido, tan poquita cosa, se ha convertido en un artista consumado y, lo que es más importante, en el más valeroso de todos los catalogados como artistas que han pasado por mis ojos y ha sentido mi corazón de aficionado. ¿Cambio de mentalidad? ¿Una gran preparación física que le da seguridad y, consecuentemente, valor? Una transfiguración en toda regla y gracias a Dios.Expone como el que más, insiste como el que más y, cuando hay que salirse de lo habitual, ¡cómo lo consigue! Qué torería, qué arte y qué sabor. Me alegro por él y más todavía por el toreo. Hecha la gesta en el cuarto, la corrida se terminó. Ni el empaque ni la majestuosidad de Manzanares, sin toros toda la tarde, brillaron, sólo voluntad. No digamos del confirmante Rubén Pinar, que a su buena puesta a punto, táctica y técnica, sólo añadió vulgaridad y voluntad. Era muy difícil después de Morante. Como quiero disfrutar de Morante y olvidarme de todo lo demás, escribiré poco de Juanpedrito, que pegó otro petardo, con toros devueltos –por dos de José Vázquez, antes Aleas- y sólo hubo potable –el sexto- con la tarde enmorantada y pasadas las nueve y media de la noche. Palmas de tango, gritos de ¡toro, toro, toro!, devoluciones, flojeras, caídas, costaladas, buen balance ganadero artista(¿). Morante, mal con la espada, hizo una faena de tentadero para abrir boca y, en el del triunfo, siguió matando mal, con estupendas series con la derecha. Apuró demasiado y se pasó de faena por esta manía funesta y moderna de alargar. Buena faena, buena, en la que algunos, pensando en el capote sublime, vieron cosas con la muleta que no sucedieron. A reseñar, en la redifusión, los orgasmos repetidos de Manuel Francisco. Ni con seis viagras. ¿Qué esperará?”.

Barquerito (Fuente: colpisa).
“Encaje del cuerpo, asiento natural, como si estuviera posado el torero. Sólo en el saludo, recién fijado el toro de salida con dos meros lances genuflexos, ya estuvo Morante en el mismo platillo. Ahí se trajo al toro en un sutil toque con el vuelo y dibujó a pulso. Uno, dos, tres, cuatro y cinco lances a la verónica de muy feliz compás por lo despacioso. De precisión sorprendente: sin ganar ni perder pasos ni terrenos, porque ya en el primer embroque estaba Morante en la boca de riego, que es el último horizonte del toreo a la verónica. Dos medias rumbosas, calzadas como al paso, muy suelto el brazo de salida, fueron sello adecuado. El clamor fue indescriptible. Eso era lo que había venido a ver la inmensa mayoría. Y acababa de verlo. Morante llevó el toro al caballo galleando por chicuelinas, cuatro, y cada una de ellas, un cromo. Acordes del mismo compás. Dos de propina, media de brega, no quedó puesto el toro en suerte, pero daba lo mismo. Cada uno de esos siete lances vino subrayado por su correspondiente clamor. El toro de Juan Pedro estaba casi en mínimos de fuelle, no de bondad. Cuesta abajo o cuesta arriba, la tarde iba o venía de rebotes y grescas, dos toros devueltos, dos sobreros. Esos lances de Morante fueron para el toro un encubierto indulto. De ahí en adelante el toro de Juan Pedro fue compañero de baile. Tras la primera vara, Morante salió a quitar. No hubo ni que pedir silencio ni chistar. Estaba el coro con la boca abierta. Ahora fueron cuatro las verónicas del manojo y, a pies juntos, media de seco salero. La sencilla compostura y el tiempo lento con que se marcaron las cuatro y la media volvieron a levantar clamores. Y también tres lances de brega, una revolera cambiada y dos capotazos largos de sacar los brazos. Aún quedaba de postre un supino quite de regalo a tercio cambiado. Dos chicuelinas de lento giro y envueltas como quien pliega un pañuelo. Y a pies juntos, media muy forzada pero resuelta con un caracol. Entonces se puso de pie la gente, tiraron flores al ruedo los que estaban cerca y tenían flores, y pidieron a Morante que diera la vuelta al ruedo. Con sabio criterio se negó Morante. Entonces pareció el torero de la Puebla tocado por el calor tan formidable de la gente. Y lo volvió a parecer después. Cuando concluyó el concierto. Ese toro de tanta música se lo brindó Morante a la actriz Paz Vega, sentada en una barrera. Bellísima. Como la faena de Morante, que, natural, saboreada y no relamida, fue compendio de improvisación, compás, clásica pureza, temple, ingenio, gracia, sensibilidad, entrega, hondura. Dos ayudados por alto de apenas abrir Morante el compás, tres en redondo con su trincherilla, un natural ligado con el kikirikí, una tanda de cinco en redondo ligados sin un rizo ni violencia y abrochados con un desplante, otra tanda todavía cuando ay parecía todo dicho y hecho. Los tiempos entre golpes, clave en toda la escena, fueron los que el toro parecía pedir como aire. Y hasta una manera de torear, no pausas ni paseos de pasarela. Sin terreno determinado, sino donde y cuando mejor convino cada cosa. La escuela sevillana, el llamado toreo eterno. Una riqueza apabullante. Iba a cambiar Morante de espada y le pidieron que se pusiera por la mano izquierda. Aceptó. No fue la mejor idea. Aplomado, el toro se empezó a resistir. Hubo un desarme y hasta el desarme se jaleó como parte del duende. Y también hubo algún muletazo a cámara lentísima, el mismo asiento tan memorable y enterizo, un cambio de mano después de dos singulares ayudados para cuadrar al toro y… Encogido, el toro no dejó a Morante pasar con la espada. La estocada entró al segundo viaje. Cuando dobló el toro, sonó el aviso más impertinente de la feria. Una oreja. Una vuelta al ruedo de natural torería. Le pidieron a coro que diera otra. Se negó. Saludó desde los medios con rendida gratitud de artista comprendido. Y fue, en fin, un “¡…y ahí queda eso!” en toda regla. Una cumbre”.

Zabala de la Serna (Fuente: diario Abc).
“Los lances se desplegaron como pétalos de empaque y sabor apaulado, mecido el viaje, dormido el lance. Veinticuatro mil gargantas cabreadas de pronto enroquecieron. Oles como cañonazos al viento. Y despertó el dios del toreo. No hay plazas a la contra que no se conmuevan con la verdad que liberan unas muñecas, una cintura, un pecho y un compás soñados. Galleó el genio de La Puebla por chicuelinas no al uso, sino voladas tanto con una mano como la que se queda sobre el eje que gira. Y la media fue bárbara. Creíamos de nuevo en los milagros. Pero no habíamos contemplado la gran obra del creador sevillano: un quite a la VERÓNICA (Vera Icon) en honor a los grandes del capote de todas las épocas habidas y por haber... La vida es mojarse: yo es lo mejor que he visto en el toreo de capa en mi vida. Hubo una verónica por el pitón izquierdo, la tercera o la cuarta del quite, de aquí a la eternidad, lenta, callada, estremecida, que levantó el edificio arrancándolo de sus cimientos. Al infierno que te vayas, yo me voy a ir contigo,porque yendo en tu compaña,llevo la gloria conmigo... Se lo cantaron a Cagancho en una soleá trianera. Los tendidos se precipitaban, se agitaban, se convulsionaban ante la revolución morantista. Todo lo que diga está de más, las luces de los genios siempre prenden. La media verónica a pies juntos fue la coda precisa, enroscado el toro en vuelta abelmontada. Cayeron ramas de romero, un éxtasis colectivo sobre la arena. Morante se rompió. Otros versos sueltos por chicuelinas, otros apuntes alados. No picó al juampedro, y aun así el toro se le venía abajo explotado en la calma de un mar de olas que nacían del Sur. La derecha encajada en cintura a juego con el mentón, torerísima, a otro punto de velocidad del capote. Un kikiriquí, el deseo de sentirse con la izquierda, el deseo interruptus con el toro entregado, muy cruzado y provocador Morante. Habría que quemar los reglamentos como libros herejéticos en la Inquisición: ¿quién no se hubiera llevado ayer a Morante de la Puebla a hombros por la calle de Alcalá? ¿Cuándo vamos a ver torear así con el capote otra vez? Esta noche, esta noche, en la madrugada. Una oreja fue lo de menos. ¿Una oreja como cuáles otras? Las lágrimas de Morante regaron el crepúsculo, que sólo transmuta en amanecer lo puro”.

Rafael Cabrera Bonet (Fuente: cope.es).
“Cuando el gusto, el clasicismo, lo eterno, surge del embrujo mágico de un capote, teñido en el vuelo de la tarde, la naturalidad lo invade todo y la maestría se impone a las dificultades nacidas de la brutalidad, del descaste, se eleva lo que antaño fuese sólo lucha, lid o burla a la más estética de cuantas artes efímeras puedan existir. En definitiva, y en un par de palabras: nace el toreo. Y eso es lo que hemos podido gozar esta tarde, a rachas, a ráfagas, como la refrescante brisa ansiada en tarde bochornosa y plomiza como la de hoy. Gris plomo, algo arromerado, en lo climatológico; gris plomo, hacia lo cárdeno oscuro, en el juego insufrible del ganado. Y la brisa refrescante nacida del vaivén de un capote y de una muleta singular, ha venido a aligerar los sofocos que traían consigo unos animales sin clase ni casta, sin trapío ni fuerzas, que aun fueron remendados con peor materia prima que la original. Ráfagas de toreo, en conclusión, que no necesitaron de continuidad para aliviar y refrescar la idea imperecedera de lo que es y supone el toreo, lo que busca cualquier aficionado. Bastaron unos cuantos capotazos, un par de series con la derecha y algunos muletazos sueltos, para cambiar el panorama de la feria de San Isidro, y recordarnos que el verdadero arte de torear consiste en otra cosa muy distinta a la rutina del derechazo y natural fuera de cacho y con el pico, perdiendo terreno, que vemos de manera constante en cualquier coso. El verdadero arte pasa, ante todo, por la naturalidad, aunque a veces el barroquismo nos inspire páginas cargadas de sabor, pasa por el citar en la rectitud o sobre un pitón, consiste en el alarde de valor en el momento justo, el cite con la muleta por delante, el pasarse los toros por la faja –y no por donde vimos en el último vespertino-, en mandar sobre el camino que debe seguir el toro –y no acompañarlo en su viaje hacia las afueras-, en templar –evitando tropezones antiestéticos de la muleta-, en rematar los lances a la espalda para intentar volver a ligar si es posible. Eso lo consiguió el de la Puebla en un par de series con la diestra en el cuarto bicho de la tarde, y lo hizo también con el capote en ese mismo, mostrando hasta qué punto el arte del toreo se encuentra entre las más excelsas manifestaciones estéticas del hombre”.