viernes, 7 de enero de 2011

Al relance... nueva columna de colaboración por el Dr. Jaime de Rivero Bramosio

Los catastrofistas de la fiesta
por Jaime de Rivero Bramosio

El catastrofismo es un recurso fácil y perverso que se utiliza para justificar una inconformidad 
o la propia ignorancia.  
O también, la pérdida de entusiasmo de los qué más han vivido.

Muchos cronistas y aficionados han sucumbido ante el impulso catastrófico que los lleva a denunciar la decadencia de la fiesta, siempre apelando a un pasado glorioso en el que, supuestamente, el espectáculo gozaba de una grandeza arrebatada. Se dice que los toros ya no son como los de antes, que ya no se pica, no se torea y que todo es un remedo de lo que era.

En la revista 6 Toros 6, José Carlos Arévalo definió al aficionado catastrofista, como aquel que basa su prestigio en decir a los demás que ya nada vale la pena, que la fiesta no es la que fue, ni los toreros tienen valor, ni el público el menor conocimiento ni, por supuesto, los toros el más mínimo peligro. El discurso pesimista se escuda en la incierta telaraña del pasado, vivido con otro espíritu y que las personas tienden a idealizar con la complicidad del tiempo y de la fragilidad de la memoria.

El catastrofismo no es una nueva tendencia ni moda pasajera. Es un componente propio de la fiesta, tan añejo como sus aficionados, y que resurge vigoroso en etapas de mayor auge. En 1900, Mariano del Todo y Herrero escribió en la revista española La Lidia: “De aquí la espantosa decadencia del espectáculo. Todos los toreadores que hoy subsisten como no tienen excepcionales condiciones de lidiador que a Guerra, adornan, hacen el espectáculo una parodia y de la plaza un continuo herradero, convirtiendo a las corridas de toros en insoportables capeas”.

En los tiempos dorados de Joselito y Belmonte, Don Ventura dijo en España: “Las corridas de toros por lo que al factor principal se refiere, han degenerado tanto que llevan camino de venir a parar en ridícula parodia. Los toreros quieren chotos sin fibra, sin nervio, que lleguen a sus manos muertos por los picadores.”

En los sesentas, Antonio Díaz Cañabate escribió: “Mala época me ha tocado historiar (…) la fiesta de los toros insípida, lo que nos quedaba por ver! ¡Lo soso en vez de lo gallardo! Las mujeres y los turistas en el sitio de los aficionados! (…) van a ellas como quien acude a un circo, porque, en verdad, de circo es el espectáculo.” Veinte años después el viejo “Cañas” diría: “Es un deber constatar la mediocridad y decadencia de esta última época de la tauromaquia”.

Al parecer, para algunos revisteros de ayer y de hoy, la fiesta siempre estuvo en decadencia. Siempre hubo un pasado superior. Sin embargo, es desconcertante descubrir que aquel tiempo idealizado no habría sido tal, pues también había quienes en esos momentos proclamaban la decadencia.

Nuestra afición no ha sido ajena a este recurso. Hace poco, un amigo que fue abonado de muchos años de Acho, comentó que él se había alejado porque ni los toros ni los toreros tenían el pendón de aquellos que había visto décadas atrás.

Curiosamente en 1942 cuando esta persona se iniciaba en la afición, Raúl Aramburú Raygada “Muletazos”, escribía en La Prensa: “La verdadera afición a los toros ya no existe en Lima. Actualmente se llenan los tendidos de Acho de snobs. Aquella afición de la época del padre de mi colega y del mío, pasó a la historia”.

En 1944, el gran aficionado Francisco Graña Reyes, opinó: “Creo que los aficionados de antes eran menos numerosos pero estaban mejor enterados del arte y poseían sincero fervor que los de hoy.”(Revista Acho)

Ese mismo año, en el ocaso de su vida, Fausto Gastañeta “Que se vaya”, también expresó su malestar: “Antiguamente se lidiaban toros, actualmente no se lidian toros, sino bichos insignificantes (...) Creo que el toreo que se practicaba antaño era más honrado, entre el toreo de antaño y hogaño exista la enorme diferencia de que antes se toreaban toros y ahora se torean bichos que se caen solos...” (Diario El Comercio)

Pero al revisar las crónicas de la época gloriosa invocada por estas tres personalidades, grande es la sorpresa al leer a Daniel Ramírez Puente “Frescuras”, en la revista Toros y Toreros de 1916: “Una de las pruebas más contundentes de la actual decadencia del arte es la facilidad con que los Cúchares modernos hacen uso de las ventajas, siempre iguales cualquiera sea la condición del toro que lidia”.

Y lo más desconcertante: en 1909, el mismo Gastañeta afirmaba “Yo no pretendo comparar el público de Madrid con el de Lima, sería ridículo; porque todo lo que tiene aquel de inteligente, imparcial y digno lo tiene éste de ignorante y amoroso”.

El catastrofismo ha tenido una influencia notable en la crítica de los últimos cien años, al haber dado la apariencia –salvo algunas excepciones- de que todo hubiese andado mal. Esto a espaldas de la evolución de la fiesta que no es advertida por los que la dañan con opiniones catastrofistas. Estoy seguro que en treinta años se volverá a decir lo mismo, pero esa vez será añorando la era de Ponce, Juli y Tomás. El catastrofismo es un recurso fácil y perverso que se utiliza para justificar una inconformidad o la propia ignorancia. O también, la pérdida de entusiasmo de los qué más han vivido. Es nefasto y desprestigia a la fiesta desde adentro, desvirtuándola sin ningún fundamento. Por principio, no comparto aquello de que todo tiempo pasado fue mejor. La fiesta debe valorarse en su momento; los usos y costumbres varían con su evolución que no se detiene. Mientras los toros puedan matar a los toreros –y esto no ha cambiado-el espectáculo mantendrá su vigencia, valor y significado. Aún así, catastrofistas habrá siempre.