viernes, 16 de abril de 2010

La grandeza del toreo en un brindis interminable en Sevilla.

Por Pedro Abad-Schuster

Conversé con Antonio Barrera hace 10 años, luego de una corrida en la Plaza Monumental de Playas de Tijuana-México, que este 2010 cumple 50 años de inaugurada (honor al Mayor López Hurtado, que en la gloria esté, y a toda su familia). El torero sevillano había tenido una actuación sensacional aquella tarde. Le felicité al salir del ruedo y le pregunté que hasta dónde pensaba llegar en el toreo. Me dijo que dependía que le respetaran los toros. Con el correr del tiempo, Antonio Barrera tuvo un período de muchas cornadas en exceso y largas recuperaciones, para luego entrar a una etapa en que los toros le han dejado de herir, le respetan, como lo hace la afición taurina. La gesta de ayer: Antonio Barrera hacía el paseíllo, mientras su padre yacía de cuerpo presente en el velatorio sevillano de Alcalá de Guadaira. Es muy serio que en circunstancia tan adversa, un hombre se vista de luces para someterse al veredicto sumarísimo del toro, para jugarse la vida sin trampa ni cartón a cambio de una gloria casi nunca alcanzable. Hay que estar hecho de otra pasta para superar un acontecimiento tan triste como el que ayer le tocó a Antonio Barrera. Y Sevilla, tan señorial y generosa, guardó un minuto de silencio al final del paseíllo; y una cerrada ovación obligó al torero a salir al tercio para agradecer el apoyo. Cuando los clarines anunciaron el último tercio, Barrera encaminó sus pasos hacia el centro del ruedo, levantó la mirada hacia el cielo y Sevilla, con los vellos de punta, le acompañó en un brindis interminable. También en el cariño se manifiesta la grandeza del toreo. Fuente: el país.