Foncho Simpson y Flavio Carrillo firmaron lo más destacado del festival celebrado en Mamacona con motivo de la clausura del concurso nacional de caballos de paso. Cada uno se llevó doble trofeo y otro más el aficionado Enrique Sifuentes. Freddy Villafuerte y Aníbal Vásquez se fueron de vacío. El ganado: 1º y 2º de Apóstol Santiago, con poca fuerza, destacó el 2º, tuvo calidad y nobleza pero muy débil; el 3º de Camponuevo fue aplaudido en el arrastre; el 4º de El Olivar, rajado; 5º de La Pauca, encastado y de embestida algo descompuesta.
Con evidentes progresos abrió la tarde el aficionado práctico Enrique Sifuentes, con mucho valor y entrega recibió de rodillas en una larga cambiada al 1º de Apóstol Santiago que no tuvo fuerza, tuvo poco recorrido pero si nobleza y se dejó torear de muleta, en faena larga, a media altura, aplicando Sifuentes mucho pulso al conducirlo. Lo despachó de media estocada.
Villafuerte tuvo un novillo con clase para embestir que aguantó faena larga porque lo trasteó con mucho mimo para que no doblara las manos por la evidente debilidad que manifestó hasta en dos ocasiones. Esa condición quitó transmisión a los tendidos de lo que ocurría en el ruedo. Villafuerte estuvo pulcro y templado, con muletazos largos vaciados siempre hacia arriba. Pinchó y luego en sus otras dos entradas dejó la espada contraria y atravesando en el mismo sitio al animal. Fue silenciado.
Carrillo despachó uno de Camponuevo que sí aportó emoción porque fue alegre y repetidor, muy pronto al embestir y acaso condicionó el “ritmo” de la faena pero permitió importancia a la labor de su torero. Galopó y aunque protestaba los muletazos, fue conducido con firmeza y con temple, poniéndole siempre la muleta en la cara para ligar los pases. Con la zurda en la primera tanda se dejó tropezar el engaño. Luego optó por dejárselo venir de largo y aguantar en los medios, y creció el toreo. La estocada fue de antología. Por ejecución, rectitud, entrega y resultado. Sólo ella le hacía merecedor a un trofeo. Con justicia paseó los dos.
Sin suerte estuvo Aníbal Vásquez, el animal de El Olivar no le permitió lucimiento. Topó las telas y buscó el abrigo de las tablas, intentó torearlo en los medios pero no hubo manera. Optó por abreviar.
Reaparición en Lima, camina firma a su alternativa en Acho
Con evidentes progresos abrió la tarde el aficionado práctico Enrique Sifuentes, con mucho valor y entrega recibió de rodillas en una larga cambiada al 1º de Apóstol Santiago que no tuvo fuerza, tuvo poco recorrido pero si nobleza y se dejó torear de muleta, en faena larga, a media altura, aplicando Sifuentes mucho pulso al conducirlo. Lo despachó de media estocada.
Villafuerte tuvo un novillo con clase para embestir que aguantó faena larga porque lo trasteó con mucho mimo para que no doblara las manos por la evidente debilidad que manifestó hasta en dos ocasiones. Esa condición quitó transmisión a los tendidos de lo que ocurría en el ruedo. Villafuerte estuvo pulcro y templado, con muletazos largos vaciados siempre hacia arriba. Pinchó y luego en sus otras dos entradas dejó la espada contraria y atravesando en el mismo sitio al animal. Fue silenciado.
Carrillo despachó uno de Camponuevo que sí aportó emoción porque fue alegre y repetidor, muy pronto al embestir y acaso condicionó el “ritmo” de la faena pero permitió importancia a la labor de su torero. Galopó y aunque protestaba los muletazos, fue conducido con firmeza y con temple, poniéndole siempre la muleta en la cara para ligar los pases. Con la zurda en la primera tanda se dejó tropezar el engaño. Luego optó por dejárselo venir de largo y aguantar en los medios, y creció el toreo. La estocada fue de antología. Por ejecución, rectitud, entrega y resultado. Sólo ella le hacía merecedor a un trofeo. Con justicia paseó los dos.
Sin suerte estuvo Aníbal Vásquez, el animal de El Olivar no le permitió lucimiento. Topó las telas y buscó el abrigo de las tablas, intentó torearlo en los medios pero no hubo manera. Optó por abreviar.
Reaparición en Lima, camina firma a su alternativa en Acho
Simpson se presentaba a exámen ante la afición de Lima luego de su pre-temporada a la sombra del maestro Enrique Ponce. Siendo así, que lamentable las pocas caras conocidas de los "aficionados" de Acho vimos (y luego reclaman "afición"). No hay duda que los progresos de Foncho son evidentes. Por seguridad, disposición, firmeza, ideas claras y, sobre todo, por cómo encaró el toreo gustándose en cada pasaje.
Gusta de lancear a pies juntos y así lo hizo hasta los medios donde cerró con un torero recorte a una mano. Pero si se me permite, preferiría que nos regalara, o lo intentara, un mecido toreo a la verónica como saludo a la bestia. Se percató de la embestida descompuesta del pupilo de La Pauca, que venía con fuerza.
No era fácil hacerse con él. Inició con rodilla flexionada sin someter, ganando los medios y la confianza del animal. Luego le enjaretó series de mucho poder y temple, aplicando su tiempo a la embestida y frenando la del animal en su muleta. Esa fue la clave.
De ahí en más, el toreo de profundidad y gusto surgió y encontró eco en el público, bastante frío hasta ese momento. Encajado, asentado y con firmeza aplicó el repertorio poncista, muy bien asimilado, como el muletazo que con pierna flexionada y luego un cambio de mano alarga hasta el circular que parece eterno; o aquellos cartuchos de pescao, muleta plegada en la zocata para citar de largo y de frente, uno a uno, con evidente exposición. Todo con elegancia. Hasta cerrar con bernadinas ceñidas al traje corto de festival, inmaculado en blanco en comunión con su condición también de criador de caballos. Certero con la espada aunque demoró en caer al animal, con total merito recibió dos orejas que paseó a la luz de una Luna, que en cuarto creciente, aguaitó taurinamente su labor.
Enhorabuena a los organizadores porque un año más nos hacen disfrutar de la trilogía criolla. Toros, caballos de paso y gallos. ¡Ese es el Perú, señor!
Gusta de lancear a pies juntos y así lo hizo hasta los medios donde cerró con un torero recorte a una mano. Pero si se me permite, preferiría que nos regalara, o lo intentara, un mecido toreo a la verónica como saludo a la bestia. Se percató de la embestida descompuesta del pupilo de La Pauca, que venía con fuerza.
No era fácil hacerse con él. Inició con rodilla flexionada sin someter, ganando los medios y la confianza del animal. Luego le enjaretó series de mucho poder y temple, aplicando su tiempo a la embestida y frenando la del animal en su muleta. Esa fue la clave.
De ahí en más, el toreo de profundidad y gusto surgió y encontró eco en el público, bastante frío hasta ese momento. Encajado, asentado y con firmeza aplicó el repertorio poncista, muy bien asimilado, como el muletazo que con pierna flexionada y luego un cambio de mano alarga hasta el circular que parece eterno; o aquellos cartuchos de pescao, muleta plegada en la zocata para citar de largo y de frente, uno a uno, con evidente exposición. Todo con elegancia. Hasta cerrar con bernadinas ceñidas al traje corto de festival, inmaculado en blanco en comunión con su condición también de criador de caballos. Certero con la espada aunque demoró en caer al animal, con total merito recibió dos orejas que paseó a la luz de una Luna, que en cuarto creciente, aguaitó taurinamente su labor.
Enhorabuena a los organizadores porque un año más nos hacen disfrutar de la trilogía criolla. Toros, caballos de paso y gallos. ¡Ese es el Perú, señor!