Aquí un conmovedor relato de Vicente Sánchez López, incluido en el concurso de relatos convocado por segundo año consecutivo por Taurodelta. Se trata contar experiencias, anécdotas, conversaciones con enjundia, semblanzas de personajes y momentos especiales vividos en la plaza madrileña.
Los toros bravos también lloran
Los toros bravos también lloran
Nunca podré borrar de entre mis recuerdos la tarde del 1 de junio de 2005. Ese día se lidiaban toros de Adolfo Martín, el sobrino de Victorino, y yo había viajado muy ilusionado desde mi Salamanca del alma hasta Madrid para ver las dos corridas de sangre Albaserrada que se anunciaron en la última semana de la feria de San Isidro de esa temporada.
La corrida transcurría sin nada que destacar hasta que pisó el albero de Las Ventas un toro llamado Madroñito, herrado con el número 59 y nacido en diciembre de 2000, de hechuras perfectas y perteneciente a una de las reatas más importantes de su encaste. Su forma de embestir al capote, pero, sobre todo, la manera de arrancarse al caballo de picar, son el mejor ejemplo de bravura que he vivido en Madrid.
El bueno de Fernando Robleño se vio desbordado ante tanta casta; el toro se arrancaba con todo, no se cansaba, y mientras el matador iba a por la espada desesperado porque sabía que se le había ido un astado de triunfo, me fijé detenidamente, con la ayuda de los prismáticos, en los ojos de Madroñito (porque la bravura también se refleja en los ojos) y me encontré con algo más hermoso que una simple mirada: el toro estaba llorando.
Me emocioné al ver las lágrimas de un toro bravo que seguro sabía que no iba a ser premiado como merecía - se le debió dar la vuelta al ruedo-. Aplaudí a rabiar cuando lo arrastraban las mulillas porque las lágrimas del astado de Adolfo fueron la mejor prueba de su bravura.
Vicente Sánchez López