miércoles, 18 de mayo de 2011

José María Manzanares y la leyenda del tiempo

El Mundo/AGUSTÍN DÍAZ YANES
18/05/2011

El sueño va sobre el tiempo/ flotando como un velero.

Desde hace más de un siglo -desde Belmonte para ser precisos- los toreros viven obsesionados con el sueño de detener el tiempo. De torear muy despacio para alargar la duración del ahora, ralentizando el instante, parando los corazones. Por alguna extraña razón, algunos lo han logrado con el capote, muy pocos con la muleta. Los más fanáticos lo han pagado con su vida.

Para alcanzar ese imposible, el torero necesita al toro. Un toro que se rebele contra la tiranía del tiempo cósmico. Un toro que sin renunciar a su fiereza, a su movilidad, a su peligro, embista contra el tiempo. Un toro filósofo. También desde hace un siglo los ganaderos viven obsesionados con criar ese toro.

El pasado 30 de abril en la Maestranza de Sevilla -una plaza con un tempo torero muy especial-, Arrojado de Núñez del Cuvillo y José María Manzanares dieron un paso más en la ya larga historia de lucha sin cuartel entre toros, toreros y tiempo.

Pero como dijo el filósofo: «No hay tiempo sin hombre». Y el hombre, el artífice del milagro se llama José María Manzanares. Hay que ser un torero excelso para torear bien a un toro extraordinario -quizá la prueba más decisiva a la que tiene que enfrentarse un matador de toros-, y Manzanares lo es. Por orígenes, por hechuras, por gusto, por pureza, por composición y, naturalmente, por valor.

Pero, para torear tan despacio como toreo Manzanares el 30 de abril, para parar los corazones y suspender el tiempo haciendo abstracción del peligro, hay que ser un torero muy especial. Un torero que cumple con sus obligaciones, que no son otras que dar un paso más en esa larga marcha que empezó cuando sus predecesores pensaron que con un trapo rojo sujeto por un palillo podían parar el movimiento, someter a la fiera.

Me resulta imposible fijar con palabras lo que ocurrió en Sevilla el 30 de abril. Sí noté, que en un momento dado los óles del público se quedaron cortos en el tiempo al cantar la despaciosidad de los muletazos de Manzanares. Y que los espectadores nos tuvimos que atemperar y alargar nuestro júbilo en uno de sus pases de pecho. Ése, para mi gusto, fue el mejor homenaje.

Cada cierto tiempo un toro y un torero llaman a la puerta del toreo para abrirla al futuro. Manzanares y Arrojado lo hicieron. Quizá sin que seamos conscientes del todo, gracias a Núñez del Cuvillo y a José María Manzanares ya estamos toreando en el futuro. Ójala que así sea.

Agustín Díaz Yanes es cineasta.