martes, 31 de mayo de 2011

Madrid. Las claves de Moncholi de hoy

Un pepino y un pepino: un pepinazo
MIGUEL ÁNGEL MONCHOLI

Está revuelta media Europa a causa de los pepinos españoles. Pero, lo siento, un pepino y un pepino no siempre son dos pepinos, sino que pueden ser un auténtico pepinazo.

Este de los toros no es el espectáculo más nacional como dice el tonto de Zapatillas, sino el más democrático. Esa es una de sus virtudes y en tardes de Puerta Grande como la de César Jiménez, el resultado puede no ser compartido, pero es una realidad a respetar.

Lo primero que debemos valorar es la corrida: de Peñajara. Nada de vulgaridades bobaliconas de encastes que tanto gustan a las figuras divinas. Apuntarse a esta corrida, aunque sea porque no había otra, ya es para merecer un respeto.

En segundo lugar, que segundo Peñajara fue un gran toro. Un toro con el que debe costar ponerse delante. Muy exigente por pronto, noble, encastado... Un toro tan aparentemente fácil que invita al público a ponerse de su parte. Y de repente, el mismo que ya dio la cara con los samueles, se fue al tendido 5, se puso de rodillas e inició una faena basada en el pitón bueno, el derecho. Y esa fue la clave, la firmeza de César Jiménez. Menos afectado que años atrás. Y que por hacerlo delante de un encastado Peñajara tiene mérito.

Sin perder la referencia del criterio democrático, lo cierto es que se pidió la oreja mayoritariamente. Aguantó el presidente y hasta el último segundo no la concedió.

En quinto lugar salió el sobrero de Carmen Segovia, manso, encastadito, rebrincado y con la cara alta. Pareó Jesús Arruga con acierto, lo cual también influyó a favor. Y el fuenlabreño hilvanó una faena por los dos pitones que concluyó con buena entera. ¿Cómo? Sin cruzarse, al hilo del pitón, se dice ¿Por qué? Porque si se cruzaba se quedaba sin toro. ¡Ah! Y perfilero. Que también. ¿Y con un peñajara? No, con uno de Carmen Segovia. Entonces ¿se mereció la oreja? Pues para este columnista, no. Entonces ¿por qué se le concedió? Porque hubo petición mayoritaria ¿Y por qué mayoritaria? Pues, perdóneseme por la imprudencia, pero entre otros motivos por predisponer al público mayoritario a su favor. ¿Cómo? Pues por ponerse en contra el público minoritario.

Y es que en esto de la democracia, si bien no siempre la mayoría tiene razón, al final es la que gana; por muy equivocada que esté, por mucho que no se esté de acuerdo y por mucho que no sepa valorar lo que ha visto.

Y así, por mayoría, el presidente la concedió. Y César sumó la segunda oreja. El segundo pepino. Y con ello pegó un auténtico pepinazo.