Por Pedro Abad-Schuster
Conocí a Ignacio Solares en la Plaza Silverio Pérez de Texcoco un 4 de diciembre de 2005, corrida en que salieron a hombros el maestro valenciano Enrique Ponce (dos orejas), Miguel Espinosa Armillita Chico (dos orejas) y Zotoluco (dos orejas), con Montecristo. Ignacio Solares ha sido Juez de Plaza de La México, autor de libros, y Director de “La Revista” de la UNAM. Extractos de su reciente artículo sobre la problemática de Barcelona, a continuación.
< Es obvio que el toro de lidia es una reliquia valiosísima y tan única que resulta casi inconcebible en los tiempos modernos que sólo se conserva en donde hay corridas. Quienes atacan la fiesta en nombre del amor a los animales deberían tener presente que, sin esa fiesta, esta hermosa y singular especie zoológica simple y sencillamente ya habría desaparecido sin remisión. Pero el argumento no convence a los anti taurinos, por eso insisten en la prohibición, sin percatarse de que con ello alientan y fortalecen al espectáculo y a quienes gustan de él. Sucede en todos los órdenes de la vida. No hay mejor forma de volver best-seller a un libro que censurarlo. La pornografía nació a partir de la prohibición de los desnudos femeninos. La iglesia católica, especialista en censuras y prohibiciones, sabe bien de este problema psicológico.
En México lo hemos vivido taurinamente en un par de ocasiones. Primero con Benito Juárez. El 7 de diciembre de 1867 se publicó en El Monitor Republicano un decreto que anunciaba: “El Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos a los habitantes del DF: en uso de las amplias facultades de que me hallo investido, he tenido a bien prohibir entre las diversiones públicas de la ciudad, las corridas de toros”. Y, en efecto, lo tuvo a bien, porque el 17 de diciembre de 1886 —diecinueve años después—, la Cámara de Senadores publicó un nuevo decreto que abolía el anterior y volvió a permitir las corridas de toros en el Distrito Federal. Se construyó una plaza más grande, la San Rafael, y al mes siguiente se inauguró con un lleno espectacular. El público, enfervorecido, gritaba “¡Ora Ponciano!”, dirigido a su torero consentido, Ponciano Díaz. Grito que se extendió popularmente a situaciones de extrema alegría, arrojo o peligro. El 7 de octubre de 1916 Venustiano Carranza volvió a prohibir las corridas de toros en el DF. En el decreto se aclaraba: “Se debe despertar en la población sentimientos altruistas, elevando su nivel moral y erradicando los hábitos inveterados que provocan lo contrario. Entre ellos figuran en primer término las corridas de toros que, a la vez ponen en gravísimo riesgo sin la menor necesidad la vida de un hombre, se causan torturas, igualmente sin objeto, a los pobres animales. Además, los toros promueven sentimientos sanguinarios que, por desgracia, han sido baldón en nuestra raza a través de la historia”.
Como se verá, el estilo y los argumentos son parecidos a los que ahora esgrimen en Barcelona los antitaurinos. Lo que pasó, sin remedio, es que todas las plazas de los alrededores empezaron a llenarse, y cuando Venustiano Carranza fue asesinado, en mayo de 1920, de inmediato fue derogado el decreto que prohibía las corridas de toros en el Distrito Federal, que renacieron con un esplendor inusitado. Cuando se reabrió, al mes siguiente la plaza del Toreo, con Juan Silveti en el cartel, la gente literalmente se daba de golpes por adquirir un boleto. Luego vendría la rivalidad antológica entre Rodolfo Gaona e Ignacio Sánchez Mejías.
Y bueno, basta recordar que el 5 de julio de 2008 José Tomás agotaba las entradas de la Monumental de Barcelona (veinte mil localidades) en sólo tres cuartos de hora a partir de que se abrieron las taquillas, con una reventa de tres mil euros por barrera. La prohibición entrará en vigor el primer día de 2012 según se dice. ¿Qué va a suceder si el domingo anterior anuncia la Monumental a José Tomás en el cartel? Es la metáfora de la Barcelona taurina y la antitaurina. (Fuente: el universal.mx).
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