Por Francisco Luis Villanueva Orihuela
Fue hace cincuenta años, un 20 de febrero de 1966 en el marco de las conmemoraciones por los doscientos años de nuestra plaza limeña del Acho, que el Maestro de Ronda realizó la que es considerada, por los aficionados de antaño y los muchos herederos de los mismos, la faena más sublime que se haya ejecutado en el albero del Rímac.
No en vano Manuel Solari Swayne, nuestro “Zeñó Manué” escribió entonces: “Se dice en Lima, y con razón, que la faena de Ordoñez es histórica. Y lo es. Porque con una sencillez impresionante, practicando el toreo puro –adelantando el engaño, cargando la suerte, jugando suavemente con los brazos, corriendo la mano, templando, mandando, rematando pulcramente los pases- logró lo que sólo consiguen, jugándose el tipo a cara o cruz, encandilar a la multitud, arrebatarla, hacerla delirar. Allí está la ovación incontenida coronando doscientos años de historia”.
Y es que, en el verano de 1966, con motivo del Bicentenario de Acho, se organizó un ciclo ferial de tres corridas de toros y un festival. Partieron plaza aquel domingo 20 de febrero –último festejo- Antonio Ordoñez, Paco Camino, Santiago Martín “El Viti” y Manuel Cano “El Pireo” para estoquear ocho astados de las ganaderías de Javier Garfias (mexicana) y La Pauca (peruana). Los toreros y sus cuadrillas hicieron el paseíllo desmonterados, en muestra de respeto a la plaza de toros más antigua de la América taurina.
Cabe precisar que el Maestro de Ronda había vuelto a los ruedos un año antes, luego de tres años de un retiro que decidiera en nuestra Feria del Señor de Los Milagros de 1962, una temporada de contrastes para Ordoñez, porque obtuvo el Escapulario de Oro pero a la vez derramó lágrimas de auténtica vergüenza torera mientras el señor aficionado Fernando Graña Elizalde bajó al ruedo del Rímac para cortar la coleta del rondeño cerrando una tarde en la que fuera abroncado estrepitosamente, y acaso fuera razón suficiente para decidir en ese momento su alejamiento de los ruedos.
Razón quizás que, por aquel entonces, hacía correr el rumor que don Antonio no quería volver a Lima, que Lima no quería a Ordoñez, que Acho no le perdonaba nada al torero favorito de Ernest Hemingway.
Sin embargo, el peso taurino y el peso de su historia se impusieron, y precedido de su intacto cartel de lidiador extraordinario, el Maestro fue convocado para hacer el paseíllo en dos corridas, la primera y la última, de aquella Feria Bicentenaria.
Queda en la anécdota que el torero de Málaga celebró su cumpleaños en nuestra ciudad, el día 16 con la mente puesta en el compromiso que representaba su reaparición en nuestra plaza.
Y llegó el señalado día. Era el domingo 20 de febrero de 1966, don Antonio Ordoñez pisaba otra vez aquel patio de arena para cruzarlo y dejarse ver por el portón de cuadrillas del Acho, enfundado en un destellante traje azul y plata. Hizo el paseíllo sintiendo la mirada de los 14,000 espectadores que abarrotaban la plaza, sintiendo acaso la necesidad de devolverles con orgullo taurino y enjundia, su arte. Todos fueron testigos de su hambre de triunfo apenas desplegó su capote para saludar con sus inconfundibles verónicas al primero de aquella tarde, “Carnaval” de Garfias. Lo que vendría después sería la cumbre del torero, apuntada líneas arriba en la prosa más que señera de “Zeñó Manué”. Sólo resta decir que la faena obtuvo las orejas y el rabo del bravo toro mexicano y por sublimar el arte del toreo en esta Catedral americana, se llevó como recuerdo un “Torito de Pucará”, símbolo peruano y trofeo otorgado al triunfador de aquella temporada única del Bicentenario de Acho. Pasarán 200 años más para que otro diestro pueda contarlo en su palmarés, dicen que el rondeño comentó aquella vez. Esa era la importancia.
Han pasado cincuenta años desde aquella tarde, ya consagrada como efeméride taurina en los anaqueles de nuestra historia, se siente y se vive hoy más fervorosamente frente al silencio doloroso en que han sumido a nuestra plaza la ignorancia y la indiferencia para con su historia de parte de aquellos que tienen las riendas de su administración impidiendo con su ineptitud que su arena, burladeros y tendidos sean testigos de festejos taurinos que rememoren la gesta de Ordoñez.
Hoy, cincuenta años después de aquella temporada bicentenaria de faena gloriosas, los aficionados que amamos nuestra tradición taurina evocamos con orgullo ese domingo 20 de febrero de 1966 colmado de expectativa, ilusión, olés y afición, esa misma afición que ha logrado mantener intacta la pasión que nos compromete a no dejar pasar jamás el recuerdo de tardes como la que ésta crónica ha querido reseñar para todos aquellos aficionados que llevamos enclavada la historia de nuestra plaza de Acho en lo más profundo de nuestro corazón, de nuestros sentimientos taurinos.
Fotos Revista Caretas