La tarde se había precipitado por el despeñadero de la grande y vacía corrida de Peñajara. Cuando saltó el sexto con esa alzada de caballo de picar -alguien debería explicar estos criterios desnortados y sin sentido-, la mayoría tiramos la esperanza por el sumidero de la desilusión. Todos menos Luis Bolívar. Admirable y estupendo ejercicio de fe el suyo.
A Bolívar le funcionaron las neuronas toreras con madurez. Entendió los terrenos -el toro amagó con fugarse a tablas nada más abrir faena con un muletazo por alto- y lo alejó de la querencia tras sujetarlo con unas dobladas; administró los tiempos entre las asentadas tandas con sabia paciencia; y halló la distancia, la altura y la velocidad idóneas. La mansona bonanza del de Peñajara la fue extrayendo con la mano derecha, sin dejarle ver más que muleta, con el sello del buen gusto y las cosas bien hechas.
Los naturales transcurrieron luego en la altitud media, largos, cosidos con la exactitud de los pasos perdidos. Seriamente toreros los adornos hacia los adentros como coda de obra, un trincherazo hondo, sentido como un cambio de mano anterior que aún revoloteaba en la memoria del paladar. El colombiano se tiró a matar con la misma fe que le había mantenido a flote, y cobró una estocada delantera de mortífero efecto. La oreja cayó por su propio peso.
A Bolívar le funcionaron las neuronas toreras con madurez. Entendió los terrenos -el toro amagó con fugarse a tablas nada más abrir faena con un muletazo por alto- y lo alejó de la querencia tras sujetarlo con unas dobladas; administró los tiempos entre las asentadas tandas con sabia paciencia; y halló la distancia, la altura y la velocidad idóneas. La mansona bonanza del de Peñajara la fue extrayendo con la mano derecha, sin dejarle ver más que muleta, con el sello del buen gusto y las cosas bien hechas.
Los naturales transcurrieron luego en la altitud media, largos, cosidos con la exactitud de los pasos perdidos. Seriamente toreros los adornos hacia los adentros como coda de obra, un trincherazo hondo, sentido como un cambio de mano anterior que aún revoloteaba en la memoria del paladar. El colombiano se tiró a matar con la misma fe que le había mantenido a flote, y cobró una estocada delantera de mortífero efecto. La oreja cayó por su propio peso.