Sevilla, jueves 30 de abril de 2009. Lleno. 4 toros de Torrealta, de presencia diferente, juego desigual, los dos últimos con posibilidades en la muleta. 1 toro de Gavira (1º), inválido, que cumplió en varas y fue apuntillado al caerse en la muleta. 1 toro de El Serrano (2º), bien presentado, manso, noble y boyante. David Fandila, el Fandi, silencio y ovación. José María Manzanares, oreja y silencio. Alejandro Talavante, silencio en ambos.
La corrida de Torrealta se convirtió en Torrebaja con los tres iniciales; tres bichos inválidos de solemnidad, dos de los cuales fueron para chiqueros de vuelta. El tercero, igual de inválido, pero sin caerse tanto, no daría juego alguno en una flojedad extrema. Salió, en lugar del primero, el sobrero de Gavira que fue otro inválido solemne que se echó en la faena de muleta sin que nadie pudiese levantarlo, ¡sensacional! ¡Qué éxito ganadero y presidencial! Quinto y sexto embistieron, como el segundo, sin su clase, desde luego, y viniéndose algo a menos, pero al menos permitieron que se le hiciesen algunas cosas... A Manzanares le tocó en suerte el mejor toro del encierro pese a su flojedad; era el sobrero de El Serrano, de nombre Presidiario, con 595 en la tablilla maestrante, negro bragado corrido, delantero, y aunque manso, noble y boyante, pero con las fuerzas menos que justas (tras una voltereta inicial). Pero ¡cómo metía la cabeza en la muleta!, sensacional, con clase y suavidad, sin un mal derrote. El diestro alicantino lo templó y mando, al principio en paralelo, luego más en redondo, pero el bicho aguantaba los lances justos: tres, y a lo más el remate. Vimos un magnífico cambio de mano, cuando lo llevó más corto y más profundo, haciendo sonar la música. Con la zurda bajó enteros la faena: era ya la quinta tanda y el toro difícilmente aceptaba más de tres muletazos seguidos antes de aliviarlo con el de pecho. Retomada la diestra le dio los tres últimos pases en redondo, el bicho se cayó, dio el de pecho a verdadera cámara lenta, y le sobró otra serie final, excesiva. Hubiesen bastado unos adornos antes de entrar a matar, lo que hizo de una estocada entera, apenas desprendida, para verlo morir con casta, pero con intento de refugiarse en tablas. La oreja nos supo a poco, la verdad. En el quinto, Peñoncillo de apodo, con 558 kilos, castaño, algo tocado de puntas, que casi cumplió en varas y que embistió –algo brusco- para venirse a menos, no terminó de entenderlo. A mi juicio el toro necesitaba algo más de espacio y aprovechar esa inercia inicial, porque comenzó con alguna codicia y cabeceo, ensuciando la muleta, y al acortar distancias fue a menos, ensuciando los pases con aun más enganchones y tardeando demasiado. Ligó tres derechazos seguidos a media faena, pero ni con aquello tomó vuelo el asunto. Media arriba, en los mismos rubios lo hizo rodar como una pelota. cope