Por Ignacio de Cossío
Nadie puede definir el arte ni ser portavoz de la magia del toreo, pero si alguien esta cerca de este abstracto concepto ése es Manzanares. No se sabe a ciencia cierta si nació en la calle Betis o en la Alameda de Hércules, pero este torero es de aquí de forma natural o adoptado y claro Sevilla nunca olvida a sus hijos predilectos. Para contar la historia de cómo volvió a enamorar esta bendita tierra tendría que retrotraerme a la última faena de la tarde de ayer, la más esperada por sorpresiva y triunfal de las que nos han acontecido en la Maestranza hasta la fecha.
Aquel sexto toro de la tarde de nombre “Pañero” nos engañó a todos desde el primer puyazo. Parecía muy claro pero no era así sólo era un pose superficial y liviano de un gran perdedor. Hipócritamente tomó con fijeza y empuje anormal la vara del picador, para más tarde cantar lo que diría el famoso Gallo de Morón, pies para que os quiero. Moraleja, hay que huir del caballo como de la peste los moribundos, se dijo el toro. Pronto nos aclara Trujillo que el mejor pitón del toro es el izquierdo, José Mari lo sabe bien pero aguarda el preciso momento. No me lo explico, como toreó de bien el Manzana, parecía que horas antes de la corrida alguien debió leerle la cartilla con frases como:¡ Lo del viernes que no se repita!, ¡Tú eres torero siempre y no de tarde en tarde, cuidado y que no te encasillen!, ¡Rompe la feria que la Maestranza te espera!. Manzana que es un torero muy abúlico, depende de su estado de ánimo en cada corrida y para romper con todo ello no sólo escuchó a las musas, sino que se las trajo consigo escondidas en la sobra de su capote. Su figura era la escultura de una hoguera.
¿Acaso también pudo motivar su actuación la presencia en primera fila del toreo puro y auténtico del gran clásico de los toros, más conocido por El Juli? No lo sé y creo que no debiera de importarnos a tenor de aquel comienzo tan inspirador, rodilla en tierra, como el que conquista una tierra virgen para hilvanar un par de series en redondo donde cada muletazo era fácilmente superado en largura, empaque y temple por el inmediatamente posterior. La izquierda no se hace esperar tampoco, y nos invita a degustar el toreo al natural sin aditivos, colorantes ni conservantes, es la torería personificada en un hombre joven ardiendo entre ramas de olivo. En una muleta su figura crece cinco metros y ya nadie nos intimida más que él, ni el toro ni la noche, es el oráculo de la fiesta. No es posible su cintura se adelanta, cruje y se mece por un instante como un barco en alta mar, rompiendo las oleadas del ingobernable animal bajo su imperial avance. Manzanares gobierna la suerte, guía la oscuridad y desemboca en un apasionante viaje de ida y vuelta a la maestría y clarividencia de un toreo angelical. En él todo es finura y gravedad, por el aire lleva al toro embebido en su muleta y por la tierra a golpe de timón, nos clava hasta las profundidades con un trincherazo llenos de sabor añejo, es el olor a leña quemada, a cera derretida a la vera de unos pies descalzos.
El público de Sevilla de nuevo ha sucumbido al toreo de Manzanares, ya no lo ven foráneo, ni tampoco como el hijo de su padre, ni como el torero pinturero, ni como representante del toreo clásico, ni como la esperanza de una generación que ha roto moldes de fundir toreros, sino al hombre que juega con el toro como se vive en esta ciudad, en constante ensoñación.
La luz de Manzanares es especial cuando sonríe, su alegría es la alegría compartida de un pueblo que ve reflejarse en él sus propias aspiraciones toreras, ya no es cuestión de huir de la rutina sino de abrir caminos en donde la majestad, no esta en la forma sino en el fondo de enfrentarse a la muerte, es la última respuesta a este bello arte del toreo. ¡El que le hubiera gustado ser Manzanares en la tarde de ayer que levante el brazo! No habría brazos en toda la plaza de Sevilla para vivir un solo instante de aquella gloria robada por el fuego de nuestra memoria.
Ahora los viejos del Arenal cuentan que hasta la espada sintió vergüenza del brazo que lo portaba para hundirse como un disparo en el hoyo más negro del toro. Manzanares si tú no eres Sevilla que venga Dios y lo vea, aquí tienes a un partidario que apuntala con su pluma tu consagración en esta plaza.
APUNTE: Olé amigo Ignacio. Pura inspiración. Sevilla y Lima, la Sevilla de América, también lo siente porque aquí también "quintaesenció" el arte de torear.