Hubo, es cierto, a quien a todo trance trabajó por la prohibición de las corridas, y primero el concilio de Toledo y después el papa Pío V, decretaron su abolición. Nuestro rey Felipe II trabajó con gran empeño para que el pontífice dejase sin efecto la bula prohibitiva, lográndolo al cabo de algún tiempo del nuevo papa Gregorio XIII, que alzó la prohibición de su antecesor. Con relación al tiempo en que duraron estas gestiones en pro de la fiesta, se cuenta lo que sigue: Parece que llegaron hasta el rey Felipe II infinitas lamentaciones de súbditos de todas categorías, y aunque sabían que el monarca distaba mucho de estar conforme con la decisión del papa, si bien la acataba, como era natural, y que trabajaba para ver que Roma levantase el entredicho, temían se prolongase el estado de cosas:
- Veamos – dijo el rey- ¿qué prohíbe la bula?
- Majestad –contestaron los nobles- prohíbe se corran toros.
- Pues podéis divertiros sin contrariar la decisión de su santidad.
- ¿Qué haremos entonces, majestad?
- Algo muy sencillo: correr vacas.
“Y es fama que vacas se corrieron durante no poco tiempo en los reinos del invicto rey católico Felipe II”.
- Veamos – dijo el rey- ¿qué prohíbe la bula?
- Majestad –contestaron los nobles- prohíbe se corran toros.
- Pues podéis divertiros sin contrariar la decisión de su santidad.
- ¿Qué haremos entonces, majestad?
- Algo muy sencillo: correr vacas.
“Y es fama que vacas se corrieron durante no poco tiempo en los reinos del invicto rey católico Felipe II”.
Del libro de Nicolás Salas, Secretos del Mundo de los Toros, 1973, Editora Nacional, Madrid.