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"Aquí en lugar de primar los intereses de los aficionados se defienden los intereses de quien no quiere competencia ni verse la cara con los mejores"
Así de claro habla el rejoneador portugués-sevillano Diego Ventura en una entrevista publicada en Aplausos.
Hace un tiempo, cuando esto leía, me decía para adentro: Irrespetuoso, irreverente, alzado ante un figurón de época como es Pablo Hermoso. Pero a día de hoy, y viendo lo que ví en Madrid, por San Isidro 2015, sencillamente apabullante actuación del sevillano, no me queda más que decir: Amén.
Es tiempo, hora y momento que este duelo en la cumbre se dé, porque Diego Ventura tiene ya los merecimientos para tocar la puerta del Olimpo y, según se imponga, entrar, y porqué no, instalarse allí arriba en ese club exclusivo de uno en la contemporaneidad.
Además de Acho, a cada cual he tenido la fortuna de ver en ruedos europeos. A Pablo lo ví en Nimes, Feria des Vendanges 2012, conquistar la Puerta de los Cónsules en una matinal en la que alternó con Andy Cartagena y Hernández. Un océano de diferencia en el andar y domar, pero sobre todo en el toreo a caballo, exquisito, suave, fluido pero sin estridencias. Con la calidad de un plato fino para refinado paladar.
A Diego lo vi en Madrid, San Isidro 2015, alternando con Sergio Galán y Hernández. Apabullante su intensidad y capacidad de poderle a todo, intensidad en el toreo que vibra y hace vibrar, se le robó el rabo en curiosa artimañana del palco que primero sacó tres pañuelo, escondiendo uno luego, ante el clamor del coso a reventar que coreaban !otro juez! pero pletórico salió a hombros. Inconmensurable.
Por ello, visto lo visto, con las cifras del año como aval, vuelvo y repito, que ese duelo en la cumbre debe darse y YA. Él intenta dar un rebulsivo al rejoneo, aquel, Pablo, lo reivindicó al sacarlo de las abusivas colleras para que se volviera de terna con la misma importancia que el torero tiene a pie cuando lo hace, importancia frente al toro, riesgo sin abuso.
Es cuestión de espacio tiempo histórico de cada cual. Los aficionados merecen disfrutarlos juntos, compitiendo, midiéndose y triunfando. Sería sin duda un espectáculo de época. Ojalá que Dios y el navarro lo permitan.