Hoy comienzan los festejos por los 250 años de vida de la plaza de toros más antigua de América, la del Acho. Así como la llamaban antiguamente, aunque era realmente ‘la plaza de Lima’ en la zona del Acho, por encontrarse su ubicación en un lugar elevado cerca de la Costa.
La primera en decir presente es la peña centenaria “Centro Taurino de Lima” que ofrecerá el miércoles 27 de enero una conferencia con el investigador e historiador y taurino don Héctor López Martínez a quien debemos muchas de la recopilación y documentación bibliográfica de los toros en el Perú.
El jueves 28, la Beneficencia de Lima conjuntamente con la Municipalidad Metropolitana ofrecerá un cóctel en las instalaciones del coso para abrir oficialmente las celebraciones que durarán todo el año.
El sábado 30 de enero, día central del cumpleaños de nuestra querida Plaza de Toros del Acho, la Beneficencia ha cedido gentilmente las instalaciones de la plaza para que los aficionados del Perú, reunidos en la "Plataforma Juntos por los 250 años de Acho" se congreguen en un acto de confraternidad taurina y rindan el homenaje a su entrañable casa taurina, cobijo de su afición.
Pero la historia de Acho se empieza a escribir 228 años después que la capital del Virreynato del Perú aprendió a vivir festejos con toros en la Plaza Mayor, la de Santa Ana o la de San Francisco, eran cuatro autorizados al año, según calendario litúrgico, que luego la afición de los limeños aumentaría en corridas extraordinarias con variados motivos relacionados con políticos, militares o religiosos.
Sus primeros años…
El paseíllo inaugural lo protagonizaron Pizzi, Maestro de España y Gallipavo, el ejemplar que rompió
plaza llevó el nombre de “Albañil Blanco” y pertenecía a la Hacienda Gómez de Cañete, propiedad de Landáburu, quien fallece en 1777 y queda al frente de la gestión su viuda que pasaría luego la administración a su hijo Hipólito de Landaburu y Belzunce, quien al viajar a Europa, deja todo en manos de su albacea don Hipólito Unánue.
Llega 1821 y la proclamación de la independencia. En ese momento Lima tenía 50 mil habitantes. A finales de año hubo 4 corridas en honor al Libertador San Martín, los dos años siguientes hubo 7, ingresando mucho dinero en cuentas libertarias destinado a rearmar la flota, por lo que se deduce que la asistencia a los espectáculos era masiva, a pesar que sólo toreaban nacionales por la política represiva tras a la Independencia. El libertador Simón Bolívar también acude a la plaza de Acho por los triunfos en las Batallas de Junín y Ayacucho. Le ofrecen 6 corridas de toros. En 1832 Unanue entregó la plaza de toros a favor del Hospicio de los Pobres, administrada por la Junta Real de Beneficencia de Lima, propietaria hasta hoy del coso más antiguo de América.
En ese tiempo, el Duque de Veraguas contaba que los toros criollos en Lima -con muchas hierbas encima- se arrancaban con tanta fuerza que casi siempre el jamelgo resultaba mal herido o muerto y para remediarlo se capeaba primero a los toros a caballo para cansarlos y luego acudir al picador. De ello también da cuenta Pedro de Zavala en un escrito publicado en Madrid “escuela de caballería conforme a la práctica observada en Lima”. Es así como nace la aportación peruana al toreo, la Suerte Nacional, que tuvo su máximo cultor en Esteban Arredondo.
En 1850 Lima tenía 95 mil habitantes. Dos años antes se volvieron a ver cuadrillas españolas que desembarcaron de la fragata Perseverancia, según cuenta El Comercio, el 30 de diciembre de 1848. Por fin venían toreros españoles, con trajes de luces en buen estado, con monteras, con capotes, con muletas, banderillas, espadas elementos que Lima no veía en lustros porque dominaba la Suerte Nacional.
La temporada de 1849 fue importante también por algunos arreglos realizados a la plaza. El revuelo se levantó en Lima. Los toros cobraban más auge en la capital y el asentista ganó todo lo que podía ganar y más… refieren las crónicas.
A partir de 1860, llegaría la “época de oro” con Angel Valdez “El Maestro”, de quien cuentan mató 12 toros en Acho, por la negativa de los espadas españoles Chicorro, Marín y Ortega de que Valdez dirija la lidia, y ante la imposibilidad de suspender por la tremenda asistencia de público, el limeño se ofreció a la proeza y se convirtió en el rey y señor de la afición limeña por más de dos décadas.
Un hito en la historia de Acho es la muerte de un toro de 12 años, corraleado, a manos de El Maestro en 1885 y con plaza llena a reventar. El Comercio anunciaba “saldrá al redondel el famoso Arabí Pachá”, era un toro corniabierto de gran romana con las diez yerbas bien comidas.
En los próximos años se arrienda la plaza por nueve años a Manuel Miranda, a la sazón alcalde de Lima, que le hizo mejoras, como el matadero para beneficiar las reses, armó seis corrales de enchiqueramiento, puso una reja circular, pero lo mejor: Trajo ganado de España para cumplir su sueño de una ganadería de primera en Cieneguilla. 12 vacas y seis toros del Duque de Veragua, 6 de Miura, 6 de Colmenar, 12 de Mazpule y otros de Navarra que finalmente se perdieron en la guerra abatidos a balazos por los chilenos en respuesta a la férrea defensa del patriota Miranda que armó un batallón en Pachacámac. Los toros en Acho y la historia del Perú iban de la mano.
Se va cerrando el Siglo XIX con cambios taurinos que ofrecían seriedad al espectáculo y dos problemas: El corto aforo de Acho y la falta de ganado de casta. Al tiempo ya se contaba en España que “los conquistadores llevaron al Perú más entero, más cabal, más puro que a las otras regiones de aquellas Indias, el carácter español con todos sus rasgos, con todas sus bondades y con todos sus defectos… una corrida de toros en Lima es reproducción mejorada de nuestra clásica fiesta nacional” dijo Perillán Buxó. ¿mejorada? Sí y a lo que se refería era el capeo a caballo.
Benefciencia sacó a licitación la plaza en 1884 por seis años, se pagó 1,281 soles. El inventario señaló que Acho tenía 3 puertas, La luna – El sol y Cecina, y muchas cosas por reparar. El aforo era más o menos de 2000 asientos ya divididos en Sol y Sombra.
En 1896 la Municipalidad de Lima publicó el primer reglamento de las corridas de toros.
En 1897 se la adjudicó Enrique Calmet que le hizo importantes mejoras, entre ellas el piso del ruedo, chiqueros y corrales. Los colores eran azul, blanco y rosado limeño.
Un año antes debutó la primera figura española, Ángel Pastor y Gómez. Luego llegarían muchos toreros españoles entre los que destacó Diego Prieto y Barrera “Cuatrodedos” que también toreó en Montevideo y México, y con sentido comercial, viendo la escases de ganado de casta trajó toros de Miura que llegaron al Callao en 1892.
Empezaría con él la época de Faíco en Acho, de quien Antonio Garland dijo: Se le atribuye la renovación del toreo en Lima. Y con él también Bonarillo, presentado en Acho diez años después. Faíco y Bonarillo competirían mucho a lo largo de dos lustros.