El Demagogo
Un grupo de novilleros
desesperados y valientes lleva más de una semana en huelga de hambre en la
plaza de toros de Santamaría para reclamar el derecho a trabajar en su vocación
de artistas. Protestan contra el cierre de la plaza, decidido hace dos años gana
–y así lo dijo–, y ahora prolongado indefinidamente bajo el pretexto de hacerle
reformas de reforzamiento antisísmico.Por ese mismo motivo podría Petro, si le
diera la gana, cerrar el Capitolio, o el Palacio Liévano de su propio balcón de
peroratas, o disponer la demolición de la catedral. Todos los monumentos
históricos de Bogotá –y la Santamaría lo es– carecen de protección antisísmica,
que no se había inventado cuando se construyeron.
Yo hablo por la herida,
por supuesto. Me gustan las corridas de toros. He escrito varios libros al
respecto, y mil artículos de prensa. Me indigna que un alcalde demagogo y
despótico las proscriba. Y me siento aludido, injuriosamente aludido, cuando en
su arrebatada retórica demagógica nos acusa a los aficionados a los toros de
ser responsables de lo que pase con los novilleros en huelga de hambre. Dice
Petro que “desde la comodidad de (nuestras) fortunas (estamos) constriñendo a
los jóvenes taurinos al suicidio. Y eso es un delito”. Por lo cual “la
ciudadanía debe movilizarse por una ciudad sin espectáculos de la muerte”.
Es escandaloso, y debería
escandalizar, lo que inventa el alcalde: que unos cuantos ricachones están
(estamos) enviando a los novilleros a la muerte. Tal vez piense que al hablar
así está encabezando una revolución popular contra las oligarquías. Es cierto,
sí, que los aficionados a los toros somos una minoría –como es una minoría,
siempre, la que constituyen los aficionados a algo, a lo que sea: a la poesía,
a la ópera, a escuchar peroratas desde un balcón. Pero ni del hecho de que
seamos una minoría se deduce que seamos dueños de “fortunas”, ni el hecho
justifica que el alcalde pisotee nuestros derechos desde su propia minoría: la
de los votantes que lo eligieron alcalde.
Para que esa minoría fuera respetada el alcalde impulsó una ‘tutelatón’,
una avalancha de tutelas, que terminó ganando: ahí sigue en la Alcaldía. Pero
como tiene muy poco qué mostrar como resultado de esa Alcaldía caótica, hecha
de arrogantes desafíos megalomaníacos y de discretos pasos atrás –en la
recolección de las basuras, en los contratos del transporte, en los colegios,
en la seguridad callejera, en un detalle tan folclóricamente revelador como el
absurdamente multimillonario alquiler de una máquina tapahuecos que no tapa los
huecos–, ha decidido desquitarse haciendo caer todo el peso de su arbitrariedad
sobre quienes menos pueden defenderse: sobre los inofensivos y pacíficos
aficionados a los toros, a quienes, sin que le temblara un párpado, nos acusó
hace un tiempo de abrigar una inclinación criminal “que lleva a Auschwitz”.
Es cierto que no somos
muchos, electoralmente hablando. La afición en Bogotá no debe pasar de las
doscientas mil personas, y la del país entero,sumando Manizales y Cali y los
pueblos de Cundinamarca, Santander y Boyacá, tal vez llegue a medio millón. No
es comparable, digamos, con la afición por el fútbol. Y es cierto que la
actividad taurina da empleo –toreros y novilleros, subalternos, areneros y
monosabios de las plazas, vaqueros de las ganaderías–, pero no en grandes
números: deben ser muchos más los funcionarios de libre nombramiento y remoción
de la burocracia petrista. Así que no se equivoca Petro en sus cálculos
aritméticos de demagogo: siempre han sido más numerosos los amigos de la
prohibición que los de la tolerancia. Los amigos de la represión que los de la
libertad.
Y entre tanto la Corte
Constitucional, ante la cual reposa una tutela que reclama el restablecimiento
de las corridas, la viene estudiando morosamente desde hace dos años. Tal vez
está esperando para pronunciarse a que los novilleros en huelga se mueran de
hambre.