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Parce la voz de un canillita de antaño en el intento de colocar el periódico de ayer. Pero fue la tercera fecha de nuestra Feria del Señor de los Milagros, a quien debemos rezar que se porte porque acólitos necesitamos para llenar la parroquia de fieles. Y es que del otro lado de la puerta grande que ayer se abrió de par en par para dejar pasar a los triunfadores, Castella y López Simón, también subyacen detalles que dicen mucho de lo que estaría por venir, el abandono.
Confieso que no entiendo qué están haciendo con Acho. Ayer, con semejante cartel, el triunfador y el torero revelación de la temporada en Europa, apenas se lució mitad del aforo, poco más poco menos en días anteriores a pesar del atractivo que suponía la vuelta de los toros españoles, ¡y de los Miura!
Me atrevo a pensar que no ha existido la necesario promoción del espectáculo, por todos los medios posibles, para ‘vender la moto’ ósea, para vender los abonos o las entradas, tantas como sean necesarias para llenar el coso. Eso que llaman inversión en publicidad, cero, casi nada. Lamentable, porque no se condice con el esfuerzo económico hecho para armar carteles de toros y toreros. No lo entiendo.
Tampoco entiendo que invites a tu casa, en este caso a que la gente acuda a su plaza de toros en su postinera feria aduciendo que celebras sus 250, grossa fiesta, (aunque sean 249 en realidad) y no la presentes limpia, aseada, pintada, bien arreglada, y que por tercera semana consecutiva no haya agua ni luz en los baños. No lo entiendo.
Tampoco entiendo, cómo es posible que se icen las banderas en unos palos sucios y chuecos que desde los tendidos así veían, más cuando ayer iban a ser más evidentes que nunca por el minuto de silencio por las víctimas del terrorismo en Francia. ¿Es tan difícil conseguir o hacer astas como Dios manda? No lo entiendo.
Todo esto solo trasunta despreocupación, descuido, negligencia, dejadez que finalmente se decanta en una total falta de respeto hacia los presentes, que pagan –y muy caras sus localidades- hacia los actuantes y hacia la plaza de toros más antigua de América. Veía esa bandera francesa a media asta colgada en un palo todo chueco y cochino y se me partía el alma de vergüenza ajena.
Y por citar, porque no dejar constancia del arenal de tierra muerta que el público sentado en los
tendidos debe tragar –literal, tragar- cuando los toreros pasan al toro por uno y otro pitón. Avanzada la corrida ya parece una nube pero de polvo que dificulta incluso la visión. Se ve que el ruedo no se riega lo suficiente, ni se repinta. No me quiero ni imaginar si tuviéramos las tardes de sol antes acostumbradas lo que sería… Por qué tanto descuidado, no lo entiendo.
Como tampoco entiendo que mi plaza haya rebajado tanto el nivel de exigencia con lo que pasa en el ruedo. Transigen prontamente en cuanto al trapío y presentación de los toros y olvidan que además de las orejas existen otras maneras de reconocer lo hecho por un torero cuando el uso de la espada no haya sido afortunado.
Premiar no es solamente insistir por orejas, menos cuando hay antecedente de pinchazos y espadas desprendidas. La rigurosidad en este aspecto obedece al nivel de conocimiento de los aficionados y es por lo que Acho fue siempre reconocida, por tener una afición seria y exigente, lejos de ser las festivas de otros cosos americanos, una afición que sabe respetar a los toreros, especialmente expectante con sus silencios –que hoy tanto se extrañan- y siempre cabal para conceder sus premios, que no regalos.
¡Pongámonos en lo justo! decía Zeñó Manué.