jueves, 4 de marzo de 2010

Cultura de la Farsa

(extracto del artículo de JOSÉ MARÍA CARRASCAL, ABC)

Esta especie de comisión general sobre la Fiesta de los Toros en Cataluña es una farsa tan evidente y obscena que hay que ser muy ingenuo para no irritarse con ella. Y muy bienpensante para, como defensor de la lidia, creer que su argumentación, por mucha probidad y raciocinio que contenga, vaya a tener influencia sobre la sentencia. La Fiesta taurina es española y es por eso por lo que ha de ser liquidada en Cataluña. Es la decisión de la cúpula del régimen nacionalista, no de centenares de miles de aficionados catalanes que la defienden y millones que, si no la siguen, para nada se sienten ofendidos por la tauromaquia. Son los amantes incondicionales de la butifarra, hecha con carne de un cerdo torturado en una cochiquera miserable durante su breve existencia de engorde antes de ser degollado entre terribles gritos del animal -por cierto también en un festejo-.

Esos que no tienen a los cerdos corriendo en libertad por una dehesa como sucede en Extremadura, sino en cajones insalubres en los que apenas ven la luz en su corta vida. Esos son los que claman contra una fiesta cultural única que hace posible la existencia del toro de lidia que vive en plenitud, gozo y libertad durante cinco años en el campo antes de morir siguiendo sus instintos.

Pero lo dicho, es sólo una farsa más. Peor es cuando se juzga la calidad o probidad identitaria de personas. O se establecen castigos ejemplarizantes por el mero hecho de utilizar la libertad que la Constitución nos debía otorgar a todos.

La Generalidad es la mano ejecutora y el Gobierno central, el cómplice que permite que se cometan continuos desafueros contra españoles en diferentes puntos de la geografía nacional. Especialmente donde gobierna Iznogud Montilla de Iznajar, cuya mujer ha sido tan sincera como para decir que manda a sus hijos al colegio alemán porque con una hora de catalán a sus niños les sobra. Y que lo importante son el inglés y el alemán. Los menos pudientes mientras han de tragarse todo el bachillerato en catalán y salen de allí con un español de comanche, incapaces de escribir una frase sin faltas de ortografía, en español y en catalán. Y quienes rotulan en español, perseguidos sin descanso.

Estaba claro desde que Rodríguez Zapatero nos expuso su convicción de que «la palabra está al servicio de la política» que la mentira, la tergiversación y la manipulación de las palabras se habrían de convertir en los fundamentos de la nueva cultura política a imponer en su nueva España