sábado, 6 de febrero de 2010

PONCE: El toro es mi vida

(entrevista con Andrés Amorós en ABC Madrid)

A sus 38 años, Enrique Ponce vive una feliz madurez: lleva veinte años de alternativa; en Valencia, su tierra, es el «año Ponce»; va a ser el protagonista absoluto de las Fallas. Sus cifras no tienen parangón: 40 toros indultados, más de 4.000 lidiados, va a cumplir las 2.000 corridas toreadas. Está sereno, en paz consigo mismo.

-¿Soñabas, en tus comienzos, con llegar a esto?
-Como soñar no cuesta, sí soñé con alcanzar algo así, pero no creí que llegara a hacerse realidad. Me iba imaginando metas sucesivas: la alternativa, ser figura, mandar en el toreo... No es lo mismo ser figura de un momento que de una época: eso sí que es lo más difícil del mundo.

-Has declarado que hoy toreas mejor que nunca. ¿Lo crees así, de verdad?
-Mi concepto es el mismo de siempre pero, con el tiempo, si no eres conformista, toreas mejor, más depurado. Veo ahora vídeos de cuando era novillero o matador reciente y toreo casi igual: ahora, con la madurez, he ganado en poso, en solera. Es algo que sólo el tiempo te da. Posiblemente, ésa es la diferencia entre el Ponce de entonces y el de hoy.

-Cualquier artista aspira a la perfección, en su arte.
-Sí, pero dentro de una línea, sin traicionarla. Mi concepto es el toreo clásico, sin tremendismos. A eso he sido fiel siempre.

-Desde chiquillo, tenías facilidad para ver y entender al toro.
-La técnica se aprende con el oficio, pero hay algo que nace contigo. Desde niño, sentía dentro de mí algo que me decía lo que debía intentar. También aprendía fijándome en todo, tanto en los tentaderos como en las corridas a las que iba con mi abuelo: el comportamiento de las reses, la colocación de los toreros... Mi cabeza lo iba interiorizando todo.


-Suele decirse que lo más difícil es pensar delante del toro.
-Si te paras a pensar, no te da tiempo. Puede llegar un momento en que ni siquiera tengas que pensarlo, te nazca de dentro. Luego, queda resolver, claro...

-Ésa es la línea de los diestros largos, poderosos.
-El verdadero arte brota con naturalidad, no puede ser forzado. Supone una armonía natural que, en gran medida, te da Dios.

-Se ha hablado siempre de tu difícil facilidad.
-Lo agradezco pero es un arma de doble filo porque es más difícil de valorar.

-En tu caso, el valor tardó más en verse.
-Es cierto: el valor se ocultaba con el oficio, la apariencia de seguridad. Era un valor sereno, seco, verdadero. Al comienzo,eso suponía un handicap.

-Ahora, ¿también?
-También. A veces, el pitón me roza el muslo o me da, al pasar, y parte del público ni se entera: parece tan fácil... Hasta que no me coge el toro, parece que no hay peligro. Es un problema pero también me gusta: en todas las artes, los grandes son los que precisamente han transmitido eso. Si oyes tocar a un gran guitarrista, parece que la guitarra suena sola, pero ponte tú a hacerlo...

-Los toreros que son de esa línea suelen exagerar algo, para mostrar el riesgo, pero creo que tú no lo has hecho, no has falseado tu estilo para conectar mejor con el público.
-A la larga, creo que eso se reconoce. Mi abuelo me enseñó a valorar especialmente una cosa: el gran torero es el que está siempre por encima del toro, el que nunca está a merced de la res.

-Nunca has sido un torero encimista.
-No. Lo más difícil es torear templado y despacio. Ha de haber trazo y eso exige un espacio. Si estás embarullado, no hay belleza ni mando.

-¿Cómo han sido tus relaciones con Las Ventas?
-Muy buenas, siempre me he considerado un torero muy querido en Madrid, desde que debuté como novillero,con 16 años: fue una explosión, toreé dos novilladas serias, en la época en que era empresario Chopera, y triunfé fuerte. De hecho, la segunda se hizo a raíz del éxito de la primera, la semana siguiente, y el éxito fue todavía mayor. Confirmé la alternativa el mismo año del doctorado, en la Feria de Otoño. Ha sido la primera plaza que me dio el crédito como torero solvente. Otra cosa es que, cuando ya te consideran figura, te midan con mayor rigor. He abierto la Puerta Grande tres veces y hubiera podido hacerlo varias veces más, si no fuera por la espada. Yo a Madrid le estoy muy agradecido.

-El pleno reconocimiento te llegó con «Lironcito», de Valdefresno, un toro realmente complicado, aunque no cortaste orejas.
-Era un toro difícil pero yo llevaba ya seis años de alternativa y le pude. Si el toro hubiera caído pronto, creo que me hubieran pedido hasta el rabo. No es frecuente que un solo toro te permita mostrar las tres virtudes básicas de un torero, el mando, el valor y la estética. Eso me pasó con «Lironcito», por eso marcó el momento de mi plena consolidación. Ese toro puso a todos de acuerdo.

-Más te costó entrar en Sevilla: cortabas una oreja, quedabas bien pero no acababas de convencer. Muchas veces he escuchado a aficionados sevillanos decir: «Este Ponce será muy bueno, pero en Sevilla...» Finalmente, abriste la Puerta del Príncipe en 1999 y, sobre todo, lograste la gran faena el 21 de abril del 2006, con el toro de Zalduendo.
-Aunque no lo maté bien, fue una tarde inolvidable. Comencé ganándome al público en el primero, que era difícil. Y lo rematé en el segundo: también era complicado, de salida hizo cosas raras, como si no viera bien, me arrolló dos veces con el capote, pero acabó entregándose por completo. Nunca había conseguido emocionar así a los tendidos de la Maestranza.

-Algunos profesionales me dijeron que había sido la mejor faena que habían visto en toda su vida...
-Todavía mucha gente me lo dice...

-En México llevas años siendo un «consentido».
-He cortado dos rabos (uno de ellos, en una tarde en que logré cuatro orejas) y he perdido por la espada varios más. En cierto modo, es «mi plaza», junto a Valencia, Madrid, Bilbao y Sevilla. La he llenado hasta el reloj trece veces y eso no es fácil. En el año 1996, salí dos veces a hombros, sin cortar orejas.

-Muchos te acusan de hacer faenas demasiado largas.
-Eso tiene también su justificación: al toro de hoy, frecuentemente, hay que «hacerlo», irlo acoplando a la muleta, poquito a poco; con temple y colocación, irle corrigiendo los defectos, llevarlo muy cosido a la muleta, muy tapado, sin que te enganche.

-Por eso se suele decir que toreas a favor del toro.
-Es la regla de la lidia clásica: no hay que ir a la plaza con la faena hecha, sino darle al toro lo que el toro te va pidiendo. Por eso ha habido siempre toreros a los que les valen el noventa por ciento de los toros y otros diestros que hacen grandes faenas pero que, otras veces, no se acoplan a las condiciones del toro.

-Con todo lo que has conseguido, ¿por qué sigues toreando?
-Por vocación, por afición, porque me siento en mi mejor momento artístico; simplemente, porque soy torero: eso supone una manera de vivir. Naturalmente, mientras pueda hacerlo con dignidad.

-¿Qué te falta?
-Que Dios me haga ver el momento oportuno para dejar el vestido de luces; no para ser torero, que siempre lo seré. Si me veo apurado ante el toro, no dudaré en hacerlo. Lo mejor sería irse antes de que eso suceda. Me gustaría despedirme, anunciándolo previamente, de tres o cuatro plazas a las que me siento especialmente ligado.

-¿Qué vas a hacer, cuando te retires?
-Tendré la conciencia tranquila de haber conseguido más de lo que podía imaginar. Puedo estar sin vestirme de luces pero no puedo vivir sin torear, en el campo. Estoy seguro de que, de algún modo, seguiré vinculado al mundo del toro.

-Podrás entonces realizar muchas de tus inquietudes.
-Ante todo, y siempre, mi compromiso con el toreo. Por eso, sin vanidad, me satisface mi elección como Académico de Bellas Artes de Córdoba.

-Si tuvieras un hijo varón y quisiera ser torero, ¿qué le dirías?
-Preferiría que no, por mi tranquilidad y, sobre todo, por la de Paloma. Pero no le iba a decir que no, si le saliera de verdad de dentro: si fuera para él una necesidad, le ayudaría en todo lo que pudiera.

-En definitiva, ¿qué ha sido para ti el toreo?
-Muy sencillo: ha sido y sigue siendo, hoy mismo, mi vida entera.