Con el aire festivo de plaza de segunda –que es lo que la de Vistalegre madrileña es-, con la resonancia de los aplausos en coso cubierto y con la alegría de los momentos iniciales de la temporada, recuperados ya los festejos tras el parón invernal, se concedieron hasta seis orejas en la primera de las tardes verdaderamente atractivas de esta, recién inaugurada aunque lleve ya tres festejos, Feria de Invierno.Los toros, por empezar con la materia prima, tuvieron hechuras, fuerzas y comportamiento desigual, aunque abundó lo sosote y noble en el último tercio. En el primero apretaron algo –en general sobre un pitón y en paralelo-, para luego dejarse pegar o dormirse sin codicia bajo el peto. El segundo llegó a derribar –más por el caballo que por lo que empujó el animalito-, y casi llegó a cumplir el quinto de la tarde. Por lo demás, la escasez de fuerzas de más de uno les llevó a blandear bastante –el cuarto del Juli, se cayó hasta en siete ocasiones- y a mostrar esa relativa falta de fuerzas en más de una ocasión. El lote del madrileño, sin embargo, fue el de más presencia del encierro, con un cuarto que, pese a caídas constantes al inicio del trasteo, acabó por meter la cara, ir a más y embestir con boyantía. Destacó entre todos, el quinto, de Manzanares, un buen toro en todos los tercios –que bien lidiado, picado por Barroso y pareado, junto al segundo, por toda la cuadrilla-, mientras que la cruz la tuvo con un segundo rajado y huidizo, que fue capaz de dar una vuelta completa al ruedo aun en vida, en el último tercio. Los de Perera, ¿qué será, será…?, fueron los de menor trapío del festejo, con un tercero que hubiese presentado problemas en una novillada de Las Ventas y un cuarto de más cuerpo, pero feo y basto como pocos; el tercero, sin casta y el último yendo bastante a menos, con muy poca.