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lunes, 22 de junio de 2009

El peor ciego es el que no quiere ver


por Raúl Aramburú Tizón (Expreso hoy)

A todos los españoles, jóvenes o menos jóvenes, les quiero decir lo que sigue: los toros no son ya sólo la Fiesta Nacional de España. Con eso han perdido poco y ganado mucho. Se han convertido en parte integrante de la cultura de la Europa meridional e incluso del patrimonio mundial (Francis Wolff, catedrático de filosofía de la Universidad de Paris, autor de Filosofía de las Corridas de Toros, un libro indispensable)


Leo las noticias y no puedo dejar de sentir preocupación por la calma e indiferencia por como tomamos estas cosas por acá. Resulta que la Concejala de Cultura de La Coruña, María Xosé Bravo, promueve para fines de junio un Seminario para la Abolición de la Tauromaquia, un congreso financiado por el ayuntamiento coruñés en una clara intención de recolección de votos al impulso de una pléyade de intelectuales de segunda, “políticamente correctos” (¿?), que, sin conocimiento de causa, buscan distanciarse electoralmente de las tradiciones más españolas. Así está esto.

Por otro lado, revisando noticias recientes, me topo con que el último Toro de Osborne de Cataluña – todo un símbolo de esa España y su modernidad vial –, situado en el kilómetro 576 de la autopista A-2, ha sido vandálicamente derribado hasta sus cimientos en un ataque reivindicado por el grupo independentista catalán La Bandera Negra que en un comunicado reconocían la autoría y alegaban que su intención era limpiar la montaña de Monserrat de la “cornuda española que pretendía ensuciarla”.

Luego y casi inmediatamente no puedo evitar releer el dramático anuncio de ese gran periodista amigo que es Víctor José López El Vito de Venezuela denunciando la afrenta pública a la plaza Nuevo Circo de Caracas y al monumento de su máximo exponente taurino César Girón, la que transcribo literalmente para su mejor comprensión: No sólo fue invadido el Nuevo Circo, ahora los invasores agreden la venezonalidad, y lo hacen amparados por las fuerzas del orden público. Justifican su sinrazón alegando ser defensores de los derechos de los animales, entelequia sólo sustentable por la compleja trama de la irracionalidad de este proyecto que nos sumerge en la inmundicia política. En un afán protagónico, los invasores de la Plaza de Toros de Caracas, con las cámaras de Venezolana de Televisión excitando y exaltando su heroicidad, gozándose de la podredumbre escatológica que les envuelve el espíritu y sus ya deprimentes cuerpos, ofendieron de hecho la memoria del gran venezolano César Girón. Ultrajaron la faz del caraqueño colocándole en la nariz una bomba de las que usan los payasos, a un hombre que regó arenas con sangre venezolana para conquistar otras naciones. Esta sociedad está tan, pero tan corrompida que la corrupción está corrompida. Sentí pena ajena al ver, y constatar por Venezolana de Televisión, el goce de colegas de la comunicación por los nauseabundos acontecimientos que transmitían por un canal que supuestamente pertenece a todos los venezolanos. No sabemos donde vamos a llegar…

Tres ejemplos, que son mínimos pues hay muchos más, de una situación que a la luz de mis recientes experiencias adquiridas en Europa se tornan dramáticos y a las que hay que sopesar en su verdadera dimensión. No podemos, bajo ningún concepto, permanecer indiferentes ante los ataques gratuitos que se le hacen a la fiesta de los toros en el mundo y aquí en el Perú tengo la sensación – ojalá quede en eso solamente – que no nos hacemos una cabal idea del riesgo que está corriendo el espectáculo (quizás porque no nos toca directamente aún)

Es por eso que estoy empeñado desde hace meses en la unión de los críticos taurinos con el objetivo de combatir esta injusticia. No sólo porque está demostrado en la historia que el mundo taurino – ante cualquier amago de crisis – reacciona siempre tarde, sino porque sólo unidos podremos enfrentarla (los ejemplos sobran en otras latitudes). Y no sólo eso, debemos – es nuestra obligación – dar un mensaje de grandeza para los demás: ganaderos, toreros, aficionados, etc., al superar nuestras diferencias en aras de un objetivo más importante que nosotros mismos o que las personas en general. Hay que pensar en la fiesta de los próximos 50 años, las corridas que verán nuestros nietos.

Yo, tercamente, lo voy a seguir intentando. Me lo dicta mi conciencia.