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jueves, 29 de abril de 2010

«La casa era un velatorio»

ROSARIO PÉREZ | ABC MADRID
El reloj se aleja de las tres de la madrugada. El teléfono irrumpe. Al otro lado, la voz quebrada de José Tomás Román, padre del héroe caído, da la triste noticia: «A nuestro hijo le ha cogido un toro». Su mujer rompe en llanto. «No enciendas la televisión», le advierte. El padre ha vivido en primera línea de fuego la dramática cornada, ha visto el manantial de sangre que se precipitaba por la taleguilla. El reguero grana ha marcado un camino desde la arena hasta la enfermería. Ni siquiera se ha atrevido a entrar... Su vástago, el mayor de sus cuatro hijos, se debate entre la vida y la muerte.

Acá, en España, separados por miles de kilómetros y un mar que cruje también de dolor, Isabel no puede ahogar la pena. Como cada tarde que su hijo torea, ha encendido velas en la Iglesia de Galapagar y ha pedido a Dios, ese Dios que hoy «existe», protección para su «niño». Ya en su casa, reza el Rosario: quince misterios, el Padrenuestro, el Avemaría... Isabel nunca ha visto a su hijo torear en la plaza. El miedo se agiganta. Después de la lidia de cada toro, su marido llama. En la madrugada del 25-A, a las dos, recibe el primer mensaje: ha cortado una oreja. La noche avanza en España, pero ella no duerme. Espera a que se consuma el último cartucho. «Navegante» lo han bautizado. El saltillo dispara una bala que cala en la safena, la femoral y la iliaca. El triángulo del más allá.

Isabel es una mujer de gran fortaleza, pero este percance es el más brutal de su carrera. Cuando la mañana se despereza, la abuela Victoria da los buenos días a su nieto Marcelo. Su mirada se ausenta, con rictus de aguda tristeza. «¿Qué te pasa hijo?», pregunta doña Victoria Vargas Álvarez. «A mi hermano le ha cogido un toro», dice entre lágrimas. La abuela, fuerte como un roble a sus 87 años, pasa a la cocina, donde se encuentra la madre de José Tomás. «Rompimos a llorar. Parecía un velatorio. Mi hija tenía cara de difunta, no había dormido nada», cuenta la abuela materna del torero.

«Los teléfonos eran una locura -sigue-. No paraba de llamar gente de todas partes». Su Majestad el Rey y José Luis Rodríguez Zapatero también se han interesado por su estado. El pueblo de Galapagar quería saber la última hora del ídolo. La piel de toro se azoró.

A cientos de kilómetros de Madrid, en Estepona, la novia del diestro tampoco podía controlar la angustia. Isabel se llama, como aquella viuda de España que lloraba a Paquirri tras una cornada mortal que ha regresado a las retinas de la afición con la cogida de JT.

Sus dos «Isabeles»
Esta vez, el ángel de la guarda y la medicina han hecho un quite al maestro: José Tomás es la leyenda que vive para contarlo. Su madre y su novia viajaron en la madrugada del lunes hasta Aguascalientes. Un viaje eterno de dieciséis horas, corto de equipaje y de larga esperanza. A su llegada, José Tomás ya había hablado con su padre, que preguntó por sus dos «Isabeles». «¿Saben lo que me pasa?» Ayer se reencontró con ellas.

La abuela Victoria, aquella que al contrario que el abuelo Celestino hubiese preferido que su nieto no cambiase los balones por muletas, también ve la luz: «Se nos ha quitado un poco el susto. Mejora muy bien, es un valiente y seguirá toreando, aunque a mí me gustaría que fuese futbolista...»