martes, 26 de agosto de 2008

Por el amor al arte o puro "tongo"... Ponce

La semana pasada vi torear a Ponce, entre su apoteosis de Dax y su exultación bilbaína, en Cantalejo, un pueblecito de Segovia que, con una plaza que la antipatía jerárquica clasifica «de tercera», monta cada año una feria que para sí quisieran muchas capitales de ringorrango. Y allí contemplé esta cosa tan rara que ahora trato de explicarles.

A Ponce le soltaron un toro camastrón y desangelado que no entraba a la muleta ni de casualidad. Otro torero de su ejecutoria se habría conformado con pegarle cuatro pases desganados y esbozar un gesto falsamente compungido para cubrir el expediente, antes de llevarse la guita; pero Ponce se inventó una faena imposible, se la inventó con un pundonor y una generosidad que sólo están al alcance de quienes aman su arte hasta el extremo, ligando unos muletazos a cámara lenta que nos hicieron creer que el toro valía algo.

¿Y por qué lo hizo? Al día siguiente, los periódicos de Madrid no iban a reseñar la corrida, si acaso le dedicarían roñosamente una gacetilla; de su suerte aquella tarde no dependía su escalafón, ni su caché, ni el reconocimiento de las camarillas taurinas. Ponce toreó como si le fuera el prestigio en aquel toro y en aquella plaza humilde porque ama su arte con ímpetu adolescente, porque no concibe otra forma de arte que no sea amor entregado y sin desmayo. Me pareció una lección de belleza y emoción incalculables; y, mientras lo veía dando la vuelta al ruedo, con las dos orejas que premiaban su esfuerzo, le susurré a un amigo: «Este cabrón no se va a retirar nunca»."
Es sólo el final de un excelente artículo de Juan Manuel de Prada publicado en El País. Y viene a cuento porque otra escribió bajo el titular "Ponce tiene tongo"...


Una figura de verdad no acude a una plaza de primera categoría como la de Málaga con un encierro tan impresentable como el de ayer. Una figura de verdad, con la alta dignidad que se le supone, no forma parte de este contubernio contra la pureza de la fiesta. Producía sonrojo ver a Enrique Ponce ante una cabra sin pitones; pero aún más verlo acompañar el viaje cansino del animalucho, torear con todas las ventajas, aliviado siempre, y rematar una tanda insulsa con un desplante histriónico, como si estuviera delante de un toro bravo... Toreros como Ponce han convertido el toreo en una suerte de baile insípido, triste y aburrido del que se han eliminado la casta, la codicia y la bravura del toro y lo han convertido en un inválido, enfermo o supuestamente manipulado. Así, la emoción se ha esfumado, se ha instalado la comodidad de los actuantes y la fiesta se desangra a borbotones. (Antonio Lorca).
Juzgue usted.