Por Pedro Abad-Schuster
Sevilla, lunes 12 de abril de 2010. Media plaza. El link (copiar y pegar) es: http://www.plus.es/videos/Toros/Oliva-Soto-pierde-merecida-Puerta-Principe-espada/20100412pluutmtor_1/Ves/
Toros de los Herederos del Conde de la Maza, bien presentados, encastados, de juego desigual, el quinto un toro boyante y noble por el pitón derecho, los demás complicados en general (como el bronco primero).
Diego Urdiales: silencio y vuelta. Oliva Soto: oreja y vuelta. Antonio Nazaré: silencio y silencio.
Salió el toro de verdad, el encastado; se percibió riesgo y vibración y el público se entregó con lo que hicieron los toreros; la sensibilidad del aficionado se volcó sobre la inteligencia del héroe capaz de enfrentarse a la muerte o la inhóspita y cruel naturaleza, espectáculo donde el ser humano alcanza el triunfo sobre sí mismo y sus miedos y temores.
La corrida de hoy en la Real Maestranza de Caballería ha tenido casta, con bronquedades, complicaciones, reservas o incertidumbres; y escasa bravura en la suerte de varas. La casta –que ha habido toda la tarde- es acometividad, movilidad, transmisión, ataque. La casta surge espontánea, libre, gratuita, se tiene o se carece de ella. No puede existir bravura sin casta. La bravura ha de manifestarla el toro en todos los tercios. Cuando el toro se entrega en su defensa vital, o en el ataque desinteresado y gratuito, posibilita el toreo, donde el matador se encumbra hacia la superación de su propia condición mortal. Pasa a ser, en tanto en cuanto el espectador se identifica con él, un héroe en el sentir popular. He ahí la grandeza de esta fiesta. Pero para ello hace falta la indispensable, la insustituible casta.
Oliva Soto tuvo lo más manejable del encierro. El quinto fue un toro superior por el pitón derecho, aunque por el izquierdo tuvo su guasa. De nombre Limpidado, con 545 kilos, lució capa negra bragada, pitones delanteros, bizco el diestro, mansedumbre en varas pero casta y boyantía en la franela. Lo paró bien a la verónica el torero sevillano y en la muleta, tras dos lances genuflexos de cartel, le daría buenas tandas por el pitón bueno, siempre en redondo, bajando la mano y tirando del toro, toreando aunque anduviese algo descolocado salvo en los cites. El toro le perdonó ese defecto como lo hizo el público de Sevilla, más atento a la ligazón y la gran transmisión de lo que acontecía en la arena, pero para la perfección buscada tendría que haber dado ese paso adelante en el segundo y siguientes muletazos de cada serie. Hubo, de nuevo, esa embriagadora inquietud y alegre desasosiego que causa el riesgo controlado, y quizá más porfía por el pitón zurdo. Pese a ello, buena faena en su conjunto, malograda, eso sí, con el acero: metisaca bajo y luego cuatro pinchazos caídos antes de una estocada trasera y caída. Le venció, por desgracia, la ansiedad.
Oliva Soto con el segundo de la tarde de 530 kilos, negro mulato y listón, fino y con menos cuajo, manso, complicado a veces, reservón en otras y ciñéndose en más de una ocasión. Pero cuando iba lo hacía con ganas y transmisión, con casta, casi entregándose. Gustaron dos verónicas genuflexas de saludo, y esas embestidas ferroviarias del toro en los comienzos de la muleta. Hubo emoción constante, quizá porque Oliva, con lo poco que ha toreado desde su alternativa (éste era su quinto toro en la Maestranza), a veces se descubría al enseñar la muleta a un lado y no por delante (ante la casta esto es un peligro cierto) y por eso el bicho se le metió por dentro más de una vez. Pese a alguna duda inicial, acabó por tirar del toro, mandando, llegando mucho a los tendidos, siempre con la derecha. Al coger la zurda el toro se rajó a tablas, y allí le sacó lo poco que hubo, siempre con la conmoción cardíaca y turbación de ánimo que provoca la existencia franca de riesgo. Un pinchazo en la suerte natural –donde el toro, lógicamente, no ayudó nada- y una estocada en la suerte contraria algo trasera y desprendida le consiguieron esa oreja fruto de las emociones alcanzadas más que nada.
Diego Urdiales, con el cuarto de la tarde, anduvo bastante mejor; de 570 kilos, negro mulato listón y bragado, delantero de cornamenta, manso, complicado y reservón. Algo brusco entró a los capotes y en la muleta más incierto, revolviéndose al finalizar los pases, bronco a veces, y a medida que avanzaba el trasteo reservón y mirón. Urdiales volvió a estar sereno, ligando al aprovechar esa reposición incómoda dos series a derechas buenas, con mérito. Se llevó un palotazo en la cara –por el brusco cabeceo defensivo del toro- y tras de aquello, valiente y superando la condición de la res, le sacó –inopinadamente- tres o cuatro naturales sensacionales, con la mano baja, arrastrando al bicho, mandados y en redondo. Exprimido el bicho, agotado y quizá un poco ahogado al final, cayó tras una entera caída, dando una vuelta justa al ruedo el diestro de Arnedo. El toro que abrió plaza, de 535 kilos, serio de hechuras, que tuvo casta, complicaciones y cierta bronquedad; muy deslucido, no le dio opción.
Antonio Nazaré, el otro sevillano del cartel tuvo menos fortuna, pechó con un lote de nulas posibilidades con el que estuvo firme y con ganas.
(Fuente cope)
Sevilla, lunes 12 de abril de 2010. Media plaza. El link (copiar y pegar) es: http://www.plus.es/videos/Toros/Oliva-Soto-pierde-merecida-Puerta-Principe-espada/20100412pluutmtor_1/Ves/
Toros de los Herederos del Conde de la Maza, bien presentados, encastados, de juego desigual, el quinto un toro boyante y noble por el pitón derecho, los demás complicados en general (como el bronco primero).
Diego Urdiales: silencio y vuelta. Oliva Soto: oreja y vuelta. Antonio Nazaré: silencio y silencio.
Salió el toro de verdad, el encastado; se percibió riesgo y vibración y el público se entregó con lo que hicieron los toreros; la sensibilidad del aficionado se volcó sobre la inteligencia del héroe capaz de enfrentarse a la muerte o la inhóspita y cruel naturaleza, espectáculo donde el ser humano alcanza el triunfo sobre sí mismo y sus miedos y temores.
La corrida de hoy en la Real Maestranza de Caballería ha tenido casta, con bronquedades, complicaciones, reservas o incertidumbres; y escasa bravura en la suerte de varas. La casta –que ha habido toda la tarde- es acometividad, movilidad, transmisión, ataque. La casta surge espontánea, libre, gratuita, se tiene o se carece de ella. No puede existir bravura sin casta. La bravura ha de manifestarla el toro en todos los tercios. Cuando el toro se entrega en su defensa vital, o en el ataque desinteresado y gratuito, posibilita el toreo, donde el matador se encumbra hacia la superación de su propia condición mortal. Pasa a ser, en tanto en cuanto el espectador se identifica con él, un héroe en el sentir popular. He ahí la grandeza de esta fiesta. Pero para ello hace falta la indispensable, la insustituible casta.
Oliva Soto tuvo lo más manejable del encierro. El quinto fue un toro superior por el pitón derecho, aunque por el izquierdo tuvo su guasa. De nombre Limpidado, con 545 kilos, lució capa negra bragada, pitones delanteros, bizco el diestro, mansedumbre en varas pero casta y boyantía en la franela. Lo paró bien a la verónica el torero sevillano y en la muleta, tras dos lances genuflexos de cartel, le daría buenas tandas por el pitón bueno, siempre en redondo, bajando la mano y tirando del toro, toreando aunque anduviese algo descolocado salvo en los cites. El toro le perdonó ese defecto como lo hizo el público de Sevilla, más atento a la ligazón y la gran transmisión de lo que acontecía en la arena, pero para la perfección buscada tendría que haber dado ese paso adelante en el segundo y siguientes muletazos de cada serie. Hubo, de nuevo, esa embriagadora inquietud y alegre desasosiego que causa el riesgo controlado, y quizá más porfía por el pitón zurdo. Pese a ello, buena faena en su conjunto, malograda, eso sí, con el acero: metisaca bajo y luego cuatro pinchazos caídos antes de una estocada trasera y caída. Le venció, por desgracia, la ansiedad.
Oliva Soto con el segundo de la tarde de 530 kilos, negro mulato y listón, fino y con menos cuajo, manso, complicado a veces, reservón en otras y ciñéndose en más de una ocasión. Pero cuando iba lo hacía con ganas y transmisión, con casta, casi entregándose. Gustaron dos verónicas genuflexas de saludo, y esas embestidas ferroviarias del toro en los comienzos de la muleta. Hubo emoción constante, quizá porque Oliva, con lo poco que ha toreado desde su alternativa (éste era su quinto toro en la Maestranza), a veces se descubría al enseñar la muleta a un lado y no por delante (ante la casta esto es un peligro cierto) y por eso el bicho se le metió por dentro más de una vez. Pese a alguna duda inicial, acabó por tirar del toro, mandando, llegando mucho a los tendidos, siempre con la derecha. Al coger la zurda el toro se rajó a tablas, y allí le sacó lo poco que hubo, siempre con la conmoción cardíaca y turbación de ánimo que provoca la existencia franca de riesgo. Un pinchazo en la suerte natural –donde el toro, lógicamente, no ayudó nada- y una estocada en la suerte contraria algo trasera y desprendida le consiguieron esa oreja fruto de las emociones alcanzadas más que nada.
Diego Urdiales, con el cuarto de la tarde, anduvo bastante mejor; de 570 kilos, negro mulato listón y bragado, delantero de cornamenta, manso, complicado y reservón. Algo brusco entró a los capotes y en la muleta más incierto, revolviéndose al finalizar los pases, bronco a veces, y a medida que avanzaba el trasteo reservón y mirón. Urdiales volvió a estar sereno, ligando al aprovechar esa reposición incómoda dos series a derechas buenas, con mérito. Se llevó un palotazo en la cara –por el brusco cabeceo defensivo del toro- y tras de aquello, valiente y superando la condición de la res, le sacó –inopinadamente- tres o cuatro naturales sensacionales, con la mano baja, arrastrando al bicho, mandados y en redondo. Exprimido el bicho, agotado y quizá un poco ahogado al final, cayó tras una entera caída, dando una vuelta justa al ruedo el diestro de Arnedo. El toro que abrió plaza, de 535 kilos, serio de hechuras, que tuvo casta, complicaciones y cierta bronquedad; muy deslucido, no le dio opción.
Antonio Nazaré, el otro sevillano del cartel tuvo menos fortuna, pechó con un lote de nulas posibilidades con el que estuvo firme y con ganas.
(Fuente cope)