domingo, 2 de mayo de 2010

José Tomás, al natural.

Por Pedro Abad-Schuster

Un biógrafo del diestro, desvela su vida más íntima, su aversión a la Prensa y las razones de su espantada en 2002. Carlos Abella es el personaje. que escribe sobre José Tomás. Es ejemplar que en una sociedad dominada por la escenificación oral y pública de lo que se quiere transmitir, un artista como José Tomás, que apenas habla y que no usa ni abusa —como tantos otros— de los medios de comunicación haya alcanzado tal trascendencia. Sin duda ello es posible por la autenticidad de su mensaje, la sinceridad de su persona, y la entraña de su ser, que es percibido por la sociedad, sin exigirle que explique lo que hace, por qué lo hace. No es necesario. Lo sabemos, lo percibimos, no necesita «vendernos» nada con su palabra. Otros, ¡pobres! deben recurrir a mil artimañas ajenas a su condición, para que se hable de ellos, de su arte, o de su oficio.

¿Quién conoce a José Tomás? Yo he escrito una biografía suya y apenas he mantenido con él un par de conversaciones. Y sin embargo entiendo, capto su mensaje y su condición humana. Creo saber cómo siente y lo que piensa. José Tomás es serio, respetuoso, prudente, educado, discreto, tímido, reservado, algo huraño, pero cálido en la cercanía, afable, y tiene una voz bonita y cálida, para expresar en público sus ideas, sus sentimientos. Quiere y respeta a sus padres y confía plenamente en los suyos: sus hermanos, sus personas de confianza en la gestión de sus intereses, de sus casas —una en Estepona, otra entre Torrelodones y Galapagar, otra en Aguascalientes (México).

Le entusiasman los perros a los que cuida y mima personalmente. Sé que le interesa la lectura, que quiere conocer otros mundos, otras aficiones, otros países, otras culturas y a otros artistas. Y sé que sabe que su profesión le exige una dependencia pública que rechaza; sé que se siente incómodo ante el aluvión admirativo, el achuchón del incondicional, el abrazo del hijo de un aficionado. No quiere saber nada de la fama. Le cuesta asistir a los homenajes y le da vergüenza que reconozcan su éxito. Lo acepta pero quiere estar solo, pescar, pasear con sus perros, conducir sus coches a gran velocidad.

Y sin embargo José Tomás, no habla, pero lo «dice» todo; no concede entrevistas, pero todo lo que hace tiene trascendencia. No sale en televisión, ni en una revista, ni siquiera en un periódico, presumiendo falsa o publicitariamente de ser solidario ante tal o cual problema. Él ejerce en silencio de solidario. En una sociedad tan mediática, José Tomás ha exigido el respeto de los medios y conseguido el de buena parte de ellos, por su manera de ser, su sentido de la autenticidad, de la sinceridad íntima ante la vida, su profesión, su entorno familiar y profesional.

Recuerdo que cuando el subalterno Adrián Gómez resultó gravísimamente herido y quedó tetrapléjico, El Fundi organizó un festival para recaudar fondos y fue el propio Fundi quien días antes de su celebración me contó que le había llamado José Tomás para decirle que él no podía torear ese festival pero que donaba para Adrián 120.000 euros. Y cuando toreó en solitario seis toros en Barcelona con fines benéficos, José Tomás donó sus honorarios para crear una Fundación cuyo primer objetivo han sido varias ONG catalanas, con niños con variadas discapacidades. Y ahora ha sido también en México donde su Fundación ha empezado a colaborar con otras ONG mexicanas de la zona de Aguascalientes, precisamente. Algunos medios le detestan, porque no alimenta el ego de los profesionales, ni su demanda informativa, ni su cuenta de resultados. Y por supuesto porque se niega a que le televisen sus actuaciones, con un argumento tan sencillo como profundo y de doble concepto: por un lado psicológico. El que quiera ver su toreo que vaya a la plaza, que es donde se percibe la emoción, la autenticidad del espectáculo y el ambiente de una corrida de toros. Y por otro lado de principio y económico. La cadena que quiera televisar sus actuaciones debe negociar con él mismo sus derechos de imagen y no con la empresa que le contrata. Elemental. Un día su padre, que fue años alcalde de Galapagar en representación del PP, me contó que su hijo sabe muy bien que en el mundo del toro a algunos les molesta que seas tú mismo y que su hijo lucha porque los toreros no se dejen manipular, porque ellos son los que se juegan la vida y que sin toreros y toros no hay Fiesta.

Otros medios no le quieren porque desde su reaparición en 2007 apenas ha concedido entrevistas: una en México y otra en España. Y solo una muy breve a Tendido Cero de TVE al término de la corrida de Barcelona en la que indultó al toro «Idílico». Su entorno no contrata publicidad en los medios, ni en las revistas especializadas, ni banners en los portales; en una palabra no «contribuye» como otros, a su mantenimiento. José Tomás tiene también la enemiga de algunas empresas, preocupadas por lo elevado de sus honorarios y lo reducido de sus actuaciones. Él gobierna su vida y no pueden con él. Algunos no entienden la bohemia de la vida de José Tomás, con su indumentaria informal, la peculiaridad de alguno de sus seguidores, como el cantautor Joaquín Sabina, el escritor Sánchez Dragó, o el guitarrista Vicente Amigo. José Tomás tiene un apasionante punto de rebeldía. Quiere ser distinto, que las cosas cambien, o al menos rechaza las que le parecen superfluas, banales, gratuitas. De ahí su ejemplar «combate» por los derechos de televisión o por la permanencia de los toros en Barcelona, ciudad taurina amenazada por la sinrazón y el sectarismo nacionalistas, disfrazado de sensiblería animalista. Y digo ejemplar, porque todavía no ha dicho al respecto una sola palabra en público. Sí lo ha hecho su apoderado y persona de su total confianza, Salvador Boix, que está acreditando una extraordinaria eficacia en la gestión de su carrera profesional.

Quienes son incapaces de entender estas claves humanas le quieren desacreditar divulgando con enorme frivolidad en una sociedad cada vez más feminizada, que José Tomás es un torero dispuesto a morir. Un suicida. Solo en ese clima de opinión pública que pretende rechazar el dramatismo de la cornada, la autenticidad de los sentimientos del artista que con su arte y su inteligencia luchan contra una fuerza bruta, cabe entender que se interprete el orgullo profesional de José Tomás, su responsabilidad ante el público cada tarde y su exigencia con su propio concepto como una actitud suicida. A José Tomás le gusta pasarse el toro cerca —un poco más que a otros, desde luego—, le seduce sortearlo en un inverosímil quiebro en el último segundo, la sugestiona permanecer inmóvil en la ejecución de una manoletina o una gaonera y le estimula más que a nadie triunfar arrimándose y no solo culminando una bella obra estética. De ahí que sus triunfos tengan clamor, impacto, potencia. Sobre esta cuestión, quiero afirmar que José Tomás no es un loco; es un hombre de su tiempo, que reflexiona sobre la muerte, sobre la vida y sobre la razón de ambos misterios. Eso sí, se retiró en 2002 harto de muchas cosas del mundo del toro, y después de haber conquistado las plazas más importantes y sufrido muchas graves cornadas, una de ellas en la plaza mexicana de Autlán de la Grana en 1996, donde un toro de la ganadería mexicana de Begoña le partió la femoral, donde su apoderado de entonces hubo de ser uno de los donantes de sangre y donde se le administró la extremaunción.

En los cinco años que estuvo retirado, hasta 2007, se supo que en Estepona, frente al mar, que se había dejado una poblada barba, que jugaba al fútbol sala, que había conocido a una bella muchacha andaluza que se llamaba Isabel, como su madre, y que sus compañeros de paseos y de patadas al balón ignoraban que era el famoso diestro nacido en Galapagar. Hasta el extremo de que cuando escribí mi biografía «José Tomás, un torero de leyenda» alguien muy afín, me dijo: «Mira Carlos, para que sepas cómo es José Tomás, en el invierno de 2001 después de pasar varios meses descansando en Estepona, un día decidió volver a entrenar para empezar la temporada y cuando ya había firmado con la empresa de Sevilla su actuación en la corrida del Domingo de Resurrección les dijo a sus amigos que les invitaba a la Maestranza porque él iba a torear». Ese el secreto de su felicidad: el anonimato.

Es el mayor de cuatro hermanos, y sus padres tuvieron que aceptar que su pasión por el Atlético de Madrid y el Estudiantes dejara paso al toreo. Aunque esta pasión por los toros no nació con él, sino por la influencia de su querido abuelo Celestino, recientemente desaparecido.

Para resumir esta breve evocación de su intensa personalidad, merece la pena divulgar que un día cuando le dijeron que tenía que empezar a conceder entrevistas, miró a Antonio Corbacho, uno de los hombres clave de su vida profesional, y le preguntó: «Pero vamos a ver, Antonio... ¿Manolete dónde se hizo torero, en la plaza o en los periódicos?» «En la plaza», respondió Corbacho. «Pues entonces», sentenció el torero. Y dice su hermano Andrés, que comparte con el miles de horas al año: «Es el hombre más tranquilo que conozco. Si por él fuese saldríamos para la plaza cinco minutos antes de la corrida». Este es un perfil del tipo humano que desde hace unos días ha concitado toda la atención informativa del mundo y que merece que admiremos su entereza ante el peligro y su pasión por la vida.(Fuente: abc.es)