domingo, 9 de mayo de 2010

Video. M O R A N T E en Jerez el 8 de mayo 2010.

Video. M O R A N T E en Jerez el 8 de mayo 2010.


Plaza de toros de Jerez de la Frontera. Sábado 8 de mayo de 2010. Cuarta de feria. Tarde medio nublada con brisa fresca. Tres cuartos de entrada con casi lleno en sombra. Seis toros de Núñez del Cuvillo, de preciosa presentación, con cara y vario pelaje. Por más completos, bravos y muy nobles, destacaron el primero y el quinto que fue muy aplaudido en su arrastre. Les siguió en manejabilidad el tercero. El segundo manseó en el caballo, duró poco en la muleta y sacó genio. Blandísimo el sexto. Finito de Córdoba (amapola y oro): Metisaca en el chaleco, pinchazo y estocada contraria atravesada, silencio. Estocada trasera caída de rápidos efectos, silencio tras leve división. Morante de la Puebla (canela y azabache): Tres pinchazos yéndose, pinchazo, media atravesada y dos descabellos, aviso y silencio. Media estocada fulminante, dos orejas y fortísima petición de rabo, incomprensiblemente no atendida por el palco, con vuelta clamorosa. El Cid (blanco y oro): Pinchazo hondo tendido y dos descabellos, silencio. Media efectiva, silencio. Morante salió a hombros. Bien en palos, Álvaro Oliver y Alalareño.

No hay adjetivos suficientes ni palabras adecuadas para describir la completísima y, por todo, genial labor de Morante de la Puebla con el excelente quinto toro de la corrida de Núñez del Cuvillo del que cortó dos orejas aunque no el rabo que se pidió con clamor por la inadmisible negativa del palco presidencial. Morante ya había dejado su sello con el capote y en algunos pasajes con la muleta en el deslucidísimo segundo. Pero lo que hizo después, quedará para la historia como uno de los hitos más grandes que nadie haya logrado en el toreo. En contraposición al gran artista, Finito de Córdoba dejó escapar al también extraordinario toro que abrió plaza, y no se atrevió a meterse en serio con el más encastado cuarto. Petardo en toda regla, pues, de Finito. El Cid, volvió a mostrarse insuficiente con el manejable tercero y casi nada pudo hacer con el blandísimo sexto.

El bello ejemplar de pelo jabonero sucio que inmortalizó el de la Puebla del Río desde que salió por los chiqueros hasta que murió, fue un excelente colaborador de tan excepcional arista. Pero con serlo, Morante lo superó haciéndonos olvidar que lo que tuvo delante fue un toro. Más pareció una pareja de ballet ensimismada por quien interpretó sus embestidas en un derroche de temple, mando, inspiración, medida, ritmo y placer consigo mismo cuanto cinceló, cual escultor superdotado en los tres tercios, la que quizá haya sido la obra más grande de Morante a lo largo de su vida desde el punto de vista artístico.

Y por lo que respecta a lo mucho que uno lleva visto durante los más de cuarenta años que ejerzo la crítica taurina, lo más bello que he visto jamás. Por eso, cuando Morante dio fin a su fantástica creación, no pude evitar que se me escapara un tópico grito que ayer vino como anillo al dedo: Morante, ¡apaga y vámonos¡

Si maravilloso estuvo con el capote – un recital por verónicas sensacionales, medias perfumadas, chicuelinas más que gráciles en el quite, revoleras y largas de inimitable y eterna ejecución por su lento devenir, su recreado ensamblaje en los remates de cada serie -, y hasta sublime en el tercio de banderillas que cuajó en tres pares a cada cual más puro y alado en su preparación y salida…, con la muleta fue el acabose por cómo se dibujó a sí mismo en una faena tan redonda, tan bien estructurada, tan perfectamente pausada y tan lentamente realizada en cada cite, en cada pase, en cada entrada, en cada salida…, y por cómo ligó cada ronda sin abandonar el sitio por inacabables redondos, licuados naturales, enormes de pecho, ayudados por bajo y por alto como pétalos de rosa, kikirikís y pases de las flores que parecieron orquídeas, mas por cómo conjuntó todo dándole exacta unidad hasta buscar la igualada del animal con sumo y placentero compás para matarlo de media estocada lagartijera de la que el toro salió rodado a sus pies, que el público quedó extasiado y más feliz que si, durante los veinte minutos que no quisimos se acabaran nunca, hubiéramos estado en la mismísima Corte Celestial.

Fuente: de toros en libertad