Cortó oreja Aramburú como lo hizo el diestro Flavio Carrillo y el aficionado José Ignacio Bullard. La ganadería de Apóstol Santiago echó un encierro con presencia conveniente para los actuantes que tuvo como común condición de lidia la justeza de casta que se evidenció en constantes huidas a tablas. Tres de ellos (3º 6º y 7º) destacaron por su nobleza y son para embestir. Los demás sacaron complicaciones que los actuantes resolvieron en mayor o menor medida. Se echó el 8º bis por haber salido despitorrado el titular de chiqueros, extrañamente.
Dicho lo de Aramburú, importa reseñar las faenas de los compañeros premiados. Carrillo, quien ejecutó con fundamentos y entrega la Suerte Nacional puso pie a tierra y se plantó en el sitio de aguante para con firmeza hacer repetir al burel, pasándolo con temple en faena derechista. Gran espadazo pudo haber sido motivo del doble trofeo pero el chungo-palco lo negó. Oreja con otro argumento fue la de Bullard, quien pechó con el garbanzo, por cuajado y más serio tanto como manso y complicado, ante el cual estuvo seguro y buscando siempre las vueltas que encontró al tiempo que un par de achuchones sin consecuencias. Su seguridad con la espada valió para el triunfo.
De los demás alternantes destacar su esfuerzo y voluntad por conseguir lucimiento que no tuvo correlato con el material sorteado y en otros casos fallaron estrepitosamente con el acero. El diestro Freddy Villafuerte tuvo un astado deslucido pero aún así dejó un par de series diestras de trazo bajo y lento. Javier Osores aportó un toreo vertical, seco y templado, muy clásico que encontró eco en los tendidos pero no refrendó con el acero. Enrique Sifuentes, bullidor y particularísimo para expresar su toreo, encendió a la parroquia desde su porta gayola, los afarolados y larga cambiada de rodillas hasta sus desplantes y arrogancias ante el astado, pena que mal usara la espada. Tito Fernández, el más nuevo de los aficionados prácticos, sorprendió con un manejo de la muleta con gran sentido del temple y del toreo profundo, amén de su habilidad para la suerte suprema. Y Luis Herencia, con buenas maneras y clase para manejar el paño, tuvo que perseguir al huidizo que deslució por su constante calamocheo que no siempre cotejó su torero. Así pasó una larga tarde de toros, novillos, que nos hizo transitar del apoteósico sol de primavera a la casi penunbra de la noche en un ruedo repleto de reflectores que no hicieron sino iluminar nuestra fe en gozar de una feria de polendas en los días venideros.