Huye de la prensa, se la juega en el ruedo más que ninguno, no lleva medallas de la Virgen, da dinero a las ONG, lee poesía y tiene fama de republicano. ¿Cuánto hay de verdad y de montaje en la personalidad del diestro madrileño que la armó en Las Ventas?
Ya puede usted llamar, que no le va a hacer ni caso. Este hombre no es nada sociable". Aparte de estos consejos tan alentadores, el portero de la urbanización Laguna Beach, en Estepona, adyacente a la exclusiva Lunymar, donde vive el torero José Tomás, de 32 años, poco puede decir del diestro. "No sé nada. Y además, no me gustan los toros". El viento de levante trae hasta aquí un olor nauseabundo. "Estamos desinfectando los apartamentos", aclara el portero, cargado con un manojo de llaves.
José Tomás, el torero de la lentitud, de la parsimonia, de la verticalidad, que dicen los entendidos; el que se juega la vida cada tarde, disputándole al toro su terreno, sale poco de casa estos días. Vive enclaustrado en este recinto, una urbanización tranquila junto al mar habitada por jubilados ricos, estrellas de la radio y algún turista extranjero. Aquí vive. Protegido por verjas de hierro y por una muralla de piedras calizas rematadas por alambre de espino, por el lado que se abre a la playa del Ángel.
Sólo aquí se siente seguro el diestro. Rodeado por un puñado de amigos y colaboradores. Su novia, Isabel; su hermano Antonio, fisioterapeuta, que abrió una clínica privada hace un par de años en este mismo sitio; su ayudante, chófer y chico para todo, El Kiki, y su perro schnauzer.
Ya puede usted llamar, que no le va a hacer ni caso. Este hombre no es nada sociable". Aparte de estos consejos tan alentadores, el portero de la urbanización Laguna Beach, en Estepona, adyacente a la exclusiva Lunymar, donde vive el torero José Tomás, de 32 años, poco puede decir del diestro. "No sé nada. Y además, no me gustan los toros". El viento de levante trae hasta aquí un olor nauseabundo. "Estamos desinfectando los apartamentos", aclara el portero, cargado con un manojo de llaves.
José Tomás, el torero de la lentitud, de la parsimonia, de la verticalidad, que dicen los entendidos; el que se juega la vida cada tarde, disputándole al toro su terreno, sale poco de casa estos días. Vive enclaustrado en este recinto, una urbanización tranquila junto al mar habitada por jubilados ricos, estrellas de la radio y algún turista extranjero. Aquí vive. Protegido por verjas de hierro y por una muralla de piedras calizas rematadas por alambre de espino, por el lado que se abre a la playa del Ángel.
Sólo aquí se siente seguro el diestro. Rodeado por un puñado de amigos y colaboradores. Su novia, Isabel; su hermano Antonio, fisioterapeuta, que abrió una clínica privada hace un par de años en este mismo sitio; su ayudante, chófer y chico para todo, El Kiki, y su perro schnauzer.
...su apoderado, el músico y ex crítico taurino gerundense Salvador Boix, describe al diestro como una persona abrumada por lo que ha oído y leído. Los elogios, ya se sabe, pueden paralizar y herir como las astas de un toro. Y el maestro no ha dejado de pensar, a lo largo de la semana, en la tarde de hoy. ¿Qué más puede hacer?, se pregunta a coro la afición. ¿Cómo, de qué modo puede el torero superar esas cuatro orejas, y cortar el rabo, que no se da en Madrid desde hace décadas? Una cosa está clara: si no se supera a sí mismo, José Tomás corre el riesgo de decepcionar. Un fantasma que persigue al torero madrileño desde los inicios de su carrera de matador, en 1995.
Dicen que vive atormentado por su propia exigencia, mirándose en el espejo de Manolete, su gran ídolo. Que vive sólo para ponerse delante del toro, en ese terrorífico terreno que le pertenece al animal, y que, en los últimos tiempos, pocos toreros frecuentan. Se dicen muchas cosas de José Tomás que dan de él una imagen muy alejada del estereotipo del matador de toros. El diestro madrileño tiene poco que ver con el modelo de torero que ha progresado en la lidia últimamente, acostumbrado a aparecer en la prensa rosa, siempre impoluto y sonriente. José Tomás no es de ésos. Cada corrida suya es una promesa de emoción y riesgo, dicen los taurinos. Un tipo de 32 años, 1,80 de altura, 68 kilos y sangre del grupo cero negativo que derrocha en la plaza. Su biografía profesional se resume en dos cifras: 407 corridas como matador, una veintena de cornadas. Un tipo bien especial, aseguran los taurinos. Para empezar, y salvo contadas entrevistas, no habla con la prensa española desde 2000. No le reza a la Virgen ni a los santos en las fatídicas horas previas a las corridas, y el jueves pasado, para pasmo general, no brindó ninguno de sus toros al rey de España, presente en la plaza.
"Su actitud no es religiosa, sino ética. Antes de torear se encomienda a sí mismo y a las fuerzas del toreo. Su despliegue técnico es tan grande que le da seguridad", cuenta Salvador Boix. ¿Es cierto que es de izquierdas y republicano? "Estamos en el siglo XXI. A José Tomás le funciona la cabeza y es una persona comprometida con su tiempo. En México donó sus honorarios para los damnificados de unas inundaciones", añade.
Manuel Molés, periodista que conduce desde hace años un programa de toros en la cadena SER y retransmite corridas en Digital +, conoce de antiguo al torero, y no le cuadran las cosas. "José Tomás es un gran tímido, pero una persona de lo más normal. No hay más que oírle hablar. Le han construido una imagen de persona introvertida que es una fantasía literaria. Es verdad que lo que prefiere es estar con su gente, que no le gustan las entrevistas, porque le cuesta hablar. Es cierto que es un torero con magia, pero hay quien se ha empeñado en que sea algo así como el mártir de la fiesta".
El torero no quiere ser mártir, pero en una entrevista a la cadena mexicana Televisa, en octubre pasado, reconoció que prefiere recibir una cornada a dar un paso atrás ante el toro. Y es que José Tomás torea en el límite y toda su vida gira en torno a su toreo. Vive como un asceta. Bebe coca-cola, no fuma, hace deporte a diario, come de forma austera, escucha música (a Camarón de la Isla, o a su admirado Joaquín Sabina) y lee libros de toreros y de poesía. Nada raro, si no fuera por el silencio que rodea al diestro. Los que le han tratado dicen que habla en voz baja, casi en un susurro, y que nunca pierde esa seriedad que le caracteriza. Ese tomarse en serio su profesión, ese jugarse la vida en las plazas que ha devuelto, dicen, la emoción a los ruedos. Hay una duda que planea, con todo, sobre su persona: ¿se ha creído demasiado su propio personaje?, ¿se ha tragado el mito a la persona real?, ¿ha ocurrido con este diestro venerado como con algún personaje de Thomas Bernhard, reducido a ser su arte?
"Él es un tipo con carácter que tiene las cosas muy claras. Se niega a dar alternativas a nadie, no torea en plazas plegables ni ante las cámaras de televisión", cuenta una persona que ha participado en alguna negociación con el diestro. Como además sus honorarios son astronómicos -entre 250.000 y 400.000 euros por actuación-, "sólo se le puede contratar con la seguridad de que va a llenar la plaza hasta la bandera, y eso sólo se consigue aportando emoción. Jugándose la vida cada tarde. Creando un mito".
Nadie hubiera imaginado, en la protohistoria de su carrera, que José Tomás Román Martín iba a convertirse en este referente indiscutible que es hoy de la pureza del toreo. Capaz de enfrentarse con la espada y la muleta a los enemigos de la fiesta. Por eso -él mismo lo ha contado- quiso reaparecer en junio del año pasado en la Monumental de Barcelona. Para dar una satisfacción a los aficionados catalanes que han soportado el grueso de los ataques antitaurinos.
El mayor de los cuatro hijos de José Tomás Román e Isabel Martín, José Tomás nació en una familia acomodada de Galapagar. El padre fue director de banco y constructor, y alcalde del pueblo -por el PP- un par de años. La madre se dedicó a criar a los hijos. Los Román hubieran preferido que José Tomás fuera futbolista, su afición inicial hasta que su abuelo le inoculó el veneno del toreo. En el libro José Tomás. Un torero de leyenda, recién publicado por el escritor y taurino Carlos Abella, hay fotos impactantes de un chiquillo serio, enfundado en traje corto. ¿No ha sido el diestro una víctima de la obstinación del abuelo? "La afición estaba en él", rechaza su padre. "El abuelo llevaba a los toros a José Tomás y al hermano que le sigue, Marcelo, que se lleva menos de un año con él. Y a Marcelo no se le ocurrió nunca ponerse delante de un toro". El diminuto José pudo compaginar las capeas, y las corridas organizadas por el abuelo, con los estudios. Fue al colegio público San Gregorio de Galapagar y al instituto de Torrelodones.
Para entonces, ya tenía claro que no quería ir a la universidad, que lo suyo era el toreo. Hizo la carrera en México, disconforme con los usos españoles que obligaban al novillero a pagar por torear, y en México tomó la alternativa, en diciembre de 1995. La confirmación, en España, fue ya un acontecimiento taurino, aunque los años de gloria, los que entendidos como el periodista Manolo Molés llaman el "trienio mágico", fueron 1997, 1998 y 1999. En 2002, por sorpresa, el diestro se retiraba de los ruedos, para no reaparecer hasta junio de 2007. Cinco largos años que han sido una bendición para su familia, reconoce su padre, y un castigo para los aficionados.
Primero se refugió en México; luego, en Estepona, y se dedicó a disfrutar de la vida. Los vecinos del pueblo le recuerdan desayunando a diario en la cafetería del supermercado Carrefour, a menos de un kilómetro de su casa, donde conoció a Isabel, su novia, una morena atractiva que trabajaba en el laboratorio fotográfico del centro. "Se hizo muy amigo de Javier, uno de los camareros. Hasta se fueron juntos a Cuba", recuerda el actual encargado del local. El diestro se colocó un pendiente en la oreja izquierda y empezó a jugar al fútbol sala en el equipo de su cuñado, el del bar Macarena. El local, modestísimo, en el barrio alto de Estepona, una zona de gente obrera, está decorado con fotos dedicadas del diestro. David Ferrer, hijo del dueño, atiende la barra, y se declara, antes que nada, poco aficionado a los toros. "El taurino es mi padre". De José Tomás no quiere contar nada. "Desde que ha vuelto a torear no juega en el equipo, pero viene de vez en cuando por aquí".
No hay mito sin leyenda, y esta retirada del toreo a los 27 años de edad y en pleno éxito contribuyó a forjarla. Todavía hoy, aficionados y expertos se preguntan por qué se fue de los ruedos. Hay teorías para todos los gustos. Su apoderado, Boix, tiene una: "La vida de un torero es tan rara, siempre rodeado de personas mayores, siempre hablando de lo mismo, siempre con el toro a vueltas, que José Tomás se retiró para vivir un poco, para saber cómo es la vida normal". Es cierto que el maestro no tuvo infancia ni juventud, pero hay quien apunta otra tesis. "Jugarse la vida cada tarde, estar en la cima, puede ser insoportable", dice un crítico taurino que prefiere no dar su nombre.
Carlos Abella tiene una tercera tesis. A su juicio, José Tomás se retiró amargado por las presiones del poder, de los grandes apellidos que controlan los carteles taurinos. Un hecho que avala la segunda de estas tres hipótesis es que, como explica Antonio Barrientos, alcalde socialista de Estepona, que ha tratado al diestro, "tenía mucho miedo a volver, al menos eso es lo que nos transmitió".
Antonio López Fuentes, el sastre que le confecciona los vestidos de torero, fue el primero en enterarse del regreso. Le encargó siete nuevos en telas de poliéster y algodón. "Lo normal es que usen uno cada diez corridas", explica. Y capotes de paseo bordados que parecen casullas. "Son como los que llevaban los sacerdotes arrianos", dice López Fuentes. Y puede que sea eso lo que José Tomás, el torero atípico, quiere ser. El sumo sacerdote de la fiesta.
Por LOLA GALÁN en El País.
Dicen que vive atormentado por su propia exigencia, mirándose en el espejo de Manolete, su gran ídolo. Que vive sólo para ponerse delante del toro, en ese terrorífico terreno que le pertenece al animal, y que, en los últimos tiempos, pocos toreros frecuentan. Se dicen muchas cosas de José Tomás que dan de él una imagen muy alejada del estereotipo del matador de toros. El diestro madrileño tiene poco que ver con el modelo de torero que ha progresado en la lidia últimamente, acostumbrado a aparecer en la prensa rosa, siempre impoluto y sonriente. José Tomás no es de ésos. Cada corrida suya es una promesa de emoción y riesgo, dicen los taurinos. Un tipo de 32 años, 1,80 de altura, 68 kilos y sangre del grupo cero negativo que derrocha en la plaza. Su biografía profesional se resume en dos cifras: 407 corridas como matador, una veintena de cornadas. Un tipo bien especial, aseguran los taurinos. Para empezar, y salvo contadas entrevistas, no habla con la prensa española desde 2000. No le reza a la Virgen ni a los santos en las fatídicas horas previas a las corridas, y el jueves pasado, para pasmo general, no brindó ninguno de sus toros al rey de España, presente en la plaza.
"Su actitud no es religiosa, sino ética. Antes de torear se encomienda a sí mismo y a las fuerzas del toreo. Su despliegue técnico es tan grande que le da seguridad", cuenta Salvador Boix. ¿Es cierto que es de izquierdas y republicano? "Estamos en el siglo XXI. A José Tomás le funciona la cabeza y es una persona comprometida con su tiempo. En México donó sus honorarios para los damnificados de unas inundaciones", añade.
Manuel Molés, periodista que conduce desde hace años un programa de toros en la cadena SER y retransmite corridas en Digital +, conoce de antiguo al torero, y no le cuadran las cosas. "José Tomás es un gran tímido, pero una persona de lo más normal. No hay más que oírle hablar. Le han construido una imagen de persona introvertida que es una fantasía literaria. Es verdad que lo que prefiere es estar con su gente, que no le gustan las entrevistas, porque le cuesta hablar. Es cierto que es un torero con magia, pero hay quien se ha empeñado en que sea algo así como el mártir de la fiesta".
El torero no quiere ser mártir, pero en una entrevista a la cadena mexicana Televisa, en octubre pasado, reconoció que prefiere recibir una cornada a dar un paso atrás ante el toro. Y es que José Tomás torea en el límite y toda su vida gira en torno a su toreo. Vive como un asceta. Bebe coca-cola, no fuma, hace deporte a diario, come de forma austera, escucha música (a Camarón de la Isla, o a su admirado Joaquín Sabina) y lee libros de toreros y de poesía. Nada raro, si no fuera por el silencio que rodea al diestro. Los que le han tratado dicen que habla en voz baja, casi en un susurro, y que nunca pierde esa seriedad que le caracteriza. Ese tomarse en serio su profesión, ese jugarse la vida en las plazas que ha devuelto, dicen, la emoción a los ruedos. Hay una duda que planea, con todo, sobre su persona: ¿se ha creído demasiado su propio personaje?, ¿se ha tragado el mito a la persona real?, ¿ha ocurrido con este diestro venerado como con algún personaje de Thomas Bernhard, reducido a ser su arte?
"Él es un tipo con carácter que tiene las cosas muy claras. Se niega a dar alternativas a nadie, no torea en plazas plegables ni ante las cámaras de televisión", cuenta una persona que ha participado en alguna negociación con el diestro. Como además sus honorarios son astronómicos -entre 250.000 y 400.000 euros por actuación-, "sólo se le puede contratar con la seguridad de que va a llenar la plaza hasta la bandera, y eso sólo se consigue aportando emoción. Jugándose la vida cada tarde. Creando un mito".
Nadie hubiera imaginado, en la protohistoria de su carrera, que José Tomás Román Martín iba a convertirse en este referente indiscutible que es hoy de la pureza del toreo. Capaz de enfrentarse con la espada y la muleta a los enemigos de la fiesta. Por eso -él mismo lo ha contado- quiso reaparecer en junio del año pasado en la Monumental de Barcelona. Para dar una satisfacción a los aficionados catalanes que han soportado el grueso de los ataques antitaurinos.
El mayor de los cuatro hijos de José Tomás Román e Isabel Martín, José Tomás nació en una familia acomodada de Galapagar. El padre fue director de banco y constructor, y alcalde del pueblo -por el PP- un par de años. La madre se dedicó a criar a los hijos. Los Román hubieran preferido que José Tomás fuera futbolista, su afición inicial hasta que su abuelo le inoculó el veneno del toreo. En el libro José Tomás. Un torero de leyenda, recién publicado por el escritor y taurino Carlos Abella, hay fotos impactantes de un chiquillo serio, enfundado en traje corto. ¿No ha sido el diestro una víctima de la obstinación del abuelo? "La afición estaba en él", rechaza su padre. "El abuelo llevaba a los toros a José Tomás y al hermano que le sigue, Marcelo, que se lleva menos de un año con él. Y a Marcelo no se le ocurrió nunca ponerse delante de un toro". El diminuto José pudo compaginar las capeas, y las corridas organizadas por el abuelo, con los estudios. Fue al colegio público San Gregorio de Galapagar y al instituto de Torrelodones.
Para entonces, ya tenía claro que no quería ir a la universidad, que lo suyo era el toreo. Hizo la carrera en México, disconforme con los usos españoles que obligaban al novillero a pagar por torear, y en México tomó la alternativa, en diciembre de 1995. La confirmación, en España, fue ya un acontecimiento taurino, aunque los años de gloria, los que entendidos como el periodista Manolo Molés llaman el "trienio mágico", fueron 1997, 1998 y 1999. En 2002, por sorpresa, el diestro se retiraba de los ruedos, para no reaparecer hasta junio de 2007. Cinco largos años que han sido una bendición para su familia, reconoce su padre, y un castigo para los aficionados.
Primero se refugió en México; luego, en Estepona, y se dedicó a disfrutar de la vida. Los vecinos del pueblo le recuerdan desayunando a diario en la cafetería del supermercado Carrefour, a menos de un kilómetro de su casa, donde conoció a Isabel, su novia, una morena atractiva que trabajaba en el laboratorio fotográfico del centro. "Se hizo muy amigo de Javier, uno de los camareros. Hasta se fueron juntos a Cuba", recuerda el actual encargado del local. El diestro se colocó un pendiente en la oreja izquierda y empezó a jugar al fútbol sala en el equipo de su cuñado, el del bar Macarena. El local, modestísimo, en el barrio alto de Estepona, una zona de gente obrera, está decorado con fotos dedicadas del diestro. David Ferrer, hijo del dueño, atiende la barra, y se declara, antes que nada, poco aficionado a los toros. "El taurino es mi padre". De José Tomás no quiere contar nada. "Desde que ha vuelto a torear no juega en el equipo, pero viene de vez en cuando por aquí".
No hay mito sin leyenda, y esta retirada del toreo a los 27 años de edad y en pleno éxito contribuyó a forjarla. Todavía hoy, aficionados y expertos se preguntan por qué se fue de los ruedos. Hay teorías para todos los gustos. Su apoderado, Boix, tiene una: "La vida de un torero es tan rara, siempre rodeado de personas mayores, siempre hablando de lo mismo, siempre con el toro a vueltas, que José Tomás se retiró para vivir un poco, para saber cómo es la vida normal". Es cierto que el maestro no tuvo infancia ni juventud, pero hay quien apunta otra tesis. "Jugarse la vida cada tarde, estar en la cima, puede ser insoportable", dice un crítico taurino que prefiere no dar su nombre.
Carlos Abella tiene una tercera tesis. A su juicio, José Tomás se retiró amargado por las presiones del poder, de los grandes apellidos que controlan los carteles taurinos. Un hecho que avala la segunda de estas tres hipótesis es que, como explica Antonio Barrientos, alcalde socialista de Estepona, que ha tratado al diestro, "tenía mucho miedo a volver, al menos eso es lo que nos transmitió".
Antonio López Fuentes, el sastre que le confecciona los vestidos de torero, fue el primero en enterarse del regreso. Le encargó siete nuevos en telas de poliéster y algodón. "Lo normal es que usen uno cada diez corridas", explica. Y capotes de paseo bordados que parecen casullas. "Son como los que llevaban los sacerdotes arrianos", dice López Fuentes. Y puede que sea eso lo que José Tomás, el torero atípico, quiere ser. El sumo sacerdote de la fiesta.
Por LOLA GALÁN en El País.