Historias del abuelo Celestino, el origen de José Tomás
ZABALA DE LA SERNA
MADRID. Celestino está contento y sordo, recluido en Galapagar. Pero no pierde de vista todo lo que se ha escrito de su nieto desde el pasado 5 de junio. «Mira, ha llegado, porque no ha venido hasta hoy, el «Toros 6» y dice que José Tomás hace Historia». Y casi recita artículo por artículo desde el editorial. La conversación es mayormente monólogo.
«Es que he tenido el oído constipado». El aire de la sierra ha sido frío y húmedo durante todo mayo. A cierta edad el clima hiere, y los años se apilan, tantos como ochenta infinitos inviernos, sobre los huesos de Celestino Román. Le dedicó José Tomás la tarde gloriosa para aliviarlos. «No te he podido explicar. Vino aquí con toda la cuadrilla, y él delante. Abre la puerta, entra y me dice: «Te traigo un regalo». Digo ¿qué regalo? «Toma, las orejas del toro que te he brindado a ti y a Antonio (su hermano)»». ¿Las orejas del primero o del segundo, Celestino? «¡Las cuatro! Se las ha llevado ya a disecar, como las cabezas de los toros (Dakar y Comunero)». Y sigue su parlamento. «Ayer ha venido la televisión, hoy ha venido otra televisión, todos los días está viniendo la televisión. Esto es una cosa... Vamos a ver si el domingo va a por el rabo. Está todo el mundo con esa cuestión, pero lo importante es que tenga suerte. El otro día (jueves 5 de junio de 2008) vino la Isabel de su casa llorando, y yo me dije ya le ha «pegao», y dijo «qué va, que ha cortado las cuatro orejas». ¡Me dio un susto! Yo creo que lo del oído es de los disgustos...». Y nos despedimos.
El Mercedes de Antena 3
La primera vez que hablé con Celestino fue también por teléfono, y no recuerdo el año. Llamaba a casa para recomendar al nieto a mi padre, miembro entonces del jurado del Certamen de Novilladas de Antena 3 Televisión. ¡Cuántas lluvias! El premio consistía en un Mercedes que ganó Canales Rivera. Pero era el prestigio más que el coche. La final fue en Benidorm y la gala la presentaba Irma Soriano, aquella chica Hermida pintada por Julio Romero de Torres. Celestino, conductor de toreros en la juventud perdida, siguió alentando a José Tomás como siempre, desde los orígenes, cuando había que encauzar la pasión torcida por el fútbol y el Atlético de Arteche hacia el toreo. Ni la fe ni el olfato le fallaron.
El carácter tampoco. En mayo de 2002, el último mayo, Tino, como le llaman los más allegados, se sentaba cerca de mi localidad en Las Ventas. Venía con el cabreo estruendoso de la dinamita de cantera, y blandía el bastón como una espada de Damocles. No comulgaba con mis críticas, que renegaban de un José Tomás que había mutado la verdad del trienio cabal (97/98/99) por una pose más encorsetada y perfilera. Curiosamente, fue cuando más partidarios y seguidores brotaron. Surgió el tardotomismo, una corriente que no había percibido la esencia primigenia: muleta adelantada, el medio pecho ofrecido, generosos los muslos, flexible la cintura.
«Lo que hay que tener»
Escribía en el 99 Joaquín Vidal, el crítico del «El país» añorado por Ruiz Quintano: «Andaban César Rincón y Rivera Ordóñez que si meto el capote o que si no lo meto, que si esto o lo otro, y fue José Tomás, se lo echó a la espalda, ciñó una gaonera y a la siguiente salía por los aires volteado entre las astas. ¿Quiere creerse que ni se miró siquiera? Volvió a la cara del toro, concluyó los lances y se marchó tan serrano. Ahí se metió José Tomás al público en el bolsillo porque así, con valor y con lo que hay que tener, es como se meten a los públicos en los bolsillos los toreros. Luego se lo metió ligando naturales».
Y ligando naturales José Tomás se reencontró con José Tomás aquel 28 de mayo de 2002 («Qué hay de nuevo, viejo guerrero»), y Tino enfundó su bastón. Después cayó el otoño de un lustro. Hasta que volvió la primavera y la versión más auténtica de José Tomás, macerada por los años, el 17 de junio de 2007 en Barcelona. Celestino Román vio que su seca y vieja vara florecía de nuevo, y ahora espera nervioso el domingo a que suene el teléfono. Si lo oye.