LAS VÍCTIMAS DE JOSÉ TOMÁS
Por Ignacio Ruíz Quintano publicado en ABC el 17-J
Si usted quiere saber cómo está España, vaya a los toros.
El perro de San Roque tiene rabo porque José Tomás no se lo ha cortado, a pesar de su público y su presidente, pues Tomás es torero de «groupies», como los Pecos, y de presidente, como Carla Bruni.
El buen público de toros siempre fue la clase alta o la clase baja, pero el público del segundo Tomás es la clase media, demócrata y futbolera, que pide orejas como si fueran goles y va a la plaza con la consigna «¡Por la Séptima!». Fue Pedro Caba, en «Lo mágico en el toreo», el primero en separar al hincha futbolero del aficionado taurino:
-El aficionado a toros, en vez de estimular y excitar para triunfar, como hace el hincha, hace crítica. El buen aficionado va a los toros a juzgar, a actuar como juez, e incluso juzga al presidente de la corrida.
El presidente de Tomás, en vez de «desoír la algarada incivil» (Joaquín Vidal) del público de Tomás, le echa orejas como a los perros huesos, y únicamente ahíto de orejas ese público se queda tranquilo. Ni capotes, ni muletas, ni espadas. Orejas.
-Es que el sitio de Tomás...
El sitio de Tomás es ofrecer el muslo al toro con la desfachatez con que ofrece la espalda al Rey. Es el sitio del baturro emborricado que en mitad de la vía le decía al tren: «Chifla, chifla, que como no te apartes tú...» Esta actitud antitaurina de Tomás recibe el nombre de torpeza, pero la perversión interesada del lenguaje la hace llamar valor, y con eso se vuelve loco al público de Tomás. ¿Pero qué clase de figura del toreo puede ser nadie cuya tauromaquia consiste en estar a merced del toro?
Las víctimas de Tomás son el toro y la literatura. Toros malvas y capachos en Las Ventas. Toros «degollaos», sin morrillo ni badana, sin pecho ni culata. En cuanto a la literatura, por Las Ventas se dejaron ver Semprún, capitán de los ciento cincuenta novelistas de Carmen Romero, y Dragó, capitán de los ciento cincuenta intelectuales de Esperanza Aguirre, que acudió a la inmolación en zapatos de serpiente, aprovechando la ausencia de gitanos en el cartel. ¿Por qué hay veinticuatro mil personas que por juntarse a jugar el juego de la inmolación de un señor de Galapagar con cara de comandante de puesto creen salvar a la tauromaquia? Pues porque hay once millones de personas que por votar a Zapatero creen formar parte de un plan cósmico que salvará a la humanidad.
El Nobel Joseph Stiglitz dice que Zapatero es «el pensador más influyente del movimiento» como Dragó dice que Tomás es el Quinto Evangelista, aunque todos sospechamos que Zapatero, siempre a merced de los acontecimientos, es a la democracia lo que Tomás, siempre a merced del toro, es a la tauromaquia. Zapateril, desde luego, fue su gesto, repetido, de no sacar a saludar a sus compañeros (trato de comparsas), y más zapateril todavía fue el inacabable quite por «enganchinas» al toro de El Fundi, que no tuvo coraje, ay, para tirarle una montera. También se negó Tomás a lavarse la sangre de toro de la cara (en su día, a Pepín Liria ese descuido le costó una oreja), pero porque formará parte del «show» de la inmolación que vimos por TV, en el bar, tomando copas de balde con Dragó, que para eso es habilitado. Menos mal que la inmolación quedó otra vez en un disparate de cornadas y puntazos.
De Gitanillo de América, inmortalizado literariamente por la pluma de Alberto Salcedo Ramos, se dice, por las muchas marcas que le ha dejado el toreo, que parece «un sobrado de tigre». Al jactarse Gitanillo de la adultez que testimoniaban sus cicatrices, el matador Roberto Domínguez le explicó que tantas cornadas demostraban más torpeza que coraje. Gitanillo celebró el apunte a carcajadas, pero al quedarse solo exclamó:
-¡Coño, lo que me pasa por no haber estudiado!
Desde entonces, escribe Salcedo Ramos, Gitanillo aprendió que las heridas, que algunos utilizan como certificados de heroísmo y otros para hacerse perdonar los errores, no deben exhibirse como trofeos.
Por Ignacio Ruíz Quintano publicado en ABC el 17-J
Si usted quiere saber cómo está España, vaya a los toros.
El perro de San Roque tiene rabo porque José Tomás no se lo ha cortado, a pesar de su público y su presidente, pues Tomás es torero de «groupies», como los Pecos, y de presidente, como Carla Bruni.
El buen público de toros siempre fue la clase alta o la clase baja, pero el público del segundo Tomás es la clase media, demócrata y futbolera, que pide orejas como si fueran goles y va a la plaza con la consigna «¡Por la Séptima!». Fue Pedro Caba, en «Lo mágico en el toreo», el primero en separar al hincha futbolero del aficionado taurino:
-El aficionado a toros, en vez de estimular y excitar para triunfar, como hace el hincha, hace crítica. El buen aficionado va a los toros a juzgar, a actuar como juez, e incluso juzga al presidente de la corrida.
El presidente de Tomás, en vez de «desoír la algarada incivil» (Joaquín Vidal) del público de Tomás, le echa orejas como a los perros huesos, y únicamente ahíto de orejas ese público se queda tranquilo. Ni capotes, ni muletas, ni espadas. Orejas.
-Es que el sitio de Tomás...
El sitio de Tomás es ofrecer el muslo al toro con la desfachatez con que ofrece la espalda al Rey. Es el sitio del baturro emborricado que en mitad de la vía le decía al tren: «Chifla, chifla, que como no te apartes tú...» Esta actitud antitaurina de Tomás recibe el nombre de torpeza, pero la perversión interesada del lenguaje la hace llamar valor, y con eso se vuelve loco al público de Tomás. ¿Pero qué clase de figura del toreo puede ser nadie cuya tauromaquia consiste en estar a merced del toro?
Las víctimas de Tomás son el toro y la literatura. Toros malvas y capachos en Las Ventas. Toros «degollaos», sin morrillo ni badana, sin pecho ni culata. En cuanto a la literatura, por Las Ventas se dejaron ver Semprún, capitán de los ciento cincuenta novelistas de Carmen Romero, y Dragó, capitán de los ciento cincuenta intelectuales de Esperanza Aguirre, que acudió a la inmolación en zapatos de serpiente, aprovechando la ausencia de gitanos en el cartel. ¿Por qué hay veinticuatro mil personas que por juntarse a jugar el juego de la inmolación de un señor de Galapagar con cara de comandante de puesto creen salvar a la tauromaquia? Pues porque hay once millones de personas que por votar a Zapatero creen formar parte de un plan cósmico que salvará a la humanidad.
El Nobel Joseph Stiglitz dice que Zapatero es «el pensador más influyente del movimiento» como Dragó dice que Tomás es el Quinto Evangelista, aunque todos sospechamos que Zapatero, siempre a merced de los acontecimientos, es a la democracia lo que Tomás, siempre a merced del toro, es a la tauromaquia. Zapateril, desde luego, fue su gesto, repetido, de no sacar a saludar a sus compañeros (trato de comparsas), y más zapateril todavía fue el inacabable quite por «enganchinas» al toro de El Fundi, que no tuvo coraje, ay, para tirarle una montera. También se negó Tomás a lavarse la sangre de toro de la cara (en su día, a Pepín Liria ese descuido le costó una oreja), pero porque formará parte del «show» de la inmolación que vimos por TV, en el bar, tomando copas de balde con Dragó, que para eso es habilitado. Menos mal que la inmolación quedó otra vez en un disparate de cornadas y puntazos.
De Gitanillo de América, inmortalizado literariamente por la pluma de Alberto Salcedo Ramos, se dice, por las muchas marcas que le ha dejado el toreo, que parece «un sobrado de tigre». Al jactarse Gitanillo de la adultez que testimoniaban sus cicatrices, el matador Roberto Domínguez le explicó que tantas cornadas demostraban más torpeza que coraje. Gitanillo celebró el apunte a carcajadas, pero al quedarse solo exclamó:
-¡Coño, lo que me pasa por no haber estudiado!
Desde entonces, escribe Salcedo Ramos, Gitanillo aprendió que las heridas, que algunos utilizan como certificados de heroísmo y otros para hacerse perdonar los errores, no deben exhibirse como trofeos.