Una hermosa flor del toreo es la Sevilla de Celendín
Por Magaly Zapata
Más de 10 mil almas - o como se dice hogaño- 10K. En todo caso, o en mi caso, las modernidades no me importan. Me importa la esencia. Y eso es lo que uno vive y disfruta en Celendín en los días de su feria taurina que se escenifica, como auténtico drama entre vida y muerte, en una palestra de arena clara, coronada de miles de toneladas de madera, cientos de troncos del eukálypto (reutilizables por cierto) que amarrados unos a otros, como se entrelazan esas almas que cobija, cobran vida para dar vida cada año a la tradición de ver toros como parte central e importante de su fiesta patronal en honor a la Virgen del Carmen. Razón por la que sus días festivos -celebrándola- empiezan mucho antes que sus corridas de toros, y éstas vienen a ser el broche de oro de tan magna celebración sincrética entre lo pagano y lo divino, a través del rito taurino.
Quizás 10 metros o más de altura en su construcción erguida y cimbreante al son de la bravura que se disfruta desde temprano y es un espectáculo verlo y sentirlo. Me atrevería a decir que es un caso único taurinamente hablando porque si se quiere comparar con la histórica Petatera mexicana, aquella si bien es un armazón de palos en sus bases, no ostenta en su estructura los cuatro pisos que nuestra 'Sevilla' de Celendin tiene. Siendo que la azteca tiene un aforo a mitad de la peruana lo que nos estaría evidenciando quizás un diámetro de ruedo algo menor al inmenso y elíptico shilico.
Dicho esto debo confesar que vivía en pecado taurino y fue hasta el 2023 que me dio un toque de clarines el amigo Eler Alcántara y que pude llegar a Celendin. Y es que nuestro Perú taurino es tan grande y tan diverso que es difícil conocerlo todo. Y confieso además que fui gratamente sorprendida no solo por su agradable clima, sus muy cuidadas calles pero sobretodo por su gran devoción a la tradición tanto como por su férrea pasión en no desatarla de su emblemática plaza de palos única obra en el mundo. Tan efímera -por desmontable- como efímero es el arte de lidiar toros, creación atemporal que en su caso lleva fechas y espacios definidos, donde transcurrida la construcción se trazan las geodésicas del toreo. Ese arte eterno y atemporal que solo atesoramos en el recuerdo.
Pero que cosa fuera un cuerpo sin alma. Que cosa fuera una estructura de amarras y palos sin esencia. Y esa esencia se la da el sentimiento de las más de 10 almas que vibran y hacen vibrar los maderos, desde que empiezan a trepar las escaleras y empieza el ascenso que casi crees que tocas el cielo, ese azul hermoso y el del toreo.
Instalarse en esa estructura no es nada fácil independientemente del lugar que uno ocupe. Lo comento porque no deja de ser y sentirse extraño para un foráneo. Incluso se siente una extraña manera de ver y vivir los toros. La 'barrera' es el primer piso y quien esto explica trasmitió desde el segundo piso llamado chaque, lo hice cada tarde sentada hacia afuera con las piernas colgando. Encima están el tercer piso llamado palco y el último, esa especie de cazuela que es el sobrepalco. Lo detallo porque fue toda una experiencia subir y bajar, y sentarme, y discutir con los de abajo porque jalaban mis zapatillas. Es normal aquí me dijeron. Pero nada pasó a mayores porque por encima de todo estuvo el vivir una experiencia nueva. Diferente. Única. Alguna vez oí a un allegado al maestro Enrique Ponce que le habria dicho: 'me gustaría torear en esa plaza'. Y ese es el lujo que tenemos los peruanos, de contar con un escenario con tanto sabor, con tanto color que lo hace inigualable. Y aveces inalcanzable.
Y por inalcanzable son algunos pocos los elegidos que han podido pisar su ruedo y torear incluso con el grado de dificultad que conlleva el tema de los terrenos y las querencias para toro y torero. Lo comento porque sin hacer el paseíllo sentí que pude 'torear' en su ruedo y es que tuve el privilegio de trasmitir desde el centro de su ruedo y con sus palcos llenos de pueblo. Hablaba y giraba y mientras lo hacía mi vista se perdía lejana hasta aquella enorme corona de maderos, miles de personas con sus coloridas mantas que centelleaban de cara al sol. Otra de sus esencias pues permite ubicación para el notable y para el pueblo que incluso antes de sonar el clarin se convierte en una amalgama sonora y vibrante, colorida y brillante al paso de quienes van regalando fruta y otros productos, un bonito momentico de compartir como preámbulo de su fiesta grande.
Y tan grande y generosa es la Sevilla de Celendin, plaza de toros en cuerpo y en esencia, que desde el mirador del otro extremo de la ciudad embelesada contemplaba su belleza, aparecías tendida al sol como un colosal tiesto de madera con su hermosa flor del toreo, esa es la plaza de toros Sevilla de Celendin. Nótese que no digo de esculturas ni pinturas porque la sentí como una obra tan delicada que en su esencia, y sí otra vez la esencia, empieza como un botón que crece en los días de su andamiaje y luego se abre al sol los cinco días de su feria para desaparecer hasta que los vientos de la tradición nos la devuelvan otra vez al año siguiente. Una hermosa flor del toreo es para mí, nuestra Sevilla de Celendin. Una hermosa flor que germina y crece cada año para engrandecer nuestra tradición, la que se siente en su más pura esencia.