Son 9 y llevan 22 días (cuando
escribo esta nota) plantados y en huelga de hambre a puertas de la principal
plaza de toros de Colombia, la Santamaría de Bogotá.
Están en pie de lucha porque
se reabra para los toros y no sea derruida.
Eso es lo que prentende el alcalde, político demagogo que hasta ayer fue
guerrillero del M19 y no dudó en empuñar fusiles para matar gente y cargarse un
sistema político del que hoy se aprovecha.
Dice que quiere instalar una cultura de
vida. Pena que sea por los animales y no antes cuando su
ideología lo llevaba a despreciar a los humanos. Revocó ilegalmente el contrato que tenía la
empresa arrendataria del coso hace casi dos años y no permitió que se den
toros, negando también permisos en portátiles.
Le importa un bledo respetar la libertad
de los humanos, como el derecho a la cultura y a disfrutar de una tradición
amparada por la ley y Corte Constitucional de ese país.
Los nueve valientes lo tienen muy claro. Que el toro es su vida. Que ellos vivían y quieren seguir viviendo en
libertad y trabajar en lo que no está penado en su país. Que ellos le votaron y así les paga. Que si
eligieron jugarse la vida ante un toro, no dudan en jugarsela por el toro, por su libertad.
Decisión que fue un remesón para el status
quo taurino. Puso a todos contra las
cuerdas incluso a César Rincón, figurón que hasta hoy no abría la boca. Dejó a día 20 su comodidad en Madrid para
apoyarlos y convulsionar mediáticamente su sociedad.
Falta el pronunciamiento final de la Corte
Constitucional que tutele la tradición via refrendo de los fallos antes
emitidos. Los días pasan. Las horas
avanzan. La salud de los valientes de
oro se quiebra a peor, día con día.
Deshidratados, con amenazas de derrame, problemas cardio respiratorios,
aunque les afecta más la indolencia de sus autoridades. ¡que no nos mate una posición absurda! piden.
Qué están esperando….