Por Pedro Abad-Schuster
La más reciente emisión de Tendido Cero del sábado 2 de octubre 2010 está en el link (copiar y pegar): http://www.rtve.es/alacarta/todos/ultimos/dia-5/2.html#892368
Homenaje en Madrid al torero Andrés Vazquez presentado por Belén Plaza, uno de los toreros con mayor número de puertas grandes en Las Ventas. Cuando Andrés Vázquez tomó la alternativa en Madrid en 1962, tenía veintiséis años y un baúl de esperanzas de triunfo. Pero los años transcurrían sin que pasaran grandes cosas. Andrés Vázquez era un torero considerado, pero sin gran tirón. Eran años en los que un hombre de Galapagar (Madrid) andaba tras la pista de una ganadería que parecía tener los días contados. Entonces fue cuando se inició la historia de un tándem casi perfecto: Andrés Mazariegos Vázquez y Victorino Martín Andrés. El destino había sellado un extraño pacto entre paletos; dos hombres de palabra vehemente y de gran fortaleza a los que les unió el toro. En 1969, en la plaza de Las Ventas, un toro de victorino, de nombre Baratero, y Andrés Vázquez alcanzaron una de las cumbres más destacadas de la tauromaquia. “Fue maravilloso”, exclama con cierto aire de melancolía el torero zamorano, “ha sido el toro más bravo que yo he visto. Tomó cinco puyazos desde el centro de la plaza; la plaza hervía de pasión. Ya con la muleta el toro se me venía como un tren, hubo que consentirle mucho, fue un gran esfuerzo el que hice, pero ese toro me puso en circulación”. Posteriormente llegarían más corridas de Victorino. Fueron en total diez, con un balance de ocho orejas. Andrés Vázquez pasó a ser el primer gran especialista con los toros de la A coronada. “Los toros de Victorino eran los que mejor se adaptaban a mis cualidades”, dice el maestro, quien no olvida que en aquella época había también un ramillete de ganaderías estupendas, “claro que no me olvido. Había otras ganaderías maravillosas: núñez, contreras, vega – villar, santa coloma, los apés (Antonio Pérez), atanasio... pero, fue con la de victorino con la que mejor me acoplé”. Pero no sólo de victorinos se nutre el currículo del torero castellano. En 1971 quedó como máximo triunfador del ciclo isidril tras obtener un gran éxito con los toros de Alonso Moreno, “otro ganadero maravilloso”, responde Vázquez, “ese San Isidro fue el de la reafirmación”. A la temporada del 71 le siguieron diez más hasta que en 1982 decide colgar los trastos, una década en la que lo que cambió sustancialmente fue el toro. “Recuerdo que mientras el resto de las ganaderías que he mencionado (núñez, contreras, vega – villar, santa coloma, Antonio Pérez, atanasio...) comenzaban a tener problemas en la movilidad y en la casta, la de victorino era todo lo contrario. Solamente una de las ganaderías que mataban las figuras fue capaz de mantenerse perfectamente: la de Juan Pedro Domecq”. Explicaciones, las de Andrés Vázquez, que pueden aclarar a muchos los por qué de muchas cosas.
Del toro de ayer al toro de hoy media un ancho camino, pues tal y como recuerda y repite el torero zamorano, la Fiesta en lo sustancial ha cambiado ostensiblemente. “Antes, la suerte de varas era todo un espectáculo: los toros iban al caballo más de dos y de tres veces y el picador hacía su labor muy bien; los toros se movían mucho más y debido a ello las faenas eran mucho más emocionantes, lo que hacía aumentar el riesgo de que se produjera un percance en cualquier momento. Hoy esto no ocurre, confiesa Andrés, hay toreros con mucha edad porque el toro es de comportamiento muy cómodo, mientras que las figuras ya no matan corridas duras en momentos especiales, como lo hacían antes”. El ejemplo que nos ofrece Andrés Vázquez con sus recuerdos de los años 70, en los que la Fiesta, en muchas de las imágenes que recordamos a través de la filmoteca, era un espectáculo con un toro ligero de carnes y con casta; eran tiempos donde las figuras ejercían su papel de dictadores en la plaza para que el triunfo se produjera. Andrés Vázquez formó parte de una generación fabulosa, había toros y había toreros con ganas, dispuestos a dejarse matar en la plaza. La vida era para el torero una forja a sí mismo, cada tarde suponía escapar a las penurias que todavía había en algunas zonas. Comprender al toro era para ellos un diálogo muy especial en el que se sentían como el escultor lo hace ante el bronce. Andrés Vázquez fue uno de ellos.