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jueves, 17 de diciembre de 2009

La paradoja del aficionado catalán

La paradoja del aficionado catalán a raíz de la prohibición consistirá en el dislate de emigrar a Francia para asistir a una corrida de toros. Emulando los avatares del franquismo, cuando había que cruzar los Pirineos en busca del cine de Luis Buñuel.

De hecho, fue la cuadrilla de Luis Miguel Dominguín la que introdujo 'Viridiana' en Francia para preservarla de la hoguera y de la censura. Medio siglo después, el prohibicionismo y el paternalismo se airean por colleras a cuenta de la asepsia y del cálculo político.

Es una manera de vestir de pantalón corto al ciudadano y de arrebatarle la prerrogativa de arropar o desvestir la corrida de toros. No está aquí sólo en juego la eucaristía del uro, la agonía de un arte y la supervivencia de una especie, sino el arbitrario poder legislador que enchiquera las libertades a propósito del bien común y del tabú de la muerte.

El nacionalismo conservador y el laportista la denigran la tauromaquia como expresión españolista, brutal y anacrónica, aunque semejantes definiciones y manipulaciones no han impedido a Luis Francisco Esplá sentar cátedra en la Universidad de la Sorbona.

Y es que el templo de la sabiduría francesa le cedió una de sus aulas para desarrollar una conferencia sobre la ética del torero y del toreo. Asistían al acontecimiento filósofos de la envergadura de Francis Wolff, cuya adhesión a la tauromaquia se antoja tan incondicional como el fervor de las 60 plazas francesas donde se celebra la corrida hasta la muerte.

Tiene importancia la referencia académica de la Sorbona como reviste interés la garantía que aporta Francia. Todos los alcaldes de las ciudades taurinas de Bayona a Nimes se han dirigido al parlament para disuadirlo de legislar la abolición del espectáculo. Es una de las iniciativas corpulentas, pero es que además también ha partido de Francia la idea de reivindicar en la sede de la UNESCO la corrida de toros como patrimonio inmaterial de la Humanidad.

Cabe preguntarse, invocando a Astérix, si es que los galos se han vuelto locos. Incluidos Nicolas Sarkozy, aficionado maestrante, y François Fillon, primer ministro en la sombra que se hizo abonado de Las Ventas cuando trabajo de periodista-becario en la France Press de Madrid.

Resulta que la excepción cultura francesa, tan criticada a cuenta del chovinismo o de la petulancia, se perfila ahora como la reserva natural de la corrida de toros. El ejemplo sobrepasa el tópico de la fiesta nacional española tanto como desconcierta la batalla del burro contra el toro en la guerra de símbolos que ha instrumentalizado el nacionalismo chic.

Ambos animales aparecen en las pinturas negras de Goya secuestrados de la dehesa y de la granja para exponerse bajo la ferocidad de El Coloso. El uro escapa en una dirección, el hermano asno lo hace en la otra. Ahora que hemos despertado al monstruo barbudo del subconsciente ibérico, veremos cuánto tarda en devorarnos a todos."

La reserva taurina francesa. El Mundo. RUBÉN AMÓN desde París