...convirtió su reencuentro con Madrid en una antología, en una página de oro de la Historia. Vomitar ahora toda una marea de sentimientos y pasiones con la exactitud del escribano se torna en un ejercicio vano. Nada puede igualar la experiencia de 24.000 almas unidas en un solo grito de aclamación: «¡Torero, torero, torero!». La Monumental rugió como un volcán; la Monumental se desbordó por la Puerta Grande como la lava ardiendo. Las Ventas se rindió al toreo grande, a la tarde más redonda y pletórica de los últimos veinticinco años. Rejuvenecimos más allá de los años del trienio cabal de José Tomás; rejuvenecimos hasta cuando esta plaza peinaba y adoraba un mechón blanco y unos pulmones negros. Aquellas salidas a hombros... Ayer no se movía nadie hasta que izaron al mito de seda y oro; las escaleras repletas, no se podía salir. Ni nadie quería.
¿Qué es torear? Parar, templar, mandar y cargar la suerte. ¡Cargar la suerte! La faena crecía, el público se fundía, se derretía como bronce con unos trincherazos bestiales. Y de repente la izquierda produjo el más estremecedor natural de treinta tardes, con permiso de El Cid, para no molestar. Un natural que duró una eternidad, y que se unió a otros, acompañados con la figura y la cintura, más a media altura, con la embestida ya entregada, rendida.
En un principio, el toreo fue Belmonte; hoy es José Tomás.