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miércoles, 13 de enero de 2010

Ecos de la última de Manizales: Enrique Ponce alcanzó el firmamento.

Por Pedro Abad-Schuster

En la tarjeta, firmada por Enrique Ponce y Luis Bolívar, los dos grandes protagonistas de la tarde, debería rezar al final: “favor confirmar asistencia… y separar abono”. El valenciano estuvo más que cumbre. Sus dos obras tuvieron el pasodoble Feria de Manizales como fondo, lo que para los memoriosos es un hito en la historia de la ciudad. Eso bastaría para señalar cuánto conmovió a una plaza que vibró con él. Pero hay que ir más al fondo. Ponce (de grana y oro) hizo el toreo en la definición ancha y larga del término. Al primero de la tarde, que salía con la cara alta y era distraído, le administró una dosis de cuidado y otra de mando hasta convertirlo en pieza de su muleta. Fue una tarea larga, pero con resultados generosos, en la medida en que el animal dejó aflorar poco a poco lo bueno de su hierro, mientras luchaba para espantar eso otro que incomodaba. Pero, no estaba el Dios de la espada en los tendidos y todo quedó en clamorosa vuelta al ruedo. Eso no podía volver a suceder, pero sucedió. En el cuarto de la corrida, un toro que fue a más, siempre con la complicidad de Ponce, hecho un maestro en una larga disertación de cómo sacar partido de lo que no pareciera tenerlo. Fueron tantos los muletazos, todos de una plasticidad sin igual, que la tarde se detuvo a mirarlo disfrutar. Eran las dos orejas, e incluso más, pero el acero se dobló y otra vez las vueltas al ruedo le permitieron a la afición ponerse a los pies de un torero que hoy supo pasar la línea de la perfección.

Luis Bolívar (de sangre de toro y oro) se fue, por el contrario, con las manos llenas y pleno de satisfacción. Cortó dos orejas con una faena de categoría al segundo de la tarde, que flojeó, pero del que pudo ver las condiciones, cuando el subalterno lo llevó a una mano de los medios al tercio. Las tres primeras series, de muletazos largos y sentidos de Luis, subieron el tono de los olés y trajeron consigo también el pasodoble de Feria de Manizales, mientras el noble pasaba y pasaba con son. Espadazo y la licencia para la Puerta Grande. En el quinto cortó una oreja más, luego de saber provocar al tardo. De allí salieron algunos naturales. Ese era el pitón del toro. Pero una vez se fue a tablas, Luis guerreó hasta imponerse en esos terrenos.

Cayetano (de marfil y oro) no pudo apurar los suyos como sí lo hicieron sus compañeros de cartel, y no porque no quisiera. Se puso y buscó, sin hallar quién le respondiera. En el tercero, que pintó de salida, debió resignarse a medida que el animal se fue quedando.. Saludos. El sexto se rajó y no terminaba. Igual, le dieron una oreja, que agradeció como gesto de cortesía. Del encierro de la ganadería Ernesto Gutiérrez Arango, pesaron en promedio 470 kilos. Parejos de presentación y de comportamiento. Con movilidad, pero sin terminar de romper. Mansearon tercero, quinto y sexto. Los otros tres cumplieron. (Fuente La Patria).