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lunes, 25 de mayo de 2015

Bitácora Madrid 2015, día 12: Tragedia

Madrid, 25 de mayo. Nada nos podía hacer presagiar que el día terminaría en tragedia. Nada nos podía hacer pensar que las ilusiones de un torero por torear en la plaza más importante del mundo y triunfar, terminaria en tragedia. Uno propone, llega el toro y lo descompone, lugar común.

Así fue la presentación torcida de Galdós en Las Ventas y en Feria de San Isidro. Desde el reconocimiento veterinario dos días antes, que no dejaba pase al encierro elegido por reata por el ganadero de El Montecillo, por quitame estas pajas, toro –o novillo- afuera. Casi todo el campo llegó a los corrales para el reconocimiento. Así, digo yo, cómo se puede tener una novillada en condiciones, de trapio –no exagerado o fuera de tipo- y de lidia, elegida según los libros por conocimiento de su propietario.

Condicionantes que para nada tendrían que ser justificantes, aunque sí atenuantes, porque el toro
tiene en su guión la posibilidad de pegar el derrote, la cornada, coger, tanto como la de embestir ante el mando y poder de su oponente, o no querer pelea.

Había pasado un muy buen momento con mi hija y mi sobrina en el Pelotari degustando un exquisito chuletón de a kilo, carne de buey viejo y curada por 18 meses, cocida vuelta y vuelta a la parrilla y sal gruesa. Platillo que hace años tenía en mente repetir desde que lo conocí en San Sebastián, en uno de sus garitos del casco viejo. Y pensaba no dejar España sin hacerlo. Recibí la llamada entre tanto para poder estar otra vez en el callejón de Las Ventas y ahí estuve. Burladero 24 asiento 5. Vecina de una encantadora pareja de español y mexicana, José Luis y Julieta, nuevos amigos taurinos que ya están invitados para Acho.

Antes había pasado las de caín, y creo que ahí empezó a torcerse todo. Jamás. Jamás. Jamás, he llegado tarde a una corrida. Hoy, por volver a mi habitación y rearmar bolso y demás, recoger la cámara, contestar algunos guasaps se me pasó la hora y el metro se me hizo interminable. Bajada en la estación Ventas y a correr al patio de caballos por donde entran las cuadrillas y mi contacto ya no estaba. Había llegado tarde.

A la taquilla por una entrada. Mi vida, por una entrada. Conseguí un tendido 9 alto a 20 euros. Lo que quería era pasar, entrar a los patios para buscar al contacto. Otro error mío. Me fui al patio de arrastre, por donde entré al callejón el 18 pasado y no era por ahí. No había el contacto. A rogar al jefe de callejón que me dejara pasar para buscar a mi contacto dentro, lo conseguí. Llego y no la tenía. La había dejado a otra persona encargada que me la diera. Y claro, a esa hora, a punto de paseíllo, ya estaba dentro e instalado.

En el camino callejonero me encontré con don Sancho Dávila y el empresario ecuatoriano de Acho, don Juan Fernando Salazar. Y yo, volviendo por mis pasos para salir por el patio de caballos, a esperar que me la alcance. Desastre. Me trajeron el pase pero ya no podía entrar hasta que fuera arrastrado el primero. No ví el paseillo. Ví el primero en la barra del bar del tendido 2 con una coca cola en mano. A esperar. Pero ya tenía mi pase. Volví al patio de arrastre y tras las mulillas a esperar… en sus marcas, listos, al callejón a buscar mi sitio. Me topé otra vez con don Carlos Abella, lo he ganado fan del Perú taurino. ¡Bien!

Escudero, el primer novillero, había sido evacuado inconsciente tras un volteretón sin calada. Pánico. Me siento en el burladero y
pregunto.

 Me dicen que no volverá a salir porque lo trasladaban a un hospital local. Sale el segundo, de Espada, y veo salir al quite a Galdós. Se lo pasó ceñido por chicuelinas que levantaron a la gente de sus asientos. El novillo, casi toro, se vencía, apretada, trompicaba el percal. Pero insistió una y otra vez. Dejó con éxito su credencial el novillero limeño. Lo saludé al volverse por el callejón. Se le veía tranquilo y diría que hasta contento, a pesar de la exigencia de la tarde, por su primer contacto con el público de Madrid. Espada se la jugó pero no tocó pelo, tuvo fundamento y lo ví mejor que en Lima. Cuajado. Falló con la espada.

Turno de Joaquín, un novillo-toro levantado, sin humillar, arreando, apretando, recostándose, lo

lancea con apretadas verónicas porque se le ciñe, ganado terrenos, va para afuera, lo desarma, recupera su capote y en lugar de darle la salida, aliviándose algo para seguir con la lidia, decide apretarse otra vez, y cerrar este tramo con un media gustándose, a la cadera.

Es cuando el marrajo se frenó en su cuerpo y le levantó los pies del suelo en un golpe seco y certero. Cayó pesadamente al suelo y el golpe que sufrió en su cabeza al caer sonó como un petardo. Aún retumba en mis oidos. Estuve cerca, muy cerca. Yo en el burladero del callejón y él, inherte, delante, hacia mi derecha entre las rayas. Lo veía inherte, segundos, que fueron una eternidad, el toraco en la arena que hacía por él y nadie llegaba a auxiliarlo. Empezó a convulsionar. Me temía lo peor. Y nadie lo recogía de la arena. Los segundos seguían interminables. Llegaron en su auxilio pero debieron poner pies en polvorosa porquel el toraco regresó. Hasta que por fin, lo levantaron. Cargado al callejón, creo que eligieron el camino más largo a la enfermería al tomar el burladero del 8, quizás no había otra forma porque el toraco estaba cerrado en las tablas cerca de la enfermería. Diablos. Los segundos, eran ya minutos, y siempre interminables. No se movía. Seguía inherte. No podría decir si abrió los ojos.

Pero mientras faenaba Espada al toro de Galdós, al 3º, pasó un subalterno de tabaco y azabache y le pregunto: Sales con Galdós ¿no? ¿cómo está? No se ubica, me dijo, cree que está en Sevilla, le hablan y no recuerda lo que le han dicho, lo llevarán al hospital. Grave conmoción cerebral pero temía también algún percance en el cuello, los taurinos ya conocemos lo graves que pueden ser estas caídas sobre el cuello, eso me parecía. No sabía si ir a la enfermería o no. Me suponía que ya estaría siendo trasladado. Lo confirmé.

La corrida continuaba y así las cosas Espada se convertía en el gladiador de una tarde épica por dramática. Para unos la tragedia, para otros la gloria. Así es esto comenté. Así es la vida, me corrigió mi vecina Julieta. Total razón. Sin escapar lo visto de mi memoria, intentaba concentrarme en el quehacer de Espada. Desasosiego. Enorme, valiente,
entregado, sin esquilmar esfuerzos, Francisco José pechó con la corrida-novillada, fuerte, grande y mala. El 5º saltó al callejón de manso y huido. El único que finalmente sirvió fue el último que paradójicamente era de Galdós y a ese sí que le cortaría las orejas me decía. Pero el destino no lo quiso así. Oreja para Espada del 4º, justa; otra pedida clamorosamente del 5º, no concedida porque el acero se fue a los blandos. Bien el palco que tuvo que tragarse la bronca. Otra vez me decía ¿qué pasa con Madrid? Vuelvo y repito, premios consuelo, si no hay suerte suprema, valoremos con ovación, saludos, vuelta, vueltas… Aún sin auparlo en volandas, nada quita mérito a Espada en una tarde que será histórica, especialmente para él.

Se iba a pie, andando cruzaba la arena Espada, lo esperaban los fotografos en la puerta y yo apeada del burladero para tomar la calle por el patio de arrastre para y subir a un taxi que me lleve al hospital San Francisco de Asís para conocer el estado de nuestro paisano.

Me encontré con sus padres, que estaba bien, recuperado, tranquilo –si cabe porque está desolado de no haber podido volver al ruedo y torear y triufnar-, tiene naúseas, se quedará en observación esta noche, que le siguen haciendo pruebas. Me volvió el alma al cuerpo. No podía ser posible una tragedia mayor. Llegó el empresario Cutiño, quien alguna vez ofreció apoderarlo. Ya me había contado el padre que la empresa de Madrid ofertó el 14J para que vuelva en un mano a mano con Escudero. Aún no lo sabemos, me dijo. Pero sin duda obedece al halo dejado a pesar de la desgracia y porque en el fondo, también tienen claro que esta situación fue provocada en gran medida por el veterinario de turno.

En fin. Que esto es Madrid. Que así se vive Madrid. Que así se viene a Madrid. A dejarse matar por un triunfo. Es esto posible, me preguntaba. Es la verdad de la fiesta, una vez más. Una verdad como un puñal. Luces y sombras. Cimas y simas. En la vida y en el toro. Esto es Madrid.