Aunque sea una crónica de ayer, se me antoja dejarte mis impresiones sobre el paseo taurino a Huamachuco. Un año más convocada por la ilusión de volver a tomar contacto con el profundo Perú taurino y también tomar contacto con la realidad de la obra benéfica con los niños y adolescentes trabajadores de la calle –ahora extendida a sus hogares- que el amigo Aguirre realiza en su tierra que no merece sino un ¡chappeau! Muy torero.
Por cuarta vez consecutiva me dispuse a viajar a esa tierra con ilusión por el cartel que sus paisanos del barrio Mariscal Orbegozo, conocidos como “los Chankas”, organizaron con donaciones y aportes. Un cartel que este año atraía especialmente por las referencias que tenía del ganado adquirido a Roberto Puga y porque además interesaba ver al triunfador de Celendín, Francisco Corpas, nuevo en el Perú, y al nacional Alfonso Simpson. Todo ello aderezado con la participación del pequeño Andrés Roca Rey.
Llegado el día y hora señalada para el viaje, que primero nos llevó a Trujillo en amena tertulia y luego al hogar del Cerro Sazón, mismo que fuera escenario de una sangrienta masacre de peruanos en manos chilenas hace 126 años. Ciudad donde permanecimos 32 horas por las inconveniencias mecánicas de la movilidad que nos trasladaba que hizo que nuestra estancia se viera afectada y no poder estar en su día compartiendo almuerzo con los niños del Hogar Marcelino.
Amanecidos el día de la corrida, fuimos al coso y vimos los astados de las tres tardes ya instalados en los corrales. Particular admiración nos causó a ese punto ver cuatro bombones colorados. Bonitos, de buenas hechuras, que nos ilusionaron más si cabe sobre el resultado posible esa tarde, visto el cartel. Axioma: el que mejores hechuras muestra, acorde con su encaste, tiene más posibilidades de embestir (O algo así). Y fue así que sucedió.
Un ganado impecable, con muchos puntos por encima de lo que normalmente se presenta en las provincias. De 4, 3 serios y uno con más cuajo que otros. Dispareja me dirá usted, y yo le digo que especialmente porque uno de ellos destacó al ser de la “promoción” de los que irán este año para Acho (4°), mayor, muy rematado, hondo y serio; otro un poco más joven pero bravo con calidad, de la promoción de los que irán al festival por El Andi (5°). Un par con fuerzas justas que fueron apagando su juego (1º y 4º muy castigado en varas) y terciado con edad el 1°.
El hecho es que esa disparidad de tamaño (no en hechuras) fue pareja en condición de lidia. Un lujo poder gozar a más de 3,100 metros sobre el nivel del mar (y con lo que ello perjudica no sólo a los humanos de costa) de animales bravos, con los matices que esa bravura da: nobleza, fijeza, prontitud, transmisión (alguno más que otro) pero peleando en el caballo y empleándose con calidad sin rajarse, humillando, algunos haciendo el avión y en los medios. Una presentación así para provincias es un alto listón por fenotipo y genotipo –acaso un hito- el que deja la casa lambayecana, para sí y para el resto. (Para muestra, no había más que contrastar con lo que quedaba en los corrales).
Sin embargo, la dicha no fue completa. Axioma: El ganado estrella las ilusiones… pero no fue tan verdad porque el ganado embistió y con nota. Al punto, no puedo decir que la terna no estuviera dispuesta y entregada pero faltó, algo les faltó. O porque la repetición codiciosa del oponente desdibujó el trazo o porque luego llegado el momento de la verdad la espada no refrendó alguna labor. Y voy por partes aunque pueda que a más de uno le disguste.
De mayor a menor, diré que me gustó la calidad del toreo de Corpas, aunque un tanto frío, juega las manos y muñecas con lentitud y gusto. Mejor lo vi en su primero, donde toreó a placer, como si frente a un carretón estuviera, entendió la calidad y fue con tiento por la fragilidad del animal, aplicando muleta retrasada y a media altura, lució. Con el cuajado y serio 4°, fue acaso eso lo que lo frenó de regalarnos un ramillete de verónicas mecidas hacia los medios como esperábamos cuando y así le fue luego, cada borbotón de sangre era una serie menos de toreo ligado que pudo haber gozado él y nosotros. De eso se habrá lamentado cuando tras pinchar, pegó el trapo con su espada como maldiciendo… ahí lo dejo.
Alfonso Simpson, se vio centrado y serio en su primero, un astado que embistió y repitió con son y le dejó estar con comodidad. Así le fue con el percal y con la pañosa, templado y sometiendo, que es lo que piden estos pugas. Empezó bien con el enrazado último, que tuvo galope, movilidad, transmisión, y mucha codicia. Meció bien el capote y empezó trayéndoselo de largo por bajo en la primera tanda hasta que ¡maldita sea! Un tropezón al trapo hizo que la cosa empezara a descomponerse. Perder pasos y reacomodarse en cada pase hacía perder milésimas en el ataque, en el tocarlo para conducirlo en largo como pedía para que la mecha hubiera prendido, ligando y templando. Por eso el trasteo, resultó insulso y el torero pareció irresoluto. Me quedó la sensación de poco. De que pudo, debió, haber más.
Difícil es juzgar, y lo hice por el twitter, a un pequeño con 12 años que anda con ilusión en el toro pero debo hacerlo. Es hora de hacerlo y de decir que no vi progresos. El Andi está toreando más que el año pasado y lo ví atropellado, “amontonado” a decir del maestro Antoñete. Bien con el capote y bien con los garapullos pero sin alcanzar su mejor nivel con la muleta. Se dejó ver, adelantando el trazo y echándose al novilllito encima. El astado de Juan Manuel Roca Rey traía galope y bravura, repetición que empalagó al torerillo y le impidió acomodarse. De ahí que desde el quite por gaoneras tropezadas (más oficio y logradas por el viaje del astado hubieran resultado chicuelinas), la cosa no remontó. Aún así, el público loco con El Andi que, fuera la técnica que la adquirirá, derrochó valor a raudales. Y eso se agradece. La espada, es decir, la ejecución de la suerte, mucha tarea pendiente.
Llegué con ilusión y salí con dudas en este aspecto pero el toro de es así, renovar cada tarde un acto de fe. Y fe tengo en Simpson y fe tengo en Andrés. A voltear página para seguir, que esto recién empieza. No mires lo que has avanzado sino lo que falta por hacer, dicen por ahí. Así será.
Por cuarta vez consecutiva me dispuse a viajar a esa tierra con ilusión por el cartel que sus paisanos del barrio Mariscal Orbegozo, conocidos como “los Chankas”, organizaron con donaciones y aportes. Un cartel que este año atraía especialmente por las referencias que tenía del ganado adquirido a Roberto Puga y porque además interesaba ver al triunfador de Celendín, Francisco Corpas, nuevo en el Perú, y al nacional Alfonso Simpson. Todo ello aderezado con la participación del pequeño Andrés Roca Rey.
Llegado el día y hora señalada para el viaje, que primero nos llevó a Trujillo en amena tertulia y luego al hogar del Cerro Sazón, mismo que fuera escenario de una sangrienta masacre de peruanos en manos chilenas hace 126 años. Ciudad donde permanecimos 32 horas por las inconveniencias mecánicas de la movilidad que nos trasladaba que hizo que nuestra estancia se viera afectada y no poder estar en su día compartiendo almuerzo con los niños del Hogar Marcelino.
Amanecidos el día de la corrida, fuimos al coso y vimos los astados de las tres tardes ya instalados en los corrales. Particular admiración nos causó a ese punto ver cuatro bombones colorados. Bonitos, de buenas hechuras, que nos ilusionaron más si cabe sobre el resultado posible esa tarde, visto el cartel. Axioma: el que mejores hechuras muestra, acorde con su encaste, tiene más posibilidades de embestir (O algo así). Y fue así que sucedió.
Un ganado impecable, con muchos puntos por encima de lo que normalmente se presenta en las provincias. De 4, 3 serios y uno con más cuajo que otros. Dispareja me dirá usted, y yo le digo que especialmente porque uno de ellos destacó al ser de la “promoción” de los que irán este año para Acho (4°), mayor, muy rematado, hondo y serio; otro un poco más joven pero bravo con calidad, de la promoción de los que irán al festival por El Andi (5°). Un par con fuerzas justas que fueron apagando su juego (1º y 4º muy castigado en varas) y terciado con edad el 1°.
El hecho es que esa disparidad de tamaño (no en hechuras) fue pareja en condición de lidia. Un lujo poder gozar a más de 3,100 metros sobre el nivel del mar (y con lo que ello perjudica no sólo a los humanos de costa) de animales bravos, con los matices que esa bravura da: nobleza, fijeza, prontitud, transmisión (alguno más que otro) pero peleando en el caballo y empleándose con calidad sin rajarse, humillando, algunos haciendo el avión y en los medios. Una presentación así para provincias es un alto listón por fenotipo y genotipo –acaso un hito- el que deja la casa lambayecana, para sí y para el resto. (Para muestra, no había más que contrastar con lo que quedaba en los corrales).
Sin embargo, la dicha no fue completa. Axioma: El ganado estrella las ilusiones… pero no fue tan verdad porque el ganado embistió y con nota. Al punto, no puedo decir que la terna no estuviera dispuesta y entregada pero faltó, algo les faltó. O porque la repetición codiciosa del oponente desdibujó el trazo o porque luego llegado el momento de la verdad la espada no refrendó alguna labor. Y voy por partes aunque pueda que a más de uno le disguste.
De mayor a menor, diré que me gustó la calidad del toreo de Corpas, aunque un tanto frío, juega las manos y muñecas con lentitud y gusto. Mejor lo vi en su primero, donde toreó a placer, como si frente a un carretón estuviera, entendió la calidad y fue con tiento por la fragilidad del animal, aplicando muleta retrasada y a media altura, lució. Con el cuajado y serio 4°, fue acaso eso lo que lo frenó de regalarnos un ramillete de verónicas mecidas hacia los medios como esperábamos cuando y así le fue luego, cada borbotón de sangre era una serie menos de toreo ligado que pudo haber gozado él y nosotros. De eso se habrá lamentado cuando tras pinchar, pegó el trapo con su espada como maldiciendo… ahí lo dejo.
Alfonso Simpson, se vio centrado y serio en su primero, un astado que embistió y repitió con son y le dejó estar con comodidad. Así le fue con el percal y con la pañosa, templado y sometiendo, que es lo que piden estos pugas. Empezó bien con el enrazado último, que tuvo galope, movilidad, transmisión, y mucha codicia. Meció bien el capote y empezó trayéndoselo de largo por bajo en la primera tanda hasta que ¡maldita sea! Un tropezón al trapo hizo que la cosa empezara a descomponerse. Perder pasos y reacomodarse en cada pase hacía perder milésimas en el ataque, en el tocarlo para conducirlo en largo como pedía para que la mecha hubiera prendido, ligando y templando. Por eso el trasteo, resultó insulso y el torero pareció irresoluto. Me quedó la sensación de poco. De que pudo, debió, haber más.
Difícil es juzgar, y lo hice por el twitter, a un pequeño con 12 años que anda con ilusión en el toro pero debo hacerlo. Es hora de hacerlo y de decir que no vi progresos. El Andi está toreando más que el año pasado y lo ví atropellado, “amontonado” a decir del maestro Antoñete. Bien con el capote y bien con los garapullos pero sin alcanzar su mejor nivel con la muleta. Se dejó ver, adelantando el trazo y echándose al novilllito encima. El astado de Juan Manuel Roca Rey traía galope y bravura, repetición que empalagó al torerillo y le impidió acomodarse. De ahí que desde el quite por gaoneras tropezadas (más oficio y logradas por el viaje del astado hubieran resultado chicuelinas), la cosa no remontó. Aún así, el público loco con El Andi que, fuera la técnica que la adquirirá, derrochó valor a raudales. Y eso se agradece. La espada, es decir, la ejecución de la suerte, mucha tarea pendiente.
Llegué con ilusión y salí con dudas en este aspecto pero el toro de es así, renovar cada tarde un acto de fe. Y fe tengo en Simpson y fe tengo en Andrés. A voltear página para seguir, que esto recién empieza. No mires lo que has avanzado sino lo que falta por hacer, dicen por ahí. Así será.