lunes, 10 de agosto de 2009

Por esos pueblos perdidos y olvidados...

Pedro Julio Jiménez Villaseñor desde Aguascalientes

Magaly Zapata, Alfredo Florez, Ingeniero Elesban Solano Trujillo, Juan Muñoz e Ignacio Rubio Gómez, espero les gusten estas remembranzas... Esos inconfundibles olores de feria de pueblo, de la manteca requemada con el que fríen el chorizo llegado no se de donde, las multicolores y olorosas finas bolas del llamado dulce de “azúcar”, al aserrín húmedo con el que cubren los pisos de las cantinas instaladas a mitad de las calles o en las banquetas del jardín principal, a largas cabelleras de femeninas recién salidas de la regadera y aseadas con jabón barato, a pólvora de bengalas que alcanzan los cielos y avisan a los nativos de los servicios religiosas, seña inequívoca de fiesta, de los volantines que tanto gustan a los niños y ya no le demos mas vueltas a estos aromáticos recuerdos, al asunto que queremos llegar, a esos lugares a donde hace muchos años existieron los ahora desaparecidos novenarios taurinos y que fueron las verdaderas escuelas para muchos toreros...

Placitas improvisadas por el sueste mexicano y tan llenas de reses de raza de cebúes, de criollos, de media casta y hasta de la mas socorrida de todas, las “del agarradero”, mezcla de todo lo anterior, cruzas de cerril con corriente y que se daban por los altos de Jalisco, por Veracruz, por Morelos, por Yucatán, de vigas, de trancas, de carretones, destartalados lienzos charros, destruidos corralones acondicionados como plazas de toros, esos lugares, ya desaparecidos hoy en día, eran las aulas por las que se tenia que pasar como preparación buscando quedar listo a esperar alguien se fijara en los maletillas y le encaminara a debutar con novillos de casta...

Por lo general “se hospedaba” a los toreros en alguna escuela, petates y/o colchonetas entre pupitres amontonados dejando espacio “a las camas” de los ilusionados soñadores, que de inmediato a ser instalados, se dedicaban a coser sus capotes, muletas y la desteñida ropa que alguna vez fue “de luces”... ¡Comenzaba la guerra!...

Acto seguido se les llevaba al lugar a donde se les darían sus alimentos por los nueve días que duraban los festejos taurinos, huevos estrellados bañados con salsas muy picantes, roja y verde, carne de puerco con chile, arroz, caldo de res con muchas verduras, de pollo, mole, sin faltar los mexicanismos frijoles refritos o de la olla... “Barriga llena, corazón contento” y de inmediato a vestirse de torero a eso del mediodía, el convite nunca faltaba ni fallaba, tanto llamaba la atención de los paseantes que aseguraba el primer lleno del serial...

Del sorteo ni media palabra, en los corrales había treinta o cuarenta, o más, galafates que pesaban cada uno más de la media tonelada, había para todos y si alguno de los bureles era “del agrado” de uno de los muchachos, tampoco existía problema si no salía en su turno, diariamente y durante nueve días “se verían las caras”...

Los corrales daban la impresión de ser una rara especie de “ruleta rusa”, los vaqueros movían a los toros y el primero “que se atoraba” en el embudo de salida era al que se torearía, del sorteo ni media palabra... En ciertas poblaciones se toreaba en la mañana y por la tarde, por la noche no faltaba aquel que salía a pasear al jardín principal, “a sacar agua”, a dar vueltas y vueltas al mismo, con ínfulas de conquistador y por lo general nadie “pinchaba en hueso”, todos hacían en su oportunidad su luchita, era parte del juego a pesar de que en varias ocasiones mas de uno no regresó al año siguiente, por su inconciencia, temía que “sus ocasionales cuñados” tuvieran ya tres meses buscándolo después de los nueve que, creo, duran esas situaciones tan “embarazosas”...

No debo omitir que el vinito hacia su aparición muy “de vez en diario”, de día era con ciertas medidas, por las noches nadie se hacia responsable de nada ni de nadie, eran otro tiempos, era otra clase de amor por la fiesta, otra responsabilidad por lo que uno quería ser, por lo que se buscaba, no existía mas, ni mejor, maestro que “Chon Lagañas”, “el de negro”, el que ponía las cosas en su lugar y como cosa irónica, pocos toros criollos o cebú hay con ese fúnebre pelaje... Largo es seguir con estos recuerdos y me comprometo a terminarlos para el sábado, por hoy es todo, la vagancia taurina me llama, pero... ¡Esta historia continuara!... Nos Vemos.