lunes, 30 de mayo de 2011

Madrid. Las claves de Moncholi de hoy

Se mostraron como lo que son
Miguel Ángel Moncholi
Cualquiera hubiera apostado por el éxito de la tarde. Este columnista lo hizo, pues sobre el papel se daban todos los elementos para que hubiera jarana.

Los de El Ventorrillo suelen darla, especialmente como novillos, y ahí están los resultados de anteriores comparecencias. David Silveti, es seguro de espectáculo. Víctor Barrios tenía que venir a revalidar sus dos tardes anteriores de éxito incompleto. Y Rafael Cerro se presentaba avalado por Ortega Cano.

Entonces ¿qué ocurrió en la vigésima de San Isidro, tercera novillada del ciclo? Pues, ahí van las claves de lo sucedido.

En primer lugar, la mansedumbre y la falta de casta de los novillos de Fidel San Román. Dejo a un lado al sexto, manso aunque encastado. Y me atrevo a dejar al tercero, cuya lesión en la mano izquierda, aún no ha sido analizada por los veterinarios de Las Ventas, pero que pese a ella no le impidió mantenerse en pie y embestir pese a tener sus posibilidades mermadas.

En cuanto a los de luces, David Silveti no defraudó. El mexicano aguantó los sustos y voltereta sin inmutarse. Tiene valor el manito. Tiene coraje y tiene ganas. Como dejó patente también en el cuarto.

Víctor Barrio no defraudó en el segundo. Su actitud repetida en las tardes anteriores quedó refrendada con un excelente espadazo. El juego del novillo, a menos, bajó su cotización en la toma de decisión presidencial. Sigo sin entender por qué después de una petición, aunque fuera minoritaria, no se da una vuelta al ruedo.

No he podido hablar con Barrio, por tanto, no pasa de ser una suposición que lo sucedido en el quinto responde a la presencia del viento y al desánimo contagiado por la marcha del espectáculo y el juego del novillo. Los enganchones pueden tener una explicación en el viento. No ligar, en la falta de colocación. El novillo, deslucido, pudo contagiar a quien me consta venía dispuesto a salir por la Puerta Grande.

Lo de Rafael Cerro tiene la explicación de la falta de oficio de quien es novillero. Si en el tercero lo intentó pese a su invalidez, en el sexto se vio desbordado. La faena fue a menos, entre otros motivos por no bajar la mano y someter a quien le repetía hasta que dejó de hacerlo.
Y a todo ello, habría que añadir la brega de Yesteras en el tercero y que los tres no perdonaron en quites. Al menos, para bien o para mal, se mostraron como lo que son: novilleros.