miércoles, 29 de abril de 2009

Más sobre el impacto morantista ayer en Sevilla

del Moral: "Vuelta clamorosa para Morante en un inservible e irrelevante simulacro de corrida"

Bajo mínimos – ni cuajo, ni apenas trapío, ni fuerza, ni casta, ni por supuesto bravura y con solo un toro posible por muy claro aunque remiso, el tercero – la corrida de Juan Pedro Domecq dio al traste con las expectativas de otro festejo que, si no acabó en escándalo, fue porque la plaza de la Real Maestranza, con sus propietarios a la cabeza, tragan todo lo que les echen. ¿Culpables? Salvo el alternativazo Antonio Nazaré, que tendrá que volver a doctorarse en otro escenario más exigente y serio, todos los demás implicados: La empresa, a sabiendas de que aquí seguirán haciendo lo que les venga en gana cada año hasta que mueran los últimos herederos usufructuarios del señor Pagés; el ganadero por fiarse de sus insignificantes productos; las dos figuras actuantes y sus representantes por la responsabilidad que les incumbe como principales protagonistas; la autoridad y los veterinarios por consentirlo; y el público en general por admitirlo sin rechistar lo más mínimo. Que Morante aprovechara la mortecina docilidad de su primer toro al que lanceó maravillosamente a la verónica de capa y del que extrajo una preciosísima aunque apenas ligada faena de muleta hasta el punto de que, si lo hubiera matado pronto y bien, le habrían pedido y concedido una oreja o quien sabe si las dos, no puede justificar un simulacro de espectáculo pese a la alta categoría de los participantes.

Zabala de la Serna: "Morante, o el rumor del toreo"
Morante Maravilla de La Puebla. Morante de Sevilla. «Un ceceo entre el hablar y el callar, desde el mar, que es quietud y es balanceo, algo que se siente rondar. Quizá el rumor del toreo». La definición de Pepe Alameda de Antonio Ordóñez se la plagio y extrapolo a Morante. Genio y figura. «Cuando le vi torear fue sin estremecimiento, era sólo un mecimiento, como el aire al pasar». O un enamoramiento. Sevilla ha encontrado a su torero. Sin una duda, ni un quebranto, abierto el capote y el sentimiento. Muy despaciosa la verónica, los lances sobre el albero. Huele a Sevilla y a mayo, ese capote, esa desgana, ese barrido desmayo, campana del Sur, campana. Así se abrió el libro de Morante con el tercero, un capítulo para la historia: martes, 28 de abril de 2009. Señalen la fecha en el calendario. No existía el toro. Morante se lo inventó, sin patetismos de hondura, ni la falaz tesitura de abrir de más el compás. Poco a poco lo fue haciendo, en el tercio. Asentado, tranquilo, respirando felicidad, en la cara, muy quieto, echándosela de verdad cortó el gazapeo. Y desde ahí a más. Embroque, empaque, el pecho por delante, hacia dentro aprovechando algún viaje. Valiente clavado en la arena, paciente asentado en el mar. La derecha cedió a la izquierda, y la izquierda se meció con la cintura con suma naturalidad. No se cansaba Morante de torear.

Se asomó Pepe Luis a pies juntos, en una estampa de eternidad. José Antonio se rebosaba en los pases de pecho todo lo que el toro no se quería rebosar. Medios viajes, medios nada más. La música estuvo callada, ignorante, absurda, ¡sobraba! No la toquen más. Caprichosa batuta que silencia un pasaje para recordar y canta chicotazos, trallazos, pares caídos, sin personalidad. Métase la partitura por donde suenan los truenos. El aviso sí fue puntual. Morante se pasaba de faena y le daba igual como a todos los demás. Los flecos de la muleta no se cansaban de arrastrar esa embestida noblota, sin chispa ni calidad. Fue todo esencia morantista, existencia abelmontada en el paladar, el molinete invertido, la trincherilla, el desparpajo, qué se vayan al carajo quienes no saben ver torear.

De verde esperanza y azabache, Morante firmó la tarde y poco hay más que hablar. Pinchó desgraciadamente, y aún así, al descabellar, la gente se puso en pie, tiró chaquetas, sombreros, claveles sobre el albero. El capote plegado en el antebrazo izquierdo sólo quería saludar, pero la Maestranza rendida obligó a su portador, profeta de páginas del pasado, de Cagancho y el Gallo, Rafael el de Jerez, a dar una vuelta al ruedo alegre, jubilosa, cayendo desde los tendidos cosas, elogios, desvanecimientos. Sevilla se enamoró de nuevo, por primavera...

La corrida de Juan Pedro no dio para más. La alternativa de Nazaré se estrelló contra ella y su basto sobrero; a Ponce se le cambió la cara ante tanto descastamiento, cabezazos y sangre aguada. Morucha la juampedrada. «¡Una novillada gorda!», gritaron desde una grada.
Sólo un sueño de la Marisma trajo el rumor del toreo.