LA GRAN GALA DEL TOREO
Roca Rey sube hoy al Olimpo del Paquiro
Zabala de la Serna en El Mundo
Suenan los clarines de la temporada 2019 y Andrés Roca Rey aparece por el horizonte como piedra angular de todas las grandes ferias de España y Francia. Su nombre ya da porte a las Fallas de Valencia, a la cita de abril de Sevilla que cae en mayo, a la Pascua de Arlés, al bombo de San Isidro que puso sus iniciales y el morbo en la casilla de Adolfo. Y pisará todos esos pueblos -Olivenza, Illescas, Cehegín...- en los que la fiesta brava hunde las raíces que alimentan la vieja encina de la tauromaquia.
El terremoto que vino del Perú, el último fenómeno del toreo, a quien llaman el Cóndor, tiene hoy la primera y, probablemente, más importante cita: Roca Rey sube al Olimpo del Paquiro, allí donde habitan seres como José Tomás (cuatro paquiros jalonan su carrera), Enrique Ponce, Morante, Pere Gimferrer, Vargas Llosa, Javier Aresti -que es decir Bilbao-, Perera y Castella, que fue el primero de los llamados en 2007.
Cumple el premio de El Cultural de ELMUNDO su décima edición, y no puede hacerlo con mayor fuerza después de un tiempo de silencio. RR asciende a su palmarés para bajar esta tarde noche al ruedo de Las Ventas a recoger la escultura de Víctor Ochoa que, desde la fundación del galardón, une al selecto grupo de vencedores. La gala por excelencia del toreo alcanzará su cénit cuando el Premio Nobel de Literatura 2010, y también Premio Paquiro de los Toros 2011, Mario Vargas Llosa, entregue el bronce a Andrés Roca Rey. De peruano a peruano.
Cuando el jurado que preside Luis Abril se reunió en octubre, al día siguiente de caer el telón de la temporada, la candidatura de Roca Rey alcanzó la unanimidad a la velocidad del relámpago: la vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo; el director de ELMUNDO, Francisco Rosell; el académico y presidente de El Cultural, Luis María Anson; la torera Cristina Sánchez; el director del Canal Toros, Ignacio Frauca; el director de la Fundación Toro de Lidia, Borja Cardelús; el periodista Jordi García-Candau; el ganadero José Luis Lozano; el consejero delegado de Nautalia Rafael García Garrido -sin cuya iniciativa hubiera sido imposible la resurrección del Paquiro- y quien esto firma fueron una sola voz.
La campaña de Roca Rey en 2018 había sido incontestable, arrasadora, apabullante: 88 orejas y dos rabos, 30 salidas a hombros en 54 tardes. Y un dato esclarecedor de lo que supone la irrupción del Cóndór peruano en la cúpula del toreo: arrastró medio millón de espectadores -494.903- a las plazas donde su nombre se iluminaba en letreros de néon, colocado ya siempre entre las máximas figuras. Ese territorio sagrado, arisco y difícil no sólo de conquistar, sino también de conservar.
Hay plazas en las que Roca Rey no sabe otra cosa que no sea salir a hombros: Valencia y Pamplona, por ejemplos. Lo de San Fermín fue clamoroso, una sacudida telúrica: seis orejas en 48 horas. Desde ese punto del calendario, el incendio del peruano abrasó el verano: Santander en llamas, San Sebastián ardiendo, Bilbao calcinado, Salamanca y Albacete reducidas a cenizas y la Ronda de Pedro Romero rendida al primer peruano que hacía el paseíllo en su goyesca. Atrás había quedado aquella faena del Domingo de Resurrección sevillano que plasmó, más allá del valor monolítico que sostiene su tauromaquia, todo lo que RR ha profundizado en ella. En sólo tres años de alternativa. Tan rápido, tan despacio.