Pero desde que apareció en la escena de la plaza de Santamaría y del cuerpo logístico de la misma como “veedor” el ciudadano español Julio Fontecha, se nota su mano y criterio en la escogencia del toro que se lidia en Bogotá. Además, lo más importante, es que está definiendo, imponiendo un concepto del toro que debe aparecer por la puerta de toriles que tiene que ser ante todo serio, con edad y trapío, pero no ese farol al aire en el que se está convirtiendo en nuestro país el concepto de “toro armónico”, del que de manera tergiversada en estas naciones del otro lado del Atlántico, se pasó al toro chiquito, pequeño, joven, pobre cabeza, eso sí, bonito, pero que no es el toro real, el toro verdadero, el toro que impone respeto.
Julio Fontecha está exigiendo para la plaza de Santamaría de Bogotá un toro con cuajo y pitones desarrollados, serio, muy serio de presencia, lo que por aquí le ha granjeado algunos dolores de cabeza, ya que no ha de faltar quien o quienes digan que “se está tirando esto o está acabando con esto o se está cargando con esto”, por pedir el toro grande.
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APUNTE: lo único que yo diría es que el toro debe corresponder a su encaste, ni más chico ni más grande, en el trapío que corresponda a su genética para que embista y con clase, que es lo principal. Sin ser tonto, con la obediencia justa que permita emoción, trasmisión, y una presencia en plaza que de importancia a lo que sucede en el ruedo.
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