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domingo, 7 de agosto de 2022

Y ahora que van a decir… José Tomás en Alicante



Y ahora que van a decir… 


Lo que yo digo es que José Tomás es el puro amo del toreo.  Donde se pone con el bueno por bravo y con el malo por genio nadie se pone a ligarle 15 y 16 muletazos  en un palmo de terreno; o sabiendo que en ese sitio le puede llegar la cornada no abandona su concepto, no pierde pasos  y liga uno tras otro a riesgo de recibir la cornada.


Lo que yo digo es que José Tomás es el puto amo del toreo, si señor y con todas sus letras, porque entre Jaén y Alicante,  no solo median 407 km o 4 horas de distancia, sino también 56 días de diferencia.  Y lo que cacareaban los agoreros tras su reaparición pandémica no se cumplió. Pues si nos atenemos al aforo de cada plaza, que las llenó, en 56 días el 'republicano Zar de los Toreros' ha sido capaz de llevar más de 25 mil personas solo para verlo a él. A día de hoy ¿qué torero puede darse ese lujo?


Y sí, lo dije antes y lo repito hoy.  Estoy aquí en Alicante, y no pretendía  encontrar el toro de Madrid tampoco el de Sevilla.  Algún inopinado, que paga para torturarse espetó, es una cabra, pero se hizo evidente que de eso nada, que también pueden pegar cornadas.  Como aquella tarde de Jaén, vine como aficionada a ver lo que no encuentro en otros, ni mejor ni peor, diferente. Único. Porque me llena el alma. Y de eso se trata todo esto. Del sentir del alma y colmarla con sensaciones y energías vibrantes de este Druida del Toreo.  


Para mi, la faena al segundo de hoy en Alicante, es de las que atesoraré como aficionada tanto como aquella que viví en la reaparición del maestro Ojeda en mi Acho del alma, que un olé no podía decir por la conmoción hasta las lágrimas que me impedían expresarme. Esta, la de hoy ha sido tan verdad,  tan profunda y lacerante que la conmoción traducida en emoción atenazaba toda reacción de la razón. 


El corazón de 15 mil personas enardecidas ante la obra del gran maestro eran una explosión sin pausa y ante cada natural cosido al otro, la explosión de emoción era más fuerte;  pasmosa y bendita naturalidad la de este Tomás, que como el Santo es capaz de armonizar y de integrar, la casta y bravura para crear si acaso la más pura obra de cuantas haya hecho, desde lo que viví en Nimes hasta acá. 10 años han transcurrido y eso es lo que hoy vine y pude conmemorar,  que ante lo vivido y sentido, se me antoja una efeméride de las esencias de ese toreo de pureza y verdad. 


Todo lo que hizo en ese toro parecía no tener dificultad, vaciándose en su sentir torero, y cada vez más y más. Series de 15, de 16 naturales encajado el enjuto entrecano, quieto y aguantando y girando, recibiendo los chorrillos  de bravura para trasformarla en una pieza marmórea de Rodin en cada trazo, que por perfecto era escultural.  Pero conseguir una obra maestra no es para nada fácil.  


Roto y desgajado el artista, sin alardes ni estridencias, como un músico solista es capaz de ensimismarse y extraer del corazón de un madero su sentir más profundo, así mismo José Tomás tocó las cuerdas de la bravura del Garcigrande, que para no enfadar a la luna que se asomó para agüeitar desde esa barrera del cielo apenas empezó la jornada mediterránea, el claudicante   quiso ser un Stradivari para no defraudar a su estirpe y permitir  que el artista le descubra su esencia, una bravura sonora que colmó con son y sazón, ritmo y compás en cada cuerda que este maravilloso intérprete pulsaba y así fue que se dispuso a obedecer comiéndose la tela por abajo, ahí donde su maestro resolvía cada nota de esa partitura, con temple y donosura, con pasmosa naturalidad y solemnidad manoletista llamada TOREO, del caro, del bueno, del irrepetible. Del eterno. 


Con el Victoriano del Río quiso sostener la tesitura y no se quitó de la zona caliente y candente pero esta vez por derecha, ligó quieto sin enmendarse aún cuando el toro le apretaba más y más, tanto que no corría ni una mijita ni brizna de aire entre los dos.  El que quiso ver cuenta se habrá dado que la cornada podía llegar ante el  sordo peligro que traía el burel y… llegó. Se le quedó en los tobillos y lo buscó con un derrote seco como diciéndole, basta ya de tanta exigencia y sometimiento. Espeluznante momento cuando hizo por él en la arena. Se incorporó. No se miró. La cornamenta entintada de rojo sangre nos empujaba a pensar que la llevaba pero afortunadamente las puntas no calaron sino la taleguilla. Volvió por sus fueros para seguir toreando al malo como bueno.  Y fue así que la emoción hizo presa de nosotros los acólitos del culto Tomasista otra vez y tras la espada cayó un apéndice que sumaron tres en la tarde. El que pudo caer con el primero un palco mezquinó lo negó porque bien lo merecía de un Juan Pedro al que aguantó con firmeza su incierta y desordenada embestida. Del cuarto poco que decir. Se desvaneció sin fondo.  


Soy Magaly Zapata. Y viví una obra maestra de José Tomás un domingo 7 del bochornoso agosto del verano mediterráneo del año 2022. Y como lo dije antes lo digo hoy, me declaro convicta y confesa tomasista.  


José Tomás volvió en Jaén, que yo lo vi.  Y yo volví para verlo en Alicante por una necesidad mortal de sentir, de vivir, porque vivir sin verlo torear amigo mío, no es vivir. 


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