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lunes, 20 de junio de 2016

Ponce, encerrona 'mélange' en Istrés

@magalyzapata

Dejó el comentario de esta tarde histórica para el Maestro valenciano y para el toreo, de la que rescato lo toreado por su calidad y magistral hacer que nadie mejor puede relatar como el cronista José Antonio Del Moral. 

Dejó tambien constancia que en mi humilde entender, el esmoquin está de más. El rito y la liturgia del toreo,  es una sola, y quien más la debe respetar es un matador de toros.

por J.A. del Moral · 20/06/2016

Istres (Francia). Ponce se sublima genialmente en una histórica tarde con seis toros en solitario

Plaza de toros de Istres (Francia). Domingo 19 de junio de 2016. Tarde soleada con viento endemoniado en distintos grados de intensidad y lleno absoluto.

Seis toros de dos ganaderías, Juan Pedro Domecq (primero, tercero y quinto) y Núñez del Cuvillo (segundo, cuarto y sexto), de perfectas hechuras a ambos encastes. El que abrió plaza resultó muy noble y encastado. El segundo, manso en el primer tercio y temperamental aunque franco con cierto genio en el último. El tercero, tan noble como encastado hasta ser premiado con vuelta al ruedo en su arrastre. El cuarto, excepcional por su bravura y su clase, fue indultado. Noble aunque muy flojo a consecuencia de un mal puyazo. Y sexto, solamente noble por el lado derecho y de corta duración.

Único espada, Enrique Ponce (amapola y oro, y de smoking negro durante la lidia de los dos últimos toros): Estocada caída y descabello, oreja. Pinchazo y estocada, oreja. Gran estocada en la suerte de recibir, dos orejas y rabo. Tras simular la suerte de matar con una banderilla por haber sido indultado, dos orejas y rabo. Estocada de lenta y perfecta ejecución, oreja. Estocada y dos descabellos, oreja. Salió a hombros de su gran peón de mayor confianza, Mariano de la Viña, en medio de una indescriptible apoteosis.

Enrique Ponce brindó al público el primer y último toro. El tercero al empresario Bernard Marsella.
El cuarto a Gullaume Fracois, presidente de la comisión taurina de Mont de Marsan. Y el quinto a Antonio Chvarri.

La corrida fue amenizada antes de comenzar la lidia y en algunos intermedios como en el paseíllo y durante las faenas de muleta por la banda-orquesta de Istres, acompañados del barítono Frederic Cornille y por el Coro del Conservatorio de Burdeos en memorables intervenciones. Las piezas interpretadas fueron la Marcha del Toreador de la ópera Carmen durante el paseíllo, la banda sonora de la película La Misión, “A degüello” de la película Rio Bravo. La banda sonora de la película 1492. La marcha procesional de paso de palio “Caridad del Guadalquivir”, “El Águila Negra” de la cantante francesa Bárbara y el Concierto de Aranjuez. Y La Salve Rociera tras el arrastre de tercer toro.  Sobresalientes: Jéremy Banti y Saleri.

Las cuadrillas de picadores y banderilleros rayaron a gran altura, sin duda estimulados por la memorable actuación del gran maestro. A caballo destacaron el debutante en corrida de toros Andrés Nieto, José Palomares, Agustín Collado y Manuel Quinta. Y en tanto en la brega como en palos, Mariano de la Viña, Jocho, Paco Cervantes, Raúl Blázquez y Emilio Fernández.

Cuantos asistimos ayer en la moderna plaza de Istres y para nuestra inmensa suerte a la última corrida de su feria, jamás podremos olvidar lo vivido, sentido, gozado y hasta sufrido durante este singularísimo festejo que protagonizó de principio a fin el gran maestro valenciano Enrique Ponce quien, quizá y sin quizá, tuvo la actuación más completa y gloriosa de su larguísima vida profesional. También para quien subscribe esta cónica, la de ayer fue la tarde más brillante de su larga vida como crítico y aficionado.

Y eso que a Istres llegamos con indisimulada preocupación, a sabiendas de que en este día tan señalado en el calendario, íbamos a padecer y más intensamente que nadie el gran torero, un vendaval inmisericorde del llamado Mistral tantas veces desatado en la región. Un viento cuasi indomeñable que sopló en frecuentes rachas con enorme intensidad.

Este grave inconveniente nos hizo pensar que, a la postre, sería la más que posible causa de haber imposibilitado en su mayor parte el lucimiento del excepcional matador. Pero lejos de suceder esto, la asombrosa maestría, la infinita paciencia y la portentosa seguridad en sí mismo de Enrique Ponce a lo largo y a lo ancho de su intervención obraron el milagro de superar cuasi por completo tan adverso accidente climatológico. Claro que, tanto el mismo Ponce como muchos de los presentes entre barreras, pensamos hasta donde podría haber llegado el acontecimiento de haberse celebrado en una tarde calmada. Sin embargo, la increíble y hasta milagrosa superación de tan penosa circunstancia, fue un valor añadido al incuestionable mérito del grandioso artista.

Y digo grandioso porque de arte mayor, de arte entre las más bellas artes, podemos calificar lo que llevó a cabo Enrique desde el principio hasta el final de su memorable y por todo histórica actuación. Y mira que le hemos visto centenares y hasta miles de tardes para las antologías desde cualquier punto de vista de su personal tauromaquia que abarca todas las virtudes y en el más alto grado que un torero pueda atesorar. Pero la de ayer fue la más gloriosa de su vida y de la nuestra.

A estas alturas de su vida profesional, a Ponce le falta matar trece toros más para superar el record de Lagartijo El Grande, pues Enrique lleva matados hasta ayer mismo 4.674 toros y el gran diestro cordobés llego a matar en su vida 4.687. Pero con ser mucho todo esto, tales abismales cifras son lo de menos… Lo demás fue como y cuanto toreó ayer Enrique, sobre todo con la muleta porque, con el capote, aunque cuajó lances de varias marcas tanto en sus recibos como en quites, incluso una larga cambiada de rosillas en el saludo al quinto toro, el viento reinante molesto muchísimo más con el percal dados los distintos tamaños de ambos engaños.

Daría para un largo libro enumerar detallada y minuciosamente todo el repertorio de muletazos de todas las marcas que ayer logró plasmar el más grande de los toreros que jamás habrán existido a lo largo de la historia en sus seis faenas de muleta. Pero no queremos ni debemos dejar de comentar las condiciones de cada uno los seis toros porque en los seis se acopló como un guante de seda a las seis “manos” con tanta precisión como inaudita belleza, gracias a su inmensa e inteligentísima capacidad lidiadora, a su saber administrarlo todo con tamaña precisión, a su siempre inmaculado y lentísimo temple, a su exclusiva naturalidad, a su proverbial elegancia y a su porte físico que en Ponce es el propio de una eterna juventud.

Solo los elegidos por Dios pueden llegar a tan inaccesibles cotas de poder y de plasmarlo todo con tamaña facilidad. Esa facilidad que en Ponce empezó a ser para muchos un inconveniente, pero que a lo largo del tiempo se ha ido reconociendo como algo sobrenatural.

Por eso pudo llevar a cabo seis grandes faenas frente a las diversas condiciones de sus enemigos aunque ayer, por suerte y por tino del mismo torero al elegirlos personalmente con suprema sabiduría, la verdad es que el comportamiento del ganado fue en su mayor parte excelente.

Así la del por todo irreprochable el de Juan Pedro Domecq que abrió plaza y boca. No por cierto el segundo, de Cuvillo, que fue el más difícil por su temperamental embestir a la vez con casta y con genio, ambas condiciones perfectamente resueltas y abracadas por Enrique hasta lograr la que, en mi opinión, fue la faena más importante de la tarde. De estos dos primeros toros, podría haber cortado sus segundas orejas si los hubiera matado pronto y bien. Pero una vez arrastrados, ya había sumado dos cartílagos y merecido salir a hombros.

Llegaron después los dos toros y las dos faenas más bellas, más completas, más redondas y más variadas a la vez que más inspiradas faenas de la corrida frente al tercero, de Juan Pedro, del que cortó los máximos trofeos; y al cuarto, de Cuvillo, que indultó en medio de un indescriptible delirio del público y de cuantos tuvimos la suerte de poder ver la corrida entre barreras.

Yo no había visto nunca en mi mida ver llorar de emoción a tanta gente. Como tampoco ver con tanta nitidez cómo Enrique se fue inspirando al compás de las músicas que amenizaron ambas obras para el recuerdo imborrable por su sentimiento – ese soñar el toreo y hacerlo realidad – y por el alma que puso al servicio de su arte en un maridaje de ilusión y de placer tan celestial como real.

Esa exclusiva virtud de Ponce que le lleva a llenar la escena por completo, tanto mientras torea como en las pausas, en los tiempos y en los espacios vedados al resto de la torería porque nadie salvo él es capaz de ser tan gran torero como tan gran bailarín al mismo tiempo, ayer alcanzaron la máxima expresión hasta el punto de hacernos soñar despiertos. Tanto fue así, que mientras Enrique daba la vuelta al ruedo, muchos nos abrazamos para mejor comunicarnos las inmensa felicidad que habíamos compartido en un hermanamiento humano de proporciones gigantescas.

Con los dos últimos toros, con menor entidad si por juego los comparamos con los dos anteriores, no llegamos a tanto aunque tampoco lo que hizo desmereció lo ya hecho. Fue entonces cuando, antes de que saltara el quinto a la arena, Ponce salió vestido de smoking para darse le caprichoso gusto de torear como si en vez de una plaza de toros lo hubiera hecho en el gran salón de baile de un Palacio Real. Esta sorpresa fue la guinda del pastel. La gran anécdota de la corrida. Seguro que ese ver torear a Enrique vestido de etiqueta recorrerá y llenará las páginas y los espacios televisivos de toda la prensa y de todos los medios visuales del mundo. Un homenaje a sí mismo. Un saberse comportar a
la vez como un grandioso torero y como un ser humano irrepetible.

Un ángel hecho torero. Un hombre hecho semidiós. Un artista no solo por cuanto hace frente a los toros sino por cuanto es en sí mismo, tanto en los escenarios como en la vida más sencilla y más real. Una persona para las antologías más brillantes de la historia de la humanidad por su infinita bondad.