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Lugar común es decir que la tauromaquia es un compendio de todas las
artes. Y ha sido el 7º (arquitectura, danza, escultura, literatura,
música, pintura, teatro…) el que lo confirmó, tratando con sensibilidad
y belleza la verdad de la fiesta, ese teatro que se danza pinturera y
esculturalmente ante la muerte.
Hablo de la película ‘Blancanieves’ (2012 de Pablo Berger) que
arrasó el ‘oscar’ español en el 2013. Inspirada en el cuento de los
Hnos. Grimm, esta tragicomedia versiona la España cañí del 20 y rinde
homenaje al cine mudo con un exquisito, preciosista y sutil manejo
del blanco y negro.
Desarrolla el argumento en clave taurina en el personaje del matador
Antonio Vïllalta lisiado por una cornada, donde los enanos toreros
rescatan a su hija que desvela el toreo aprendido de su padre en
jornadas tiernas de reencuentro en años en los que la malvada madrastra
(excelsa Verdú) sometía y castigaba a su hijastra, siendo en el
desenlace muerta por el toro al que perdonaron la vida después de
regalar ‘la manzana’ que durmió eternamente a Blancanieves que terminó
en un circo esperando el beso que conjure un ‘milagro o maldición’.
No es común que el toro llevado a la gran pantalla se vista de
luces, con nivel, con categoría y abolengo. Sobre todo con cabal
torería. Esta Blancanieves lo tiene. Y también una banda sonora
maravillosa que conjuga la sinfónica y la flamenca fusionada con jazz
de Alfonso Villalonga, con justeza y brillo.
La asociación Pro Acho que
lidera el Dr. Juan José Cabello hizo el esfuerzo para traer en función
privada esta joya del cine español aunque pocos acudimos al apunte
cultural que trasciende lo meramente taurino, si se animan a
reponerla, me apunto, dos y diez veces.